Alacranes, por Paulina Gamus
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Esta nota aparecerá publicada el domingo 28 de julio, fecha marcada para las elecciones presidenciales en nuestro país, Venezuela. Respetaré la norma que prohíbe hacer promoción electoral en este día y dedicaré estas líneas a un tema que siempre me ha resultado intrigante: el alacranismo. ¿Cómo y porqué un político de oposición decide saltar la talanquera y pasar a rendir pleitesía a quien era su adversario. Y si se trata de la política venezolana es este último cuarto de siglo, su enemigo.
Un caso de alacranismo pero de altura, quizá el más destacado en la historia universal, fue el de Joseph Fouché, un político francés que sobrevivió –siempre en la sombra– la revolución francesa al lado de Robespierre, el Imperio al lado de Napoleón y el retorno de la Monarquía. Fue una figura tan despreciable pero al mismo tiempo tan digna de admiración, que Stefan Sweig escribió su biografía con el título: Fouché, el genio tenebroso”.
He intentado averiguar a qué se debe el calificativo de alacrán para aquellos que cambian de bando con el mayor descaro, lo natural sería llamarlos de manera más despectiva como roedores o insectos rastreros. Pero aceptemos alacrán como el término que se ha hecho popular para nominar a quienes no aguantan un billetazo para transformarse de opositores en lamebotas del régimen.
No voy a referirme a todos sino a los más protuberantes. El título de alacrán mayor lo merece, sin duda, uno que en su momento fue una esperanza de renovación y de frescura juvenil en la Acción Democrática dirigida por un consejo de ancianos. Pero la esperanza se convirtió en un saltinbaqui que se iba y volvía de AD hasta que decidió aterrizar en la plataforma de ataques a la oposición democrática, con su voz meliflua que pretende esconder a quien favorecen esos ataques. Es un personaje que trata de ser y no ser y de no parecer lo que es. Pero que ya no puede disimular su catadura o caradura.
Otro de estos especímenes, también salido de las filas de Acción Democrática, está en las antípodas del ex compañero de partido antes aludido. Fue por años una suerte de cacique amazónico, conocido especialmente por sus marramucias y tracalerías. En uno de esos arrebatos de insensatez frecuentes en la tolda adeca, fue nombrado Secretario General de Organización y como tal dio el palo alacránico a la lámpara para quedarse con la legitimidad partidista y ponerla al servicio del régimen.
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Federico Uslar, amigo por quien tuve especial estima, confió la suerte de la Fundación «Uslar Pietri» a un joven muy circunspecto con un Lápiz como emblema, fue concejal de Chacao y luego quiso ser alcalde de Caracas por su partido francamente opositor.
Me perdí, lo confieso, el momento y las circunstancias en que ese niño bien promotor de la educación como base del desarrollo humano, quien aspiraba un liderazgo en la acera de enfrente del gobierno, cambió de acera para ser de la claque gobiernera. No solo ataca al liderazgo de la oposición democrática sino que lo hace con énfasis.
Se me ocurrió buscar en el diccionario de la RAE la definición de la palabra vergüenza: «turbación del ánimo ocasionada por la conciencia de alguna falta cometida o por alguna acción deshonrosa y humillante». Y luego busqué «conciencia: «Conocimiento del bien y del mal que permite a la persona enjuiciar moralmente la realidad y los actos, especialmente los propios». ¿Cómo se llega a ser alacrán? Cuando se divorcian la vergüenza y la conciencia.
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