Fernando Albán y los que mueren por la vida, por Richard Casanova
A propósito de cumplirse dos meses del presunto asesinato de Fernando Albán, puede uno recordar a Vladimir Mayakovski, el poeta de la revolución rusa, quien dejó para la posteridad una hermosa prosa a favor del proletariado y de los campesinos. Su obra era honesta, producto de la revolución bolchevique, era expresión de la gesta revolucionaria de 1917 pero absolutamente incompatible con los millones de víctimas de Stalin como consecuencia de la brutal represión y de la “Nueva política Económica”. Quizás eso explique su suicidio, una mañana del 14 de abril de 1930. Al final, la poesía supone una sensibilidad discordante con la muerte, exige un respeto infinito por la condición humana y por la vida. Esa trágica realidad explica también el suicidio de Nadezhda Alilúyeva –esposa de Stalin- luego de reclamarle a su marido por la hambruna en Ucrania y el sufrimiento de los campesinos soviéticos. Toda esta atrocidad revolucionaria fue igualmente la justificación del asesinato de León Trotski en México. En fin, las revoluciones han terminado siendo una historia de dolor y muerte.
La alusión a Vladimir Mayakovski tiene pertinencia en nuestra consternada Venezuela, donde el autoproclamado “poeta de la revolución” -otrora tiempo, supuesto defensor de DDHH- usurpa funciones como Fiscal General de la República, cargo que según la vigente Constitución debe ser designado por el parlamento y no por esa ilegal constituyente cubana que sirve de sostén a la inmoral dictadura. Pero lo grave no es la usurpación de la Fiscalía sino que ésta pretenda ser la mampara jurídica para la violación flagrante de DDHH e incluso la justificación de crímenes horrendos. La Fiscalía se ha degradado a partir de las actuaciones del usurpador. En el caso de Fernando Albán, inexplicable y presurosamente salió a avalar la versión de los torturadores. Sin que mediara investigación alguna, declaró como suicidio su muerte, algo que han desmentido sus abogados y que honestamente nadie puede creer. Incluso ha asumido el rol de esbirro al amenazar con cárcel a todo un país que tiene la convicción de que Albán fue asesinado y simplemente exige justicia. Garantizarla debería ser su obligación pero ha optado por la complicidad.
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La muerte de nuestro amigo Fernando también nos recuerda a Alí Primera: «los que mueren por la vida no pueden llamarse muertos y a partir de este momento es prohibido llorarlos”. Evocar al Cantor del Pueblo, a un auténtico revolucionario comprometido con los más pobres y las causas nobles, nos permite recuperar un patrimonio cultural de los venezolanos expropiado por el régimen y al mismo tiempo, dejar al descubierto a esa falsa izquierda, protagonista de esta atroz narco-dictadura.
Alí Primera detestaba el militarismo, sentía tanta repugnancia por el verde oliva como por la corrupción y militó en una izquierda que justamente rompía con el imperialismo soviético y el comunismo cubano. Es decir, jamás hubiera estado con el chavismo y mucho menos, con lo que ahora representan Maduro y Diosdado Cabello. Alí Primera tiene razón: no es momento de llorar a nuestros muertos sino de reivindicarlos. Pero también tiene razón Rubén Blades: “Prohibido Olvidar”. No es hora del silencio sino de elevar la voz y mantener nuestra lucha por las causas justas. Es hora de honrar con coraje la memoria de quienes han ofrecido su vida por la libertad y la justicia. ¡Venezuela no se rinde!
Dirigente progresista / Vicepresidente ANR del Colegio de Ingenieros de Vzla.