Albert Speer, Memorias (I), por Ángel R. Lombardi Boscán
«-No soy un impostor. No estoy loco. Le ruego que suspenda su juicio hasta haberme oído.» La memoria de Shakespeare (1983), Jorge Luis Borges
Para escribir sobre grandes figuras históricas del pasado uno debe librarse de los prejuicios que se tienen sobre los mismos en el presente. Y aun sabiendo esto la tarea es abnegada. Y más si se trata del nazismo y de su principal artífice: Adolf Hitler (1889-1945).
Para ello nos hemos valido de un testimonio muy valioso como ambiguo y hasta encubridor: el de su arquitecto predilecto y ministro de Armamento. Albert Speer (1905-1981) escribió sus Memorias (1969) luego de pasar 20 años en la cárcel en Spandau. Tuvo el dudoso honor de formar parte de los veinticuatro «principales criminales de guerra» arrestados y acusados de los crímenes del régimen nazi en los juicios de Núremberg.
Su testimonio tiene el valor de la sobriedad y el aporte de datos sobre la comitiva más cercana al dictador austriaco. No buscó ni disculparse y tampoco la justificación lastimera. Entendió que formó parte de una maquinaria política y bélica que asoló a más de media humanidad en los trágicos años de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). ¿Fue cómplice activo del horror? Sin la menor duda.
Hitler no fue muy distinto a Calígula o Atila, el Huno. Tampoco a Pol Pot, el matón de Camboya o «El Carnicero de Uganda» Idi Amin. Alma gemela de Napoleón, Stalin, Mao, Fidel Castro y Pinochet. Y tantos otros monstruos que pueblan las páginas de los libros de historia en calidad de héroes o antihéroes que se intercambian de acuerdo al dominio de las opiniones impuestas.
Albert Speer nos muestra a un Hitler humano y hasta debilucho hasta el año 1939. Obsesionado por la arquitectura monumental como reflejo de una Alemania imperial y todopoderosa. Nos dice que apenas trabajaba y vivía del ocio viendo películas, folletines y de banquete en banquete con su comitiva de cortesanos. A Speer lo distinguió con su amistad y le encargó el inmenso proyecto de convertir a Berlín en la nueva Roma del mundo moderno.
Hitler en 1939 fue a la guerra con muchos titubeos. Un hipocondríaco con delirios de grandeza que sabía que el tiempo personal se le acababa. Un megalómano mediocre que el poder absoluto le hizo creerse un predestinado como gran hombre de la historia. «Existen para mí dos posibilidades: llevar adelante por completo mis planes, o fracasar. Si logro salir adelante, me convertiré en uno de los más grandes personajes de la historia; pero si fracaso, me condenarán, despreciarán y maldecirán».
El Pacto de No agresión con Stalin le dejó manos libres para ir contra Polonia y Francia. 1940 fue el mejor año de la guerra para Alemania. Hitler perdió el sentido de la realidad y sobrestimó sus capacidades. El movimiento al este contra la URSS fue su más caro error. Hoy esto lo sabemos por qué fracasó pero en su momento fue una idea plausible y avalada por sus fulgurantes victorias y los informes de inteligencia que señalaban las debilidades crónicas del Ejército Rojo.
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A finales del año 1941 las tropas nazis son paradas en seco por los rusos y su inclemente invierno. 1942 y 1943 son años de estancamiento y retroceso en todos los frentes. 1944 es el año del colapso y 1945 el de la rendición. Con varios frentes abiertos a la vez y adversarios cada vez más numerosos y convencidos de la victoria, el Tercer Reich milenario duró un suspiro.
Speer como Ministro de Armamento puede que haya sido el principal responsable de que la debacle alemana se haya retrasado en el tiempo.
Hitler fue un diletante con todo el poder. Un aprendiz de brujo dañino y perverso. Un enajenado mental incapaz de tener empatía y compasión por el prójimo. Aniquilarle fue la única opción. No se negocia con el Diablo.
Speer nos muestra que Goering fue temido y respetado por Hitler. De sus colaboradores puede que haya sido el más importante de todos. Borman, el más cercano. Eva Braun, sólo un florero. Goebbels, leal y arrodillado, una máquina de fabricar mentiras e intrigas. Himmler, el terror con autonomía.
Hitler fue un desmesurado. Admiró y respetó a los ingleses. Y a Churchill lo consideró un adversario formidable. Siempre buscó encontrar la paz con los ingleses. A los eslavos del este los despreció: pueblo inferior.
El aliado Mussolini resultó un fiasco como incompetente en el terreno militar. Si bien al inicio se tuvo en alta estima su flota Naval muy moderna y efectiva aviación. A los amarillos del Japón los asumió como aliados porque sus áreas de influencia respectivas no colisionaban y había que mantener a raya a rusos y estadounidenses en el otro lado del orbe.
Hitler quería que Inglaterra no se inmiscuyera en Europa y a cambio le dejaba el terreno libre en todos los mares y su imperio mundial. Para Hitler el Tercer Reich era la Europa continental, la del oeste y la del este.
Hitler y Alemania se perdieron en la URSS de la misma forma que se perdió Napoleón Bonaparte, el emperador de los franceses. El gran ganador de la Segunda Guerra Mundial fueron Stalin y la URSS. Por ello cobraron muy fuerte siendo los primeros en conquistar Berlín.
Ángel Rafael Lombardi Boscán es Historiador, profesor de la Universidad del Zulia. Director del Centro de Estudios Históricos de LUZ. Premio Nacional de Historia. Representante de los Profesores ante el Consejo Universitario de LUZ
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