Alemania entre el este y el oeste, por Fernando Mires
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Los titulares fuera de Alemania daban la noticia como si hubiera sido una bomba. Pero aquí en Alemania nadie fue sorprendido por los resultados de las elecciones que el 1 de septiembre tuvieron lugar en Turingia y Sajonia. Mas bien fueron vistos como el desenlace de la crónica de un desastre anunciado. Muy anunciado. Es que una de las pocas cosas buenas que quedan en Alemania son las encuestas. Y cuando todas coinciden, el resultado ya está cantado. De modo que a las 18 horas de ese domingo de septiembre el resultado solo fue formalmente ratificado.
Dos populismos
Lo dicho no significa, por supuesto, que las elecciones regionales no hayan sido importantes. Todo lo contrario. Por primera vez en la historia reciente los nacional-populistas organizados en AfD (Alternativa para Alemania) alcanzaron el primer lugar en Turingia y estuvieron a pocos centímetros de alcanzarlo en Sajonia.
Pero además de esa batida de récord hubo otra performance que hipotéticamente, y bajo determinadas condiciones, podría llegar a ser aún más decisiva. Me refiero al debut electoral de Sahra Wagenknecht y su partido que lleva el mismo nombre de ella (BSW) nacido desde las entrañas del partido Die Linke (la izquierda), llamado por los periodistas, populista de izquierda, para diferenciarlo del populismo de derecha, adjudicado a AfD.
Como se ve, al igual que en Francia hay en Alemania dos populismos ganadores (Afd y BSW); los dos nacionalistas, los dos demagógicos, pero uno llamado de derecha y otro, (no está muy claro el porqué) de izquierda.
Dos partidos con fuertes raíces en el Este del país y que ven en los cuantiosos votos obtenidos una vía para iniciar lo que ellos seguramente imaginan como meta: la conquista política de la parte occidental del país. Si lo lograrán o no, nadie lo sabe. Pero para alcanzar esa meta deben esperar el desplome de la estructura central clásica formada por los socialistas y los socialcristianos a los que se agregan los ecologistas (Verdes) y los liberales (FDP).
Otra vez, como en Francia, tenemos -más en las zonas del Este que en las del Oeste- una pelea entre el centro (centro-derecha, centro-izquierda) contra dos extremos. Y para seguir haciendo paralelos con Francia, el destino de Alemania también dependerá de la disposición del centro para no dejarse arrastrar, vías coaliciones, por ninguno de los dos extremos.
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La tarea que tienen por delante los partidos democráticos ya no es tanto disputar entre ellos sino crear diques de contención en contra del avance del nacional populismo, sea este de izquierda o de derecha, o como el partido de Wagenknecht, de las dos a la vez. Ese fue el mensaje que provino de Turingia y Sajonia.
La debacle de la coalición
Las elecciones del Este alemán consolidaron numéricamente lo que todos sabían: la debacle de la coalición de gobierno. Sin miedo a equivocarnos podemos afirmar que esa coalición ya tiene perdida la contienda nacional. De caras al futuro próximo el dilema será, en consecuencia, dirimir con quienes deberán unirse los conservadores de la CDU/CSU para formar un nuevo gobierno cuando llegue la hora de la decisión.
En gran parte esa decisión dependerá de la votación en las elecciones nacionales. Entonces se verá si CDU/CSU gobernará con algunos partidos de la coalición actual de gobierno o solos. Una alianza entre los conservadores democráticos con los nacional populistas de «derecha» es por ahora improbable. Aunque con la conservadora-populista de izquierda Sahra Wagenknecht ya hay conversaciones.
Aún antes de las elecciones del Este alemán, el gobierno gobernaba sobre sus propias ruinas. Asistimos a un fracaso político de la socialdemocracia pero, sobre todo, a un fracaso personal del canciller Olaf Scholz.
«Una bofetada a Scholz» fue el comentario más recurrente después de las elecciones de Turingia y Sajonia. Cierto, aunque hay también un consenso general en que la principal razón de la derrota se debe a la ausencia de una clara política migratoria. Pero el estilo de gobierno del que hace gala Scholz ha oscurecido todavía más el panorama.
De nada sirvió a Scholz proponer nuevas políticas migratorias pocos días antes de la elección como reacción a un bestial atentado cometido por un fanático islamista en las calles de la ciudad de Solingen. Más bien ocurrió lo contrario. Para la mayoría de los observadores ese repentino cambio fue visto como una mera táctica electorera y no como el resultado de una política responsable. La verdad es que, como ya es su costumbre, Scholz llegó tarde a enfrentar el problema.
Podríamos incluso afirmar que la actuación de Scholz frente al tema migratorio corresponde con su actitud frente al tema más candente de su era: la guerra en Ucrania. Para decirlo más claro, nadie sabe cuál es la estrategia de Scholz frente a la guerra en Ucrania.
Cierto es que Scholz se atiene a las resoluciones de la UE y de los Estados Unidos, pero siempre deja la impresión de que lo hace de mala gana y, sobre todo, con notorios retrasos. Ni siquiera, como era el caso de todos los gobiernos anteriores, coordina con Francia y, con eso, la dirección política de la guerra -a la que a Alemania corresponde un lugar predominante- parece estar acéfala, o dependiente exclusivamente de las decisiones de Washington.
Un gobierno que se extingue
Gobernar supone dominar dos artes: el arte de la administración y el arte de la conducción. Scholz es sin duda -lo ha probado en distintos episodios de su vida política- un excelente administrador. Pero en el arte de la conducción mantiene un bajo nivel. El problema se vuelve más grave si atravesamos periodos marcados por guerras y crisis sociales.
Entonces la ciudadanía espera de su gobernante que tome al toro por las astas. El problema es que Scholz lo toma siempre por la cola. No aparece en público, no se dirige a los ciudadanos, parece que se escondiera de las cámaras. Nadie quiere ver, seguro, un líder belicista alemán, pero sí a alguien que los acompañe y dirija desde el gobierno. El recuerdo de Merkel todavía está muy vivo.
La Canciller Merkel, frente a cada problema grave que aparecía, buscaba a la opinión pública para explicar la situación o por lo menos para hacer sentir al público que en sus preocupaciones, miedos, inseguridades, ella estaba con ellos. No sucede lo mismo con los silencios de Scholz, silencios que obligan a gran parte de la ciudadanía a buscar liderazgos en otros lares. Y en gran medida los encuentran en los del nacional populismo.
¿Quién quiere que toda África se venga a vivir Alemania? AfD encuentra la solución: hacer deportaciones en masa. ¿Quién quiere que la guerra de Rusia a Ucrania se prolongue hacia el infinito? Sara Wagenknecht encuentra la solución: congelar el envío de armas a Ucrania para que Putin se apodere de todo el territorio ucraniano que le venga en ganas. Al fin y al cabo ese no es nuestro problema. Y así sucesivamente.
Los dos nacional-populismos alemanes crecen a nivel nacional pero sus reductos se encuentran en la parte oriental del país. No es el momento para indagar acerca de las razones de ese desequilibrio estructural que desde el fin de la RDA marca el destino de la nación. Quizás valga solo mencionar que las actitudes antidemocráticas de la ciudadanía del Este son de larga data e incluso preceden a la caída del muro.
En la ex RDA, así como en Polonia y Hungría, existían dos oposiciones. Una predominantemente urbana, formada por los disidentes prooccidentales. Otra, con fuertes raigambres culturales de tipo rural la que, sin oponerse directamente a la dictadura comunista, se recluía en sí misma cultivando una suerte de patriotismo nacionalista en contra del «internacionalismo proletario» de la clase comunista dominante. En Polonia, esa oposición era clerical. En Hungría, ultranacionalista; y en Alemania, definitivamente racista. Pues bien, esa oposición no desapareció con la caída del muro. Todo lo contrario: ella se reproduciría bajo nuevas formas, manteniendo como principal bandera las doctrinas xenofóbicas que la caracterizan. La reunificación también reunificaría a los fascismos de ambos lados de Alemania.
A quien quiera saber más de la proveniencia, desarrollo y auge de los grupos neofascistas alemanes, los mismos que hoy emergen como vencedores indiscutidos reagrupados en torno a AfD, recomiendo leer la excelente novela de Bernhard Schlink titulada «La Nieta». En ella encontrará el lector mejores informaciones que en muchos libros de historia.
La lucha en defensa del Occidente político no solo tiene lugar en el espacio internacional. En cada país europeo acosan las fuerzas disgregadoras de los nacional populismos, todos anti- democráticos, todos putinistas. Ese acoso también altera a Alemania por dentro. Su tronco tiene raíces en el Este pero sus ramas han crecido y se extienden de modo amenazante hacia el Oeste. Es probable que después de la debacle sufrida en Turingia y Sajonia el gobierno alemán lo haya al fin entendido. Pero ya es demasiado tarde, por lo menos tarde para un gobierno que se extingue.
Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS.
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