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Alemania: Un tabú ha sido roto, por Fernando Mires



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Alemania
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Fernando Mires | @FernandoMiresOI | febrero 7, 2020
@FernandoMiresOl

En la política alemana hay -o había- dos tabúes: uno grande y otro pequeño. El grande dice: ningún partido democrático debe hacer coaliciones con AfD (Alternativa para Alemania), un partido con potencial fascista xenófobo hasta la exageración, incluyendo incrustaciones antisemitas. El tabú más pequeño rige predominantemente para los socialcristianos (CDU/CSU) y dice: nunca –o casi nunca- hacer coaliciones con la extrema izquierda representada por Die Linke.

Ambos tabúes operan en función de la conservación de un amplio centro formado por Verdes, socialdemócratas, socialcristianos y liberales, clave que explica la estabilidad política de la nación y, en gran medida, su envidiada prosperidad económica.

Pues bien, en nombre del tabú más pequeño ha sido roto en Turingia (05.02.2020) el tabú más grande: la de no realizar alianzas con la extrema derecha, hecho que ha causado, según periodistas ávidos por motejar a las noticias, un terremoto político.

Los hechos: Bodo Ramelow de la Linke -pese a ser reconocido por sus adversarios como un buen gobernante- no logró alcanzar en octubre la mayoría absoluta. No obstante, gracias al apoyo de los Verdes y de la SPD más la abstención de la CDU esperaba ser reelegido ministro-presidente de Turingia y de este modo ejercer un gobierno “tolerado”.

Después de dos votaciones seguidas, la CDU, que no había presentado candidato, dio su apoyo al candidato de los liberales Thomas Kemmerich cuyo partido, FDP, representa apenas un 5% de la votación regional. Algo que habría sido lógico si es que Kemmerich no hubiera sido elegido ¡por un voto! (45 contra 44) gracias al apoyo inesperado -inesperado pero urdido – de AfD a su “ex- enemigo” liberal.

De la noche a la mañana, el liberal Kemmerich se convirtió en el candidato de la extremista AfD. ¿Por qué ese apoyo? Muy simple: la AfD irrumpiría como fuerza política rectora de Turingia y los raquíticos liberales -que de liberales solo les queda el nombre– asumirían el gobierno. Negocio redondo.
Con lo que no contaron ambos fue que la oscura jugada provocaría un fuerte repudio nacional. Todos los partidos democráticos, incluyendo fracciones de los liberales -cuyo dirigente Alexander Graf Lamsdorff dijo “no podemos ser elegidos por fascistas”- exigieron la renuncia de Kemmerich.
Por mucho que el parlamentario repitiera que él no gobernará con la AfD hasta el más lerdo podía darse cuenta de que su mandato surgió de un acuerdo negociado entre la ultraderecha y la propia CDU empeñada en que la coalición- roja- roja-verde no llegue al gobierno por segunda vez.
Pocas veces, tal vez nunca, ha habido una presión nacional tan grande en contra de una decisión regional. Al fin, Angela Merkel sintetizó la voz pública con una lapidaria frase pronunciada desde Pretoria: “El procedimiento del Parlamento en Turingia es inadmisible”.

Al jefe de los liberales Christian Lindler quien al parecer había dado visto bueno al nombramiento de Kamerich no le quedó más alternativa que pedir la renuncia del recién elegido ministro-presidente y, por consiguiente, la disolución del Parlamento de Erfurt. Zigzagueante curso que le puede costar caro: si hay repetición de elecciones su desprestigiado FDP quedará fuera del parlamento.

5 y 6 de febrero: días de plena civilidad en la aparentemente ritualizada política alemana. Discusiones intensivas, orgías mediales e, incluso, gestos épicos –la jefa de la Linke, Susanne Nennig-Welsow se acercó a felicitar a Kamerich “a lo Pelosi” arrojando a sus pies un ramo de flores-. Minucias aparte, lo importante puede resumirse en una pregunta: ¿Ha sido evitada la ruptura del tabú? La respuesta solo puede ser negativa.

El tabú ya está roto, vale decir, la incorporación, aunque circunstancial y momentánea de AfD a la política oficial, ya ocurrió. Si se quiere, ha sido un primer intento para constituirse en fuerza decisiva. De ahí que la pregunta del momento es si esa ruptura será fractura o trizadura. Por el momento, podemos aventurar algunas deducciones. A fin de simplificar será conveniente hacer una división entre deducciones politológicas (o teóricas) y deducciones políticas.

Desde el punto de vista politológico, junto a las grandes ventajas que ofrece el sistema parlamentario –debate público, limitación del poder ejecutivo, entre otras- han quedado claras algunas de sus inmanentes debilidades. Quizás la más notoria de todas es que mediante el procedimiento de las alianzas electorales el elector pierde gran parte de su soberanía.

La autonomía poselectoral de los partidos es efectivamente muy amplia bajo un sistema parlamentario. Supone de hecho una gran confianza de los electores en sus elegidos pues “ellos harán lo mejor posible con mi voto”. Eso no sucede siempre. O casi nunca.

De modo, que la autonomía de la clase política respecto a sus electores termina por producir resentimientos que, si se acentúan, llevan a un malestar con la política en general ante el regocijo de demagogos y extremistas como los de AfD quienes desde sus puestos políticos elevan su discurso en contra de los políticos.

A las insuficiencias del sistema parlamentario se suman en Alemania las que provienen del sistema federal. El federalismo, aparte de sus ventajas (una mayor autonomía económica y cultural, una disminución de los excesos derivados del centralismo) conlleva un latente peligro: que las decisiones a nivel regional no sean concordantes con las de nivel nacional. Ha sido el caso de Turingia.

La incorporación de AfD al decisionismo parlamentario, por muy breve que sea, rompe con un consenso tácito nacional. Hecho que explica por qué, aún después del rechazo nacional existan en Turingia fuertes resistencias al interior de FDP y CDU. De ellas, profita AfD, convertida así en adalid de la autonomía regional en contra de los dictados de «la burocracia de Berlín».

Los defensores de la elección de Kammerich vía AfD apelan al principio constitucional. ¿En dónde dice la Constitución que las alianzas con determinados partidos ha de ser interdicta? ¿Fue acaso la elección de Kammerich ilegal? Y efectivamente, apelando a un principio jurídico formal, los defensores de la elección de Kammerich tienen razón.

No así, empero, desde el punto de vista político pues las decisiones políticas no solo se dejan regir por el principio de la legalidad –eso llevaría a una judicación de la política- sino también, como destacaron a su debido tiempo Carl Schmitt y Max Weber, por el principio de la legitimidad.

La legitimidad, por cierto, debe ser legal. Pero a su vez supone atender a condiciones no prescritas por la ley, entre ellas las que se derivan de los consensos públicos, de las tradiciones nacionales y de principios éticos predominantes.

La ruptura de un tabú no significa necesariamente una ruptura con la ley. Y bien: eso es lo que ha ocurrido en Turingia. Los parlamentarios electores de Kammerich han roto con una norma –no con una ley– derivada de la legitimidad. Con sus provincianas maniobras han demostrado una enorme falta de sensibilidad con respecto a los consensos y tradiciones de posguerra.

¿Cómo no se les ocurrió que precisamente en los días cuando era conmemorado el Holocausto podía ser aceptado como definidor político un partido cuyo dirigente máximo Alexander Gauland opina que el periodo nazi fue una “cagadita de pájaro” (Vogelschiss) y en una región donde su candidato Björn Hocke es considerado un redomado fascista?

Al escribir estas líneas no está decidido si en Turingia serán llevadas a cabo nuevas elecciones u otro será el procedimiento de gobernabilidad. Lo que sí es seguro es que cualquiera opción lleva a un reforzamiento de la ultraderecha.

Si hay elecciones, recogerá votos surgidas de las ruinas del FDP y de la caída de la CDU. Si no, aparecerá como víctima de una confabulación fraguada por la burocracia de Berlín. Y por sobre todas las cosas, ocurra lo que ocurra, AfD ha logrado la ruptura de un tabú. No será la última vez.

Sus dirigentes saben que en los bordes más conservadores del socialcristianismo hay grupos que no aceptan la tonalidad liberal impuesta por Angela Merkel y ellos no vacilarán en dar su apoyo a la AfD si la izquierda en sus formas rojiverdes se convierte en alternativa de poder.

Lea también: “Su” Historia de España, por Fernando Mires

La sensibilidad de una de las más talentosas escritoras alemanas de nuestro tiempo, Juli Zeh, la llevó a escribir una novela titulada “Corazones Vacíos”. Allí nos describe una Alemania con un gobierno presidido por AfD surgido como consecuencia de la capitulación de los partidos democráticos de la nación. Presentada como distopía, la novela de Zeh podría ser -ojalá no lo sea- un visión anticipada de la realidad.

Importante es considerar que la ruptura del tabú en Turingia no solo fue obra de las innegables habilidades de AfD. Todos los partidos políticos alemanes deben ser sometidos a crítica. Por de pronto, Verdes y socialdemócratas, en su afán de crear un frente electoral de izquierda, han hecho todo lo posible por empujar a la CDU más hacia la derecha donde la espera ansiosamente la AfD.

El ejemplo más reciente lo proporcionaron los Verdes de Bremen en mayo del 2019. Habiendo llegado la hora de formar gobierno, los Verdes debían elegir entre el partido mayoritario, el social cristiano, o los dos partidos de izquierda perdedores, socialdemócratas y la extrema izquierda (Linke). Pues bien –llevados por su seudo izquierdismo originario- optaron por la segunda posibilidad.

No fue exactamente igual a lo hecho por la FDP y la CDU con respecto a la AfD en Turingia. Pero fue parecido. Sentaron un caso precedente. De la suma de casos similares podría resultar perfectamente un progresivo deterioro de la democracia alemana. Ya ocurrió una vez.

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