Alerta roja para la democracia en USA, por Vladimiro Mujica
Las manifestaciones desatadas a raíz del alevoso homicidio de George Floyd, perpetrado por un policía en Minneapolis, frente a la mirada impertérrita de otros tres uniformados, ya llegan a su décimo día y, la combinación de estos hechos con la pandemia, una compleja situación económica, y la polarización política de la nación, exacerbada por la cercanía de las elecciones presidenciales en noviembre, definen un cuadro muy preocupante para la democracia y el ejercicio de las libertades ciudadanas en los Estados Unidos.
No cabe ninguna duda de que el asesinato de Floyd, un ciudadano negro, debe ser condenado sin medias tintas, y que la protesta contra la brutalidad policial, que opera combinada con un claro elemento de discriminación racial, ha sido el motivo principal de las manifestaciones, en su mayoría pacíficas, que han reunido a gentes de todas las razas y religiones en los Estados Unidos.
Esta protesta ciudadana es, sin duda, un elemento central que debe ser reivindicado por todos quienes creemos en la democracia, la justicia y el imperio de la ley para todos. Es importante mencionar en este contexto, que este tipo de situaciones, donde la policía y el sistema legal actúan con mayor fuerza sobre las minorías de negros y latinos, son, en parte, legado de una complicada herencia que se remonta al pecado original de la esclavitud en la historia norteamericana, un escenario que sufrió un cambio radical con la guerra de secesión y el movimiento de los derechos civiles, profundamente inspirado por el liderazgo de Martin Luther King.
Pero a pesar de los inmensos avances hacia la integración social y racial que se han producido en los Estados Unidos, y que se evidencian entre otras cosas en el hecho de que el país eligió en dos oportunidades a un presidente negro, no cabe ninguna duda de que todavía quedan muchas tareas pendientes para la sanación de la nación y la construcción de una sociedad inclusiva para todos.
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Y también es fundamental entender que la fortaleza central de la democracia norteamericana es que ha sido capaz de procesar conflictos muy profundos, sin recurrir al enfrentamiento violento, con excepción por supuesto del episodio de la guerra civil. Otras sociedades, como el caso de la antigua Yugoslavia, que no pudieron manejar conflictos similares, terminaron desintegrándose.
Pero al lado de las protestas pacíficas, se ha generado una compleja situación que requiere un cuidadoso escrutinio, porque hay motivos para preocuparse, muchos y muy serios, por las consecuencias que los acontecimientos de estas semanas pueden tener para la democracia en los Estados Unidos.
En primer lugar, está la labor de los infiltrados en las manifestaciones, que se pueden clasificar en al menos tres grupos, de acuerdo a las informaciones recogidas en los medios de comunicación, las redes sociales y las autoridades federales: grupos fascistoides de ultra izquierda, ligados al chavismo y a organizaciones como Pink Code, que dirigió el asalto a la embajada de Venezuela en Washington; grupos activistas, presumiblemente anti-fascistas, como Antifa, y grupos extremistas islámicos.
Estas organizaciones han estado actuando claramente de manera coordinada y con una estrategia de acción y comunicaciones que desafía a los cuerpos policiales y militares.
Estos infiltrados son los principales responsables de los actos de violencia, conjuntamente con la delincuencia y los inadaptados que rodean a mucha manifestaciones que comienzan siendo pacíficas y terminan en actos violentos. A toda esta acción de los infiltrados en las concentraciones públicas, hay que sumarle un complejo entramado de desinformación y creación de verdades a la medida y fake news que se adelanta desde las redes sociales a través de actores humanos y robots manejados desde las naciones enemigas de Estados Unidos, como China, Rusia, Cuba e Irán.
Pero toda esta complicada realidad de perturbación social, que crea un riesgo real de violencia, palidece en importancia frente a la situación de polarización política que vive la nación y que abre la puerta para escenarios muy riesgosos.
El manejo extremadamente politizado que han hecho tanto republicanos como demócratas de la situación es muy preocupante. La colección de simplificaciones y argumentos enormemente sesgados como los que sostienen que el Partido Demócrata está controlado por fuerzas izquierdistas y pro-comunistas que instigan y financian las protestas con el dinero de Soros, o que la administración de Trump y el Partido Republicano están dominados por supremacistas blancos que pretenden instaurar una tiranía militarizada, son muy peligrosos no solamente porque son abiertas manipulaciones y simplificaciones grotescas, sino porque conducen de manera irreversible a una división cada vez más profunda e irreparable de la sociedad norteamericana.
No es de extrañar que una parte de la diáspora venezolana se haga eco de las vergonzosas distorsiones y trivializaciones que difunden las redes sociales. Es lamentable leer como algunos de nuestros compatriotas usan la presencia de chavistas infiltrados en las manifestaciones para exigir que se elimine a los izquierdistas y comunistas, o que se reprima a los negros sublevados.
Ignoran con esa conducta que la mayoría de la gente que ha estado participando en las demostraciones públicas, negros, blancos e hispanos, tienen un motivo legítimo para hacerlo y que sus actos están protegidos por la Primera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos.
Una cosa es denunciar la injerencia obscena del chavismo en promover las protestas violentas en Chile, Ecuador y ahora los Estados Unidos. Eso se debe ejecutar sin cortapisas, sobre todo porque el no hacerlo puede conducir a que se desate una campaña de xenofobia contra los venezolanos y a que se debiliten las posibilidades de que quienes están solicitando asilo lo obtengan. Otra, muy distinta, es reaccionar irracionalmente y promover el mismo estado de corrupción del debate político que condujo a la aparición de la desgracia chavista en Venezuela.
En otra dirección de este intricado laberinto, existe la posibilidad de que el gobierno de Trump intente una demostración dramática de poderío militar contra el régimen venezolano o el iraní, con el argumento de que los infiltrados en las manifestaciones estarían generando un acto de agresión interna. La probabilidad de que esto ocurra no es nula, y ello significaría un cambio dramático tanto en la dinámica electoral interna de los Estados Unidos, como en la situación venezolana.
Tiempos de alarma para una de las democracias más sólidas del planeta. Una con la cual todo el mundo occidental tiene una deuda muy importante por la derrota del nazismo y por ponerle freno al engaño comunista.
Eso quizás no se entienda con claridad en nuestro medio, por la relación de amor-odio que los latinos tienen con los Estados Unidos, pero cabe poca duda de que el vigor de la democracia norteamericana es algo que a todos, especialmente a los venezolanos, nos convendría preservar dentro de un claro espacio bi-partidista. Ya deberíamos haber aprendido que estimular la polarización social es la muerte de la democracia. Pero después de 22 años de chavismo, seguimos sin aprenderlo.