Ambiciones y miserias, por Leandro Area P.
Twitter: @leandroarea
Desde el miradero en el que me encuentro se observa un panorama de país inhumano y ruinoso que requiere de respuestas urgentes que no son siempre de encuentro fácil ni de provecho definitivo.
No se visualizan desde aquí ni escenarios internos ni externos, ni púlpitos valederos, ni voluntad política concertada, que nos permitan predecir, tan siquiera imaginar en el corto plazo, salida satisfactoria a la profunda crisis que vive Venezuela.
En estas, interrogo, a falta de hombres vivos y sabios, a aquellos que nos precedieron en el tiempo y dedicaron toda una vida de esfuerzo por comprender y escribir tantas veces sobre estos ultrajes a la vida de las naciones y de la mayoría de los seres humanos que las habitan y las sienten y tanto las padecen.
Son ellos monumentos que se sostienen en el milagro insuficiente de construir felicidad en ideas, pero echando mano del salvavidas según el cual no aspiran a la verdad sino a la duda que alumbre nuestra afanosa búsqueda. Pero esa no es la respuesta que persigo.
Necesito —el país requiere— de certidumbres orientadoras y así escojo al azar de multitud de biblioteca un libro escrito por uno de esos seres que uno supone y desea sabio y me encuentro y dejo llevar por El pecado original de América, donde H. A. Murena afirma —en párrafo casual y resaltado en amarillo por el dueño anterior de tal volumen— que: “¡Cuánta desesperanza, cuánta tensión, cuántas posibilidades y cuánto fracaso!”.
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La frase me encontró y ya sé que razón no le falta, pero huyo de tal constatación empírica, tan poco auspiciosa de tan cierta, que cierra el capítulo a la posibilidad de ser, de construir, de dar, aunque difícil sea en este caso, mensaje de optimismo y esperanza.
Sigo, confieso distraído entre los volúmenes maravillosos cada uno, mientras la realidad me exige disimulada en los ruidos que llegan de la calle y me detengo en nuevo brinco de casualidad en el título Los libros de mi vida de Henry Miller. Busco entre sus líneas y me lee: “Nuestro mundo acercase rápidamente a su fin. Está por abrirse otro mundo nuevo. Para que florezca ese mundo nuevo tendrá que descansar tanto en los actos como en la fe. El mundo tendrá que hacerse carne”.
Utopías, cierro el libro, discurso, fantasías del espíritu, canciones, aspiraciones milagrosas y románticas, falsos ídolos, dictaduras, palabras —iba a decir literatura—, religiones, pensamiento mágico al servicio de la mano de todos sin siquiera movernos de la casa cada uno. Soluciones delivery, express y, además, a la carta.
Lo siento, les reclamo, allí no está lo que buscamos. Lo que nos urge es de paciencia y tino, aunque estemos hartos de tanta paciencia y de tan poco tino para nombrar y construir una posibilidad cierta, una intención creíble mayoritariamente de superación de realidad y de constitución de una conciencia.
Pareciera fácil repetir hasta el cansancio —al papel qué le importa—, pero seguimos atascados en la orilla de nuestros desencuentros sin saber qué hacer frente a los ojos atónitos y expectantes de tantos que nos miran ansiosos y de otros que, gustosos y satisfechos, se burlan desde el poder que nos domina y amilana.
¡Que se sepa que estamos aprendiendo en dictadura lo que queremos ser en democracia! No se olvide tampoco una tendencia perniciosa a vivir aletargados bajo los efectos del Lexotanil de la nostalgia; de la mala porque la buena hay que conservarla. Pero, en verdad, estamos reconociendo lo que deseamos como sociedad desde las penurias que impone la dictadura. Y el deseo es libre y habilidoso para lograr —desde la miseria de lo que no tenemos o de lo que perdimos, desde la necesidad— lo que anhelamos.
Los que no vieron o no vivieron en la bonanza de ciudadanía que teníamos pareciera tuvieran esa ambición, ese gen democrático, memoria de lo no vivido en lo que la democracia alienta de apetito insatisfecho. Pareciera nuestra fatalidad esta la de la permanente lucha por alcanzar lo que no tenemos o lo que bien tuvimos y al fin perdimos.
La democracia que queremos es un largo camino y es tiempo ahora de destrezas, de ponerlas en marcha para satisfacer nuestra histórica ambición de república civil y ciudadana, tantas veces repetida, pero no por ello lograda o de inútil recuerdo, con posibilidades de progreso en libertad y paz.
No menos que eso esperamos aunque haya que comenzar por aprender desde el principio el abecedario germinal que dejaron los que nos precedieron para que pudiéramos soñar y trasmitir lo que soñaron.
Leandro Area Pereira es escritor, profesor y diplomático.
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