¿Amnistía es impunidad?, por José Domingo Blanco
Sin ánimos de dármelas de jurista, que no soy, desde que comenzó a mencionarse la Ley de Amnistía, son muchos los cuestionamientos que me he hecho. No con el ánimo de condenarla; pero, sí de entenderla desde varias perspectivas. En este momento, siento que Venezuela tiene unas heridas que no han cicatrizado producto de veinte años de crueldades. Veinte años de torturas. Veinte años de desapariciones…Veinte años de muertes. Y me cuesta pensar en esa ley como la única salida. Porque no sé si, al final, esa amnistía viene a constituir una especie de ayuda humanitaria para los criminales que desgobiernan el país y de quienes, hasta ahora, no terminamos de librarnos.
En ocasiones, la veo como un señuelo que busca seducir a los culpables de que Venezuela se encuentre en la situación de indigencia en la que está. Una manera de tentarlos para que inclinen la balanza a favor de la salida del usurpador y la restitución de la democracia. Una especie de salvoconducto que les permitirá salir ilesos por el apoyo que, en su momento, les hayan brindado a estos criminales. Mas no así, como un mecanismo que los haga libre de culpas. La carga de sus crímenes, la cantidad de dinero robado, la suma de cada bala detonada que haya segado la vida de algún manifestante que solo pedía libertad, la juventud perdida en una celda de nuestros estudiantes, encarcelados solo por expresar su oposición a este régimen dictatorial, si en mis manos estuviera, deberá perseguirlos como el leit motiv de sus vidas. Perseguirlos como su sombra.
Porque sus crímenes han horadado nuestras almas. Y tanta maldad, incluso ante los ojos de Dios, no puede tener perdón
Pero, ante la posibilidad de que el régimen esté en sus días finales, los conversos deben estar barajando sus opciones para “redimir” sus crímenes y salvar el pellejo –incluso hasta salvar las fortunas acumuladas en tantos años de chanchullo y macolla. Y, hagan lo que hagan, no terminarán de convencerme de su arrepentimiento. Porque el sentido común y la moral, no pueden permanecer nubladas durante dos décadas.
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Somos muchos los venezolanos que esperamos ver, desde mucho antes del 23 de enero de 2019, un atisbo de arrepentimiento real, y no porque se asome una posibilidad de restablecimiento de la democracia en nuestro país; situación que los pone en riesgo de ser juzgados como cómplices de una banda criminal. Siento que sólo pidiéndole perdón a cada madre o padre que quedaron huérfanos de hijos porque sus balas acabaron con sus sueños y con sus vidas, quizá y sólo quizá, pueda, medianamente, pensar que están arrepentidos de sus delitos. Y es en esos momentos, al pensar en todas las víctimas de este régimen, cuando la amnistía se me transforma como un perdón inmerecido para dictadores, torturadores y cancerberos.
La magistrada emérita, Blanca Rosa Mármol, es de la opinión que la Ley de Amnistía, tal como está planteada, es una oferta para los verdugos; y que, en lugar de servir, como la propia ley indica, para facilitar la concordia y el restablecimiento de la paz; a su juicio, apunta a lo contrario porque olvida a los presos políticos de la oposición y a las víctimas. Para la doctora Mármol, termina siendo una oferta tentadora para los que han cometido todos estos delitos de lesa humanidad, y en una herramienta para lograr una solución que produzca la salida a lo que estamos viviendo. La Amnistía, a su juicio, debe venir después de que se establezca la justicia. Y coincido con ella cuando dice que, en Venezuela, para que haya paz, primero debe haber justicia. Porque en el país hay demasiadas víctimas, demasiadas torturas, demasiadas detenciones arbitrarias, incluso de menores de edad, que siguen impunes y esperando castigo severo para los culpables.
También es importante que recordemos que, si bien la Ley de Amnistía elimina el delito, no condona los de lesa humanidad.
Impedir el ingreso de ayuda humanitaria al país, para evitar que sigan muriendo nuestra población, es un delito de lesa humanidad. Y el mundo entero es testigo y sabe el nombre de quien lo comete
Que un concierto de países quiera enviar recursos para salvar la vida de quienes mueren de hambre o por falta de medicamentos, y el régimen se niegue a recibirla por considerarla injerencia en los asuntos internos, deberá convertirse en la prueba contundente que lo condene. Porque, somos una nación con heridas muy profundas. Y cuando se ha convivido por veinte años con tantas muertes, tantas desapariciones, tanto dolor, es muy difícil incorporar al léxico la palabra perdón…mucho menos olvido.
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