Amores de cerca, por Marcial Fonseca

El pueblo presentaba las características de la orografía larense, aquí una venta de instrumentos musicales de cuerda, allá, mute recién hecho; por aquí, trabajos artesanales y en todas partes, el conocido cocuy de penca de la región; y si era antes de las once de la mañana, un simple trozo de penca bastaba.
Él, cada vez que visitaba su pueblo, raras veces salía de la casa materna; prefería conversar con sus padres, hablarles de sus vivencias en la capital y descansar. Ya tenía quince años en Caracas; en su lugar de nacimiento quedaban solamente sus progenitores; y él se limitaba a enviarles dinero para que lo visitaran; sin embargo, al menos una vez al año iba a Duaca; en esas oportunidades no contactaba a sus amigos de infancia.
A quien nunca olvidaría sería a su vecina. Recuerda que todo comenzó con conversaciones insulsas en la cerca que limitaba ambas casas; ahí empezaron a conocerse. Tres meses después de haberla conocido, él ingresó al Ministerio de Obras Públicas como supervisor de construcción civil del trazado de una vía rural en el oriente del país.
Y sus visitas a su terruño ahora eran sinónimos de enclaustramiento en la casa de su familia; ya la muchacha no le llamaba la atención; sin embargo, ella seguía paseándose por la cerca para saludarlo.
Transcurrió el tiempo. Y en una de las ocasiones que salió a caminar por el pueblo, se encontró una joven muy bella que nunca había visto y quedó impactado por lo voluptuoso de su figura; le calculó unos dieciséis años. Quiso empezar un cortejo de alguien ya acostumbrado a hacerlo en la capital; pero simplemente ella se asustó, no respondió a los avances amorosos, o quizás era la primera vez que la veían como una mujer. Pero el galán continuó en su macán; luego se enteraría que era hija de la vecina.
Esta intervino y lo amenazó; le pidió que dejara de estar pajareando a su hija y que no volviera a acercársele; la muchacha pensó que su mamá se estaba pasando de mojigata. La progenitora no sabía lo avanzado que estaba la conquista de su hija; no se percató de que la chica ya estaba en las garras de él y este pensaba que al final la madre tendría que aceptar pasar de amante a suegra.
Y por ello el pretendiente, en su último suspiro, no entendió la reacción exagerada de la progenitora que lo apuñaleó cuando lo consiguió en la cama con la hija.
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En la celda de la policía, la madre pensaba que había sido una mala idea no haberle comunicado, a él, tres lustros atrás, que la noche aquella había dado su fruto, que había quedado preñada. Ahora la hija quedaría huérfana, y nunca se enteraría de ello.
Marcial Fonseca es ingeniero y escritor
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