¿Ana karina rote o acuerdos?, por Julio Castillo Sagarzazu
Twitter: @juliocasagar
Cada 12 de octubre tiene lugar en el mundo hispano un recurrente y absurdo debate sobre si la fecha debe ser celebrada o no. Quizás, procediendo políticamente incorrectos hacia Hispanoamérica, los españoles escogieron como su fiesta nacional la llegada de Colón a la isla de Guanahani y con ello el comienzo de la colonización. De niños, lo celebrábamos como el Día de la Raza. Ahora, con peor gusto (pero políticamente correcto de acuerdo con la moda), algunos lo celebran como el Día de la Resistencia Indígena.
En realidad, toda la quincalla ideológica que se ha montado sobre la fecha esta sacada del baúl de los reconcomios y los enfrentamientos sin los cuales no puede desarrollarse una política extremista en el continente. Entre nosotros, varios episodios de esta tragicomedia han llevado al derribo de estatuas de Colón, para sustituirlas por la de caciques indígenas de latón y de un kitsch insoportable.
La verdad sea dicha: ni los españoles nos trajeron cataratas de desgracias ni los indios aborígenes eran figuras angelicales.
Nuestros antimperialistas y reivindicadores del indigenismo olvidan que la frase que sirve de título a esta nota, significa «solos los caribes somos humanos» y que estos consideraban como normal arrasar con las tribus enemigas y comerse a los vencidos. El genocidio de los Imperios precolombinos pasa por debajo de la mesa y sus tropelías son mimetizadas como usos y costumbres.
No se sabe de cuál pureza de raza se reclaman y como aún se cae en el despropósito de hablar de «nosotros» para referirse a los aborígenes americanos y de «ellos» para referirse a los españoles.
Por las venas de cada hispanoamericano corre tanto sangre española como india y de la de los negros traídos del África. A su vez, por la de los españoles corre sangre árabe, romana, fenicia, íbera, celta y pare usted de contar.
La verdad es que no nos queda nada bien, a quienes tenemos la hallaca como plato nacional, seguir con la necedad de estas diferenciaciones.
Nuestra verdadera riqueza es el mestizaje y el ana karina rote es una frase para el olvido y no para el orgullo.
Ahora bien, cayendo en la política, valdría la pena también poner en valor el mestizaje y el verdadero melting pot que ha sido siempre nuestra manera de ver esta actividad tan vieja como el ser humano mismo.
En efecto, fueron los blancos de orilla, los mestizos más acomodados de la época quienes, influenciados por las ideas de la Ilustración, comienzan a oponerse, por legítimos intereses de clase, a la Guipuzcoana que tenía el monopolio del comercio exterior de la Colonia.
Nuestra Independencia, consecuencia de la situación geopolítica de la época, fue el escenario donde nacionalidades y guerreros de todas las proveniencias se encontraron para aliarse o para luchar entre ellos.
Nuestra historia política es la historia del liderazgo de venezolanos mestizos en el ejercicio del poder. Nunca nos gobernaron emperadores como en México o Brasil ni piratas como en varias islas del caribe cercano.
Desde nuestros padres fundadores, hasta hoy, todos han sido mestizos, a mucha honra. El más cosmopolita de todos, Francisco de Miranda, fue rechazado varias veces en la academia militar de la metrópoli por no tener claro su origen. Tuvo su padre que comprar una licencia para obtener su entrada a la institución.
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Pero este mestizaje no solo tiene que ver con el origen étnico, también tiene que ver con la proveniencia de las ideas.
Tomemos el ejemplo del más paradigmático de nuestros líderes democráticos: Rómulo Betancourt, nacido de inmigrante canario y madre venezolana. Este guatireño fue fundador del Partido Comunista de Costa Rica y funda el ARDI en Colombia (Alianza Revolucionaria de Izquierdas) precursora de Acción Democrática.
Si leemos el Plan de Barranquilla, primer documento que intenta dar una interpretación política del gomecismo y sentar las bases de una estrategia democrática en el país, no podemos sino calificarlo de programa de inspiración marxista, pero que propone salidas democráticas.
En el lenguaje del marxismo se trata de un texto «revisionista» y no cabe duda que todo el proceso político venezolano en la lucha contra la dictadura gomecista y sus etapas posteriores, estuvieron influenciados por estas ideas. El Plan de Barranquilla se convirtió, efectivamente, en una suerte de tapón doctrinario que bloqueó la influencia del Partido Comunista de Venezuela. (Obviamente, también colaboró en ello el apoyo a Medina sugerido por el browderismo estalinista. Pero esta es otra historia)
De manera que podemos decir, y faltando a la rigurosidad académica, que el comunismo revisionista nos salvó del comunismo estalinista.
El caso de Betancourt es notorio y paradigmático, como se dijo, pero el liderazgo político venezolano está integrado por personas que vienen de los más distintos orígenes y las más variadas ideologías.
Muchos han pasado por diferentes corrientes y muchos convergen, hoy día, en la necesidad de recuperar la democracia y las libertades en Venezuela.
Se aproxima un proceso electoral. Aun no conocemos los detalles y las condiciones. Pero allí esta el desafío y el compromiso para llegar a acuerdo que permitan una opción competitiva para enfrentar al chavismo.
No pensamos igual (gracias a Dios) todos aquellos que creemos que hay que salir de este atolladero, pero estamos compelidos a propiciar este acuerdo.
De nada vale plantarse en temas que podremos discutir en su momento. Hay fuego en el bosque y el tigre y el conejo corren juntos para escapar de las llamas. Ya veremos cuando se apague el incendio.
El mestizaje de nuestra raza debería guiarnos en los acuerdos que necesitamos. Enarbolar el ana karina rote de nuevo sería una gran tragedia nacional.
Julio Castillo Sagarzazu es maestro.
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