ANÁLISIS | La oposición y sus rupturas “temporalmente indefinidas”

Los políticos de oposición que quieren participar en las elecciones parlamentarias y de gobernadores saben que transitan un terreno resbaladizo. Ni siquiera un gobernador chavista electo es capaz de afirmar que puede terminar su período sin antes terminar en un ministerio o una embajada
Los dirigentes de Un Nuevo Tiempo y el Movimiento Progresista de Venezuela – expulsados de la Plataforma Unitaria por empeñarse en concurrir a votar en las elecciones parlamentarias y de gobernadores de mayo- tienen la esperanza de que, más adelante, las pasiones bajarán y volverán a hacer causa con sus antiguos compañeros.
Omar Barboza, que renunció como Secretario Ejecutivo de la Plataforma, y que es uno de los jerarcas de UNT, no quiere dramatizar: alude la existencia de “diferencias tácticas” entre ambas tendencias y pide que se acabe “el torneo de descalificaciones”.
Predomina en los expulsados una sensación de cierta incredulidad, con una renuencia muy clara a declarar o agravar el tamaño de las diferencias. Y aunque no podemos hablar de un cisma de proporciones demasiado impactantes para la sociedad venezolana -el universo de tensiones de los partidos políticos de este momento es muy inferior al descontento civil en el país-, sí cabe hablar, sin demasiado sesgo dramático, de una división. La oposición está dividida, política y personalmente.
Hay voceros que no quieren usar ese vocablo, y miles de internautas y activistas indignados que prefieren hablar de una depuración, o de una ruptura ante una traición. La medida tomada por la Plataforma Unitaria contra los políticos que quieren participar en estas elecciones, en un tiempo en el cual hay tantos dirigentes presos, clandestinos o en el exilio, ha sido inusualmente rígida y terminante, contraria a sus procedimientos salomónicos. Y la división de Primero Justicia, uno de los epicentros de este estallido, ya irreversible desde hace algunas semanas, concretan una ruptura, que luce “temporalmente indefinida.”
Los políticos más conocidos del grupo que acaba de migrar de la Plataforma Unitaria son Henrique Capriles y Manuel Rosales -el primero, candidato a diputado; el segundo, a gobernador. A ellos se les acusa de haber pactado con el gobierno de Maduro los términos de su participación en estas elecciones, quedando aún tantas preguntas por responder, y tantos reclamos sin atender, en las pasadas presidenciales.
El grupo de Capriles que se ha marchado de Primero Justicia -Tomás Guanipa, Juan Requesens, Ángel Medina, Pablo Pérez, Amalia Belisario-, ha integrado unas planchas con los dirigentes más conocidos de Un Nuevo Tiempo, Stalin González y Luis Emilio Rondón. Junto a ellos están presentes políticos conocidos, como Henri Falcón y Felipe Mujica. Forman parte de las corrientes del campo democrático que han hecho del ejercicio del voto un acto de fe público, con su carga mesiánica, tradicionalmente críticos de los procedimientos de Machado.
La certificación de una división entre las filas opositoras no es, en este momento, por disparatado que suene, un evento particularmente inquietante o con alguna trascendencia, incluso al momento de calibrar las posibilidades del cambio democrático.
No sólo ocurre que una de las dos tendencias enfrentadas, la de María Corina Machado -con los partidos de la Plataforma apenas al remolque- controla la institucionalidad de las filas de la disidencia y es muchísimo más grande que el grupo de Capriles, Rosales y Guanipa.
Ocurre también que los políticos que se están postulando a cargos electivos en esta cita electoral saben perfectamente que transitan un terreno resbaladizo, donde no serán capaces de garantizar resultados ni cumplir con lo que afirmen; con muy poco margen para ejercer cabalmente en sus cargos en el marco de la restrictiva legalidad del chavismo. En la política venezolana de estos años ni siquiera un gobernador chavista electo es capaz de afirmar que puede terminar su período de gobierno sin antes haber sido asignado, sin que medien explicaciones, a un ministerio o una embajada.
Lo que a todo el mundo le ha quedado claro, luego del 28 de julio del año pasado, -aunque muchos no lo digan, o no lo quieran reconocer- es que en Venezuela, literalmente, puede pasar cualquier cosa y nadie será capaz de evitarlo.
En las corrientes que acompañan a Capriles y Rosales hay dirigentes que piensan que es momento de replegar las exigencias extremas, de ejercer la política hasta donde sea posible, de fomentar el diálogo social con el chavismo para buscar soluciones concretas urgentes a la crisis económica existente, mientras se crean mejores condiciones para un ambiente electoral consensuado en el mediano plazo.
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Este razonamiento es inaceptable para la mayoría de la oposición, que todavía piensa que es legítimo reclamar los resultados de las elecciones presidenciales y no acepta otro llamado que no sea el de la líder María Corina Machado. Para ellos, el paso dado para participar, negociando condiciones a espaldas de los demás, es una traición.
“Hay un tema fundamental, no podemos ser tontos: no tiene sentido que dejemos solos a los chavistas en unas elecciones si nos están dejando algunas puertas abiertas para participar”, afirma un importante dirigente opositor de Un Nuevo Tiempo que ha preferido mantener su nombre en la reserva. “Nosotros somos responsables también de que esto no llegue a Nicaragua. Al que quiera votar, porque muchos quieren votar, hay que darle opciones para votar. Si nos vamos de la política lo que harán los chavistas es consolidar la dictadura, radicalizar, fingir unanimidad y apretar con la reforma constitucional”.
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