Análisis por descarte, por Simón García
Twitter: @garciasim
Un analista debe alejarse de los enfoques tradicionales, descartar el mal juego de la rutina. Mirar más allá de los esquemas congelados y someter los hechos a un pensamiento paralelo. Aunque nadar contra corriente no lleve siempre a una acertada interpretación, es reconfortante disponer y ofrecer visiones que no respondan a un patrón único.
Ya resulta tonto considerar a la oposición como una realidad independiente del régimen autoritario. Su sistema político es una horma fuerte, insaciable a acumular capacidad de control, que impone sus reglas, extiende sus valores por los intersticios de la vida social y conforma una armadura opresiva que se sobrepone habitualmente a todos los sujetos políticos e institucionales, incluidos los diversos modos de hacer y ser oposición.
La pregunta es si aún existe margen de acción para una estrategia que efectivamente reduzca y atraiga a sectores que actualmente apoyan al régimen, pero que manifiestan distintos grados de inconformidad y rechazo con su desempeño actual, siendo chavistas en general o seguidores de Maduro en particular. ¿Tienen las distintas ramas de la oposición, recursos y reservas para retoñar fuera de su pequeña y desabrida salsa?
Una posible respuesta, todavía dentro de la caja, es expresar una política más alternativa que opositora. La acusación fácil sobre que ella disminuirá la resistencia al régimen no parece válida en comparación con una mala praxis que, repetida sin autocrítica ni rendición de cuentas, ha fortalecido al estatus y debilitado a la oposición. Por años.
La recurrente pérdida de realidad de la oposición en estos dos decenios ofrece evidencias demasiado graves y dolorosas para dejar de verlas.
En primer lugar, la oposición elabora discursos contrarios al gobierno que no le hacen mella. En segundo lugar, no existen empeños sistemáticos para restablecer la comunicación entre élite política y el venezolano que ya no puede ir al mercado. Y finalmente, la oposición, no importa el sector según el final de la metáfora sobre la manzana podrida, devela un proceso de descomposición en términos éticos, de imperio bestial de los cálculos pragmáticos y enclaustramiento en sus ficticias batallas por el poder.
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La política debe volver a ser una asociación de ideales, intereses cívicos y voluntad de transformación para convivir y vivir mejor. En esa concepción no priva cuántos cañones se tienen sino para qué se tienen y hacia dónde apuntan. La duda pisa sobre las certidumbres: ¿puede esta élite rectificar y superarse? Para volver a creer en los políticos no hace falta exigir mucho: apenas lograr que algunos dirigentes hagan un gesto como el de Ricardo Lagos que condujo a Chile al cambio en reconciliación y unión para reconstruir al país. ¿Es mucho pedir?
No tengo una manual sobre qué es una política más opositora que alternativa, pero albergo la convicción que hay muchos dirigentes que poseen visión estratégica para situarse por encima de las pequeñas contiendas, comenzar a ser referentes para la renovación de los partidos, la construcción de espacios y relaciones democráticas necesarios para convertir un triunfo electoral en una transición.
Mi optimismo genético me conduce a desechar el váyanse todos y el todos son malos menos yo. El cambio o es obra conjunta o no lo habrá. Es como dice Descartes: «Dos cosas contribuyen a avanzar, ir más deprisa que los otros o ir por el buen camino».
Simón García es analista político. Cofundador del MAS.
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