Analistas en escena, por Fernando Rodríguez
Hubo un tiempo ya lejano, por allá cuando la Constituyente de los inicios del Caudillo y el Horror, en los cuales cantidad de abogados se convirtieron de la noche a la mañana en constitucionalistas. Eso decía un caustico jurista amigo mío que aludía a que entre esos especialistas había más de un copión y autores de exámenes de 11 o 12 puntos en las materias solemnes de derecho constitucional. Pasó la constituyente aquella, parió una constitución, y la mayoría de los especialistas en la magna ley de leyes volvieron a sus lares profesionales habituales, más ligados al dinero y a la astucia del litigante que a los grandes valores de Juan Germán Roscio y el Libertador.
Ahora y siempre, es el tema de estas líneas, existe la profesión de analista político. Esta está constituida por una gran variedad de oficios que la alimentan que van desde politólogos, políticos propiamente dichos, encuestólogos entusiasmados por manejar números, oficiantes de profesiones vecinas (sobre todo periodistas, historiadores, sociólogos…) hasta Raimundo y todo el mundo, taxistas y barberos en lugar destacado. Todo el mundo tiene sus ideas en política, como muchísimos en beisbol también.
Pero de un tiempo a esta parte el oficio se ha hecho un muy dificultoso y ha obligado a la deserción de muchos, por ejemplo de literatos y artistas de toda laya, que se han concentrado en sus líricos quehaceres y abandonado ese campo minado de prosaísmo y bastante de lo peorcito de la humana condición. Mejor leer a Rilke o Dostoievski que tratar de intentar la disección de la Fosforito o Pedro Carreño, no digamos de Cabello o Jorge Radríguez y, por supuesto, del mismísimo usurpador o su padre que nos mira desde el Olimpo de la historia. Pero mucha gente, de otras comarcas, también se fueron eclipsando.
Unos se fueron a Miami, donde dicen la vida es más sabrosa o, más exactamente, hay más calidad de vida, además no impide que se sufra por la patria perdida y avasallada. Otros se adentraron en investigaciones más profundas del proceso, sin demasiados frutos visibles. Algunos simplemente hicieron mutis, se hicieron políticos-políticos o apolíticos-apolíticos. Conozco algunos que se convencieron profundamente que esta era una maldición divina o del destino que solo Dios o el Hado podían revocar algún día.
Pero yo quiero señalar una razón más de fondo, yo que he sido y soy analista y padezco todos lo males de ese curioso quehacer. La dictadura se ha hecho tan larga y su demolición del país tan espantosa, histórico mundiales, que la tarea del analista se ha venido reduciendo a un terrible callejón, sin salida como veremos: diga usted cómo y cuándo va a terminar nuestra residencia en el infierno. Lo demás sobra o, en lo mejor de los casos, podría ser para denunciar (con nombre y apellido) a los corruptos o revelar las intimidades de las fuerzas armadas. Pero como quiera que los analistas, y el país claro, ya tienen veinte años haciendo predicciones y ninguna ha logrado remover la tiranía, salvo aquellos tres días del golpe de abril, la gente se ha cansado de oír las premoniciones de los analistas. Y estos se han hecho cada vez más temerosos de hacerlas.
El oficio, en dos platos está de muy capa caída. Y si uno sigue es por aquello de escribe que algo queda o por algún bendito conocedor, no vale familia o grandes amigos, que te dice lo leí el domingo, muy acertado. Y uno se lo cree para recomenzar la siguiente semana.
Pero solo quería apuntar que la difícil empresa ha encontrado una salida metodológica que algún oxígeno le da: los denominados escenarios. Eso es así: usted expone lo terrible de la situación, por estos días lo bien que lo está haciendo el prócer Guaidó y el cerco externo e interno de Maduro, pero eso no conduce a decir donde está la llave de los campos sino a plantear muchas salidas que van desde que Maduro se quede en el poder por el resto de su vida y nosotros nos convirtamos en siervos cada vez más dóciles y descrebrados hasta que en pocos días tomemos Miraflores o lo hagan los marines o los generales corruptos o no.
Puede incluso pensar que el país se va a fracturar en varios pedazos, uno para cada fracción en pugna o cosas similares o que Siria va a ser una verbena al lado de nuestro postrer sacrificio. O que nos acordemos y que haya elecciones muy impolutas, es decir, sin Tibisay ni Maduro. De esta forma usted no puede perder, por algún lado saltará la liebre. Y usted puede seguir de analista, aunque algo tedioso y mojigato. Es que la cosa es dura, muy dura y hay que poner todas las cartas sobre la mesa.