Anatomía del chiste, por Aglaya Kinzbruner

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Como todos saben, un buen chiste no es cualquier cosa, saberlo contar, ni hablar. Todo chiste tiene una estructura, 1. Introducción, 2. Desarrollo y 3. Punch line o remate. La mitad de los sanitaristas, nutricionistas y otros locos dicen que los chistes bajan el cortisol que es la hormona del estrés. Sigmund Freud que si no ganó un Nobel ganó un premio Goethe, decía que venían directo del inconsciente.
Ahora vamos a analizar uno sencillito, el de la cucaracha. Luego pasaremos a mayores cuando analicemos los chistes que tienen dos remates seguidos. Iba una pobre cucaracha por ahí cantando una canción cuando un zoólogo sátiro, y todo para hacer un experimento, ¡zás! con una pinza, como las de cejas, le cortó una patica. Luego gritó: – ahora corre – y la cucaracha corrió. Más tarde le cortó la segunda y gritó: – corre – y, como pudo, la cucaracha corrió. Luego luego, como dicen los mexicanos, la tercera. Y la cucaracha corrió. Al cortar la cuarta dijo: –corre, pero la cucaracha quedó sentada. «Ven – dijo – eufórico el científico – ¡al cortar la cuarta pata queda sorda! – No queremos comentar nada acerca del zoólogo que no sabía que la cucaracha, como todos los insectos tiene tres pares de patas ya que éste debía ser como los nutricionistas de Google que dicen tantas babosadas que uno termina comiendo todo lo contrario.
Ahora contaremos un chiste con dos remates. Tengan paciencia. Tres agentes de inteligencia, el cuarto anda perdido, se encuentran con una momia. Deciden hacer una apuesta a ver quién es más avispado. El primero, uno de la CIA, examina la momia y al cabo de seis horas, dice – es una momia, probablemente egipcia, quizás mujer, nunca se sabe, miren lo que pasó con el púgil argelino, 66 kg, que dijo que era mujer, y hasta le dieron medalla de oro y luego resultó ser hombre. Dicen que los franceses no distinguen muy bien una cosa de otra. Se hizo adelante el agente del Mossad y al cabo de cuatro horas, dice; – definitivamente es mujer, quizás una reina, por lo elegante que anda vestida, murió joven y era muy parlanchina. ¿Y eso por qué? Preguntó ´Clem el de la CIA. – Porque no le encontré la lengua por ningún lado seguramente se le desgastó”. Contestó Ari el del Mossad.
«Ahora me toca a mí» dijo Sasha el de la KGB (ya no se llama así pero a fines de este examen forense/gramatical no importa). Volvió a las dos horas y dijo; – es la reina Hatsheput IV, vivió en Alejandría hace seis mil años, se casó siete veces, número mágico, la última vez con un gato que la hizo muy feliz». Ari y Clem no lo podían creer. «¿Cómo hiciste para obtener tantos datos?» «Muy fácil – dijo Sasha, ella misma confesó».
En eso se oyeron unos golpes y gritos del cuarto miembro de inteligencia, el italiano Ruggero que andaba perdido. Estaba lleno de sangre y todo «batuquiado», «¿Qué te pasó? ¿Te salió el fantasma de la momia? ¿Por qué no avisaste? “¿¡Y cómo – contestó él – si tenía las manos atadas?!”
Llaman por satelital de la CIA en Langley, Virginia, a su agente en Caracas. «Felicitación compadre por la Operación Guacamaya» – Gracias, gracias – interrumpe el operativo – ya iniciamos la Operación Loro Viejo» «¿Y cómo va eso» le preguntan? «¿Y cómo va a ir?» contesta bravo el agente – como todo aquí Fubar, completamente Fubar (jodido y medio)”.
Nos perdonan los anglicismos.
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Aglaya Kinzbruner es narradora y cronista venezolana.
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