Anécdotas de cuarentena, por Tulio Ramírez
El asunto del Corona Virus es muy serio. Tan serio que ya no se le puede mencionar su origen porque puedes ir preso. Menos informar cifras porque te encierran en “La Transparente”, un calabozo que dicen, está en El Helicoide. Bueno, a lo que vinimos. Al igual que ustedes, he seguido con estricto cumplimiento las recomendaciones de los cientos de miles de expertos, cadenas, manager de tribuna e inclusive, militares devenidos de la noche a la mañana en expertos epidemiólogos. He acatado todas las instrucciones para no contagiarme, lo único que me falta es no respirar.
Les cuento que no todos se la han pasado tan bien como yo en mi resguardo hogareño. Hace dos días me llamo Rosendo, colega profesor de la universidad cuyo nombre por razones obvias he cambiado. El tono de voz era de total desesperación. Transcribiré su conversación ya que es posible que algún lector se sienta identificado.
“Mi pana, por favor no cuelgues, necesito que me escuches”, fue lo primero que soltó, “necesito hablar con alguien, porque estoy que me como la cochina con todo y las otras 27 piedras del dominó. Ha diario leo unos 7.580 whatsApp, 52.542 twiters, 11.326 cadenas por Facebook, toda la publicidad de Instagram y los 800 Messenger sobre como lavarme las manos y lo importante de la Cuarentena. Además, he escuchado los sopotocientos consejos, advertencias y clases magistrales de mi mujer, suegra e hijos sobre la bendita pandemia”.
Sin pausa alguna continua, “me han obligado a ver películas como Virus, Epidemia, Pandemia, Ébola y la Guerra Z. También me han puesto a leer Casas Muertas y a reconstruir la historia de la Peste Española a través de Wikipedia. Para colmo no me dejan salir de casa dizque porque es muy peligroso para los viejitos. Abrase visto mayor insulto”.
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Ante mi silencio, continua su retahíla, “dicen que no están nerviosos, pero cualquier tosecita provocada por un grano de arroz que se me va por el camino viejo, huyen despavoridos cada uno a su cuarto, dejándome solo en la mesa. A veces creo que es una artimaña para que friegue los platos”. Lo oigo tragar saliva y prosigue, “si me asomo a la ventana, me obligan a bañarme en alcohol, si atiendo una llamada, debo hacerlo como los secuestradores de las películas, con un pañuelo en la boca.
Mi casa parece un quirófano, todos con tapabocas, guantes de latex y gorros de baño. También parecemos japoneses con la diferencia que ellos no se colocan bolsas plásticas de supermercado en los pies para caminar por la casa”.
Ya desahogado y con voz mejor modulada, me señala “no es que no soporte estar en la casa a merced de sus moradores habituales (no entiendo por qué no dijo seres queridos), podría hacerlo con gusto, pero además de que solo me hablan para aconsejarme, también me ponen a lavar, planchar, limpiar los baños, fregar, barrer y pasear al perro todos los días de la sala a la cocina, con el cuento de ser un buen antídoto para el aburrimiento y la claustrofobia. Chamo eso es como demasiado”.
La conversación (¿?¿¿) termina con esta perla, “oye Tulio, mi pana, gracias por escuchar, te juro que lo que más deseo es que acabe esta pandemia antes de que comience a caminar por las paredes. No me gustaría verme limpiando no solo la que ensucie, sino las de todo el apartamento, incluyendo la de la vecina del 4to piso que, estoy seguro, es la que tiene a todos aquí paranoicos”. Colgué el teléfono y me dije, “apenas vamos por mitad de la cuarentena. Dios guarde a Rosendo no solo del Corona Virus”.