Antipolítica, por Fernando Rodríguez
No debe haber una manera mejor para medir la aversión patológica a la política, a los políticos, que la actitud bastante medible de la población ante los partidos, que son la única manera en que ésta puede ejercerse con idoneidad y efectividad. Incluyendo en ese concepto otras formas de asociación más amplias que los incluyan; tal, por ejemplo, la MUD para localizar el tema.
No hay que penetrar mucho en los laberintos politológicos para caer en cuenta que los venezolanos tienen una muy precaria opinión de sus partidos
Del lado opositor recordemos que el fin del puntofijismo fue también el fin de los dos grandes partidos, AD y Copei, que se habían alternado en el poder desde 1958. El epílogo de ese alguna vez invencible bipartidismo fue el segundo gobierno de Rafael Caldera quien, alejado del Copei de sus tormentos, alcanzó el poder y gobernó con un grupo de chiripas, pequeños partidos de izquierda, en que solo había mucha inteligencia y pocos militantes en uno de ellos, el MAS todavía de Teodoro y Pompeyo.
Demolidos literalmente por la nueva realidad chavista ni ellos ni los nuevos opositores han logrado en estos casi veinte años, con altas y bajas de escasa significación, afincarse en una militancia de cierta cuantía y fervor. Hoy viven un momento altamente crítico. El partido de gobierno, rodeado de algunas insignificantes siglas partidistas satelitales, logró por buenos y sobre todo perversos caminos, crear una maquinaria y políticas clientelares sumamente efectivas que le permitieron ganar decenas de elecciones y manejar un caudal de seguidores que superaba casi siempre ampliamente el conjunto del resto de las agrupaciones partidistas. Hasta un cierto momento, hasta que explotó la crisis espantosa en que vivimos y perdió el afecto popular. Baste señalar que los cinco millones de votos, muy dudosos ciertamente, dada la fea catura del CNE, con que Maduro “ganó” la fraudulenta elección presidencial última, alcanza apenas un tercio de los carnetizados de la patria, el último mecanismo de coacción inventado para manejar la opinión. El Psuv es hoy, pues, un esperpéntico aparato bastante maloliente y oxidado. En síntesis que somos un país amputado de sus partidos políticos, es decir, ver supra, de la política.
Que la oposición no opera políticamente es una evidencia y un lugar común de los analistas. Baste recordar que no ha podido no solo salir de un gobierno que ha llevado al país al caos en todos los sentidos y por ende al repudio casi unánime sino que éste, utilizando los más torcidos ardides, ha aumentado su poder por vías electorales en los peores años de la república. No es cierto que la alta abstención de los comicios presidenciales sea contabilizable como capital de los partidos mayores de la MUD, es muy probable que ese rotundo “no” incluya a la oposición misma, al menos en buena parte. Como tan poco son suyos el par de millones que sacó Henri Falcón, un candidato débil, acompañado de organizaciones casi invisibles, y que solo sirvió para que algunos venezolanos ejercieran el deseo y la estrategia de votar contra el dictador, fuese cual fuese el candidato y su plataforma. La mejor prueba es que hasta el desconocido y disparatado evangelista de los paraísos fiscales casi llegó al millón de votos.
Y de parte del gobierno, amputado de su poder de masas, no funciona más que por la represión, crímenes de lesa humanidad comprendidos, y por las más burdas maniobras electorales contrarias a la democracia y la constitución. Una no política entonces, entendida esta como manejo pacífico y legal de la pluralidad y la conflictividad.
Quizás esta ausencia, esta ruptura entre ciudadanos y políticos, explique un tanto la desoladora e inmóvil escena de un país que se destruye en medio del silencio y la inacción. Y la pregunta urgente sea cómo recuperar esa razón política para hacerlo mover, para poder cambiarlo.