Aplastado, por Teodoro Petkoff
Tal vez en el segundo semestre del año las cosas no sean tan malas como lo indican los datos registrados hasta junio, pero tampoco serán buenas. Primero, porque las medidas fiscales llegan en mal momento: al reducir la capacidad de consumo de la población empujarán hacia abajo la actividad productiva. Segundo, porque cuando el presidente acusa a las propias víctimas de la catástrofe económica de ser sus responsables («golpe económico»), no contribuye precisamente a crear un clima político más favorable y eso incide muy negativamente en la economía. Tercero, porque cuando diagnostica entre las causas la mala situación económica mundial, no hace sino crear desaliento. Si la salida pasa por mejorar al mundo, este gobierno, que no puede con la economía nacional, ¿cómo va a sacar de abajo la del planeta? No hay ni una frase que busque la viga en su propio ojo. Todos tienen la culpa, menos el gobierno. Así no se puede. Hasta los propios empresarios gobiernistas andan furiosos. ¿Cómo explicar el colapso de la industria de la construcción, que experimentó un descenso de 30,8% en su actividad? La más elemental de las medidas de reactivación de la economía, keynesianismo de kindergarten, es la de un plan de grandes obras públicas. Pero el programa de viviendas, el programa bandera del gobierno, ha sido un fiasco. Miles de casas a medio hacer, urbanizaciones fantasmales, movimiento de tierras para crear desiertos, constituyen el saldo de un programa aniquilado por la incompetencia y la corrupción. ¿Qué tiene que ver con esto la crisis argentina? ¿Qué gran obra, que no sea de las heredadas del gobierno anterior (las grandes inversiones de la apertura petrolera, la represa de Caruachi), puede ser asociada al empuje del chavismo? El tiempo se le ha ido a Chávez en discursos delirantes, en diagnósticos arbitrarios, en ofertas desorbitadas, para un futuro que, como el horizonte, se aleja a medida que avanzamos hacia él. En marzo de 2001 aseveró que «el mundo reconoce a Venezuela como un país donde el riesgo ha desaparecido». Ayer, el riesgo-país, medido por la diferencia entre el rendimiento de los bonos del Tesoro norteamericano y el de nuestros papeles de deuda externa, fue más de 8% -después de Argentina y Brasil, el más alto del continente. En junio del año pasado aseguró que no habría devaluación. Un año después ésta monta a más de 100% y la inflación se desboca. Hace apenas un año, en septiembre, evaluando la inflación, se permitió la gracejada de decir que «ya nos estamos pareciendo a los países desarrollados». Hoy, tenemos la inflación más alta de América Latina. Lo peor es que no hay plan alguno. El equipo económico anda perdido y el guiso bien bono le metió un plomazo en el ala. Su credibilidad está seriamente averiada. Para salir de abajo, Chávez va a necesitar algo más que el escapulario de Maisanta.