Aprender de los errores, por Fredy Rincón Noriega
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La cadena de errores cometidos para acabar con la dictadura de Gómez fue larga. Valientes y temerarias invasiones marítimas terminaron en desastrosas derrotas. Sublevaciones terrestres promovidas por la zaga del caudillismo decimonónico fueron derrotadas. Las asonadas cuartelarías también corrieron el mismo destino. Todas, inspiradas en fórmulas militaristas y personalistas ensayadas en el siglo anterior. Completamente inapropiadas y caducas para las realidades de ese momento.
Pero no todo fue extravió, el ímpetu juvenil pareció advertir una luz al final del túnel. Se aprovechó la rendija de las fiestas carnestolendas para inventarse una protesta urbana y pacífica. Se organizó «La Semana del Estudiante» y en actos públicos se oyó la voz de los dirigentes difundiendo mensajes libertarios y democráticos. Así nació, la conocida «Generación del 28» y con ella, nuevas formas de lucha. Hubo que esperar la muerte de Gómez para ver los frutos de esta otra manera de hacer política y ejercer la oposición.
La agitada Venezuela de los primeros quince meses del mandato lopecista constituyó un tiempo histórico colmado de energía colectiva. Al calor de las movilizaciones y los intensos debates, el pueblo aprendió de política lo suficiente como para empinarse y sobreponerse a los instantes de incertidumbre surgidos a lo largo de ese quinquenio (1936-1941).
Fue un periodo de duras tensiones entre los sectores conservadores, herederos del gomecismo y quienes surgían en la escena, cargados de esperanza democrática. Los venezolanos empezamos a dejar atrás veintisiete años de ignominia. Poco a poco se fue construyendo una nueva institucionalidad. Se avanzó venciendo las presiones de uno y otro bando. Por momentos se temió que retornábamos a las viejas prácticas autocráticas y dictatoriales. No obstante, la firme disposición de abrir camino a la civilidad encontró su cauce. Prevaleció el equilibrado tesón de quienes abogaron por la preeminencia de los principios republicanos.
Paulatinamente, se fueron enterrando los días, en los cuales, el férreo poder omnímodo castigaba cualquier disidencia, por mínima que fuese. A paso lento se rescató la necesidad de los partidos y de la política, como variables fundamentales para ejercer la ciudadanía, desaparecidas de la mente de la mayoría de la población durante la larga dictadura.
Iniciándose el gobierno de López Contreras, fue necesario vivir las jornadas del 14 de febrero de 1936, para llegar a los primeros intentos modernizadores contenidos en el célebre programa dado a conocer a la opinión pública ese mismo mes. Un resumido y serio diagnóstico de la situación del país, acompañado de acciones inmediatas. Elaborado, entre otros, por Diógenes Escalante, Caracciolo Parra Pérez, Alberto Adriani, Manuel R. Egaña y Enrique Tejera.
Luego vino la huelga general de junio, la huelga petrolera, la huelga estudiantil, la ilegalización de los partidos de izquierda, la expulsión del país de los principales dirigentes populares en 1937. Estos eventos suministraron experiencia y enseñanza. Fueron vivencias básicas en la educación y socialización política de los ciudadanos. Un intenso aprendizaje del liderazgo decidido a continuar con éxitos la labor iniciada tras la muerte del dictador.
Las fuerzas emergentes, comprometidas con el cambio y el progreso, supieron sobreponerse a la ofensiva represiva. Nada de bandazos ni reacciones desenfrenadas. Prudencia y respuesta serena. Quienes fueron expulsados por un año, llevaron consigo el sueño libertario y sumaron nuevos aliados. Fortalecieron la solidaridad internacional y clamaron por la libertad de los detenidos. Otros evadieron la justicia y se quedaron luchando sumergidos en la clandestinidad.
Entre estos últimos destaca la labor emprendida por Rómulo Betancourt. Asumió la conducción del PDN y se propuso fortalecer la organización. Enarboló como bandera tres principales objetivos: «democracia política, justicia social y liberación económica de la nación». Protagonizó una dura batalla ideológica en contra de los defensores de las ideas marxistas y se deslindó de los comunistas venezolanos.
El PDN, por estar ilegalizado, tenía limitada su operatividad. Razón por la cual se buscó sustituirlo por un nuevo instrumento de lucha que, le diera refugio sosegado a figuras inequívocamente comprometidas con la ruta pacífica y electoral. La iniciativa contó con la colaboración de personas insospechadas de estar vinculadas a las doctrinas prohibidas en el famoso inciso VI de la Constitución de aquel momento. La nueva agremiación se dio a conocer públicamente desde Barquisimeto, el 14 de febrero de 1937, por el general José Rafael Gabaldón, con el nombre de Partido Demócrata Venezolano (PDV). Acompañaron al prestigioso antigomecista, entre otros: Luis Beltrán Prieto Figueroa, Juan Pablo Pérez Alfonzo, Andrés Eloy Blanco, Humberto García Arocha, Héctor Guillermo Villalobos y Carlos Eduardo Frías. Ese mismo día, los promotores divulgaron el programa y su tesis política.
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Se trató de construir un amplio movimiento de masas que fuese más allá del círculo de intelectuales progresistas agrupados alrededor de Rómulo Betancourt. Tal esfuerzo ofrecía un resquicio para sortear parcialmente el cerco que imponía la actividad política encubierta y brindaba una alternativa para seguir impulsando el proceso de transformación.
El prestigio y ascendencia de la figura que lideraba la oferta política, en ciertos círculos del poder, parecía garantizar su libre funcionamiento. El propio López, inicialmente, manifestó su consentimiento; sin embargo, la reacción conservadora activó todos sus recursos y logró impedir su legalización. Con lo cual, también se impidió el nacimiento de una organización sin la influencia marxista leninista. El próximo intento lo vamos a ver más tarde, con la creación exitosa del partido Acción Democrática, durante el gobierno de Isaías Medina Angarita.
Mientras tanto, hubo que seguir desarrollando labores proselitistas, difundir mensajes de aliento, escribir para la prensa y organizar la disidencia a lo largo y ancho de todo el país. Exigente faena que se llevó adelante en estrecha articulación con los procesos electorales. Jamás, durante la administración de López Contreras, se dejó de participar en estos eventos comiciales.
Recordemos que los concejos municipales y las asambleas legislativas, eran las instancias a través de los cuales se elegían diputados y senadores respectivamente. Y, en estos espacios vitales para hacer política, siempre se contó con representantes de la oposición, nunca fueron abandonados.
En medio de la ofensiva represiva de estos primeros meses de 1937, los principales actores políticos de la disidencia, se detuvieron a evaluar y reflexionar. Dieron a conocer valiosos documentos. Ratificaron el camino pacífico de la lucha. Evitaron repetir errores. Siguieron avanzando en la organización y desarrollo de las fuerzas que, pugnaban por el establecimiento definitivo de una auténtica democracia.
Fredy Rincón Noriega es historiador UCV -1982, Maestría Ciencia Política USB
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