¿Aprenderemos las lecciones?, por Félix Arellano
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Las recientes elecciones efectuadas en los países andinos: Bolivia, Ecuador y Perú; no obstante sus especificidades, nos dejan algunas lecciones comunes que no estamos logrando comprender en su plena dimensión, error en el que estamos incurriendo, tanto nosotros los venezolanos como el resto de los países. Pareciera que nos mantenemos distantes y a espaldas unos de otros.
Una de las lecciones generales tiene que ver con el hecho de que enfrentamos una crisis en la democracia, pero no de la democracia; particularmente, una crisis de la dinámica política y de los políticos.
Los indicadores del deterioro son múltiples, entre ellos podríamos destacar los distanciamientos, los divorcios, el menosprecio que se hacen visibles, entre otros, en la injusta conformación de oportunidades, la brecha tecnológica, la exclusión de los más débiles; los racismos, la xenofobia, el rechazo a la diversidad en sus múltiples expresiones.
En los tres países mencionados podemos apreciar coincidencias en el divorcio entre lo urbano y lo rural, cargado de indigenismo y pobreza; el deterioro de las instituciones democráticas; el rechazo de la población, particularmente los más débiles, a los políticos y sus organizaciones. Los críticos más radicales perciben la política como una vía fácil para la riqueza mal habida y, cuando un grupo logra el poder, asume una impunidad plena.
Se van conformando condiciones para la antipolítica, el populismo y el radicalismo. El falso discurso de «destruirlo todo», esperando «un salvador» que, al llegar al poder seguramente se concentra en perpetuarse; desmantelando progresivamente las instituciones democráticas, los controles, la crítica y violando sistemáticamente los derechos humanos fundamentales.
Detallando sobre las lecciones podemos apreciar la importancia del caso boliviano, que nos confirma cómo las divisiones son el camino seguro al fracaso.
La oposición democrática boliviana unida tenía la fuerza suficiente para lograr el poder nacional, es decir, la Presidencia de la República, como ha quedado demostrado al ganar la gran mayoría de gobiernos regionales; empero, privaron las agendas personales.
Las divisiones permitieron que el MAS, partido de Evo Morales, con todo su expediente de corrupción y autoritarismo, pero con un candidato remozado lograra un triunfo contundente; empero, en corto tiempo la dinámica está evidenciando que el poder real se encuentra en manos de Evo Morales, con su agenda de revanchismos y confrontación.
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En Venezuela, nuestra oposición democrática no está valorando el caso boliviano. Vivimos a espaldas unos de otros; concentrados en nuestra dinámica y cotidianidad y sin la voluntad de aprender de experiencias ajenas.
Por otra parte, el caso peruano se presenta como el más complejo y, en consecuencia, la lección más desafiante. Se van sumando la crisis social, económica y política; potenciadas por los efectos perversos de la pandemia del covid-19; conformando un conjunto emblemático de lo que constituye la crisis en la democracia. La fragmentación política que caracterizó la primera vuelta de las elecciones generales, con 18 candidatos, ilustra sobre el mar de fondo.
Adicionalmente, que los radicalismos hayan logrado el triunfo en la primera vuelta expresa la profundidad del malestar de la población. En efecto, Pedro Castillo, representante del partido Perú Libre, de orientación marxista leninista, ha logrado el primer lugar con apenas un 19% y Keiko Fujimori, de Fuerza Popular, el segundo lugar con un 13%. Las cifras indican que un 70% de los votantes no comparten tales candidaturas.
El caso de Pedro Castillo y sus propuestas debería ser motivo de una profunda reflexión. Representa una seria amenaza para el futuro de Perú y de la región, pero tiene respaldo, estimula los sentimientos de los excluidos y marginados que son muchos, resulta atractivo en las actuales condiciones del país.
Descalificar y menospreciar a Castillo con intrascendentes argumentos formales y banales, como por ejemplo su presentación personal o su lenguaje, es desconocer la situación de los débiles y marginados, que encuentran en Castillo su visibilidad. Al concentrar la atención en su «sombrero y en su caballo», otra expresión del tractor que contribuyó al apabullante triunfo de Alberto Fujimori, se está menospreciando lo rural, lo indígena, lo marginal, la pobreza y, ellos también tienen el poder del voto.
No es descalificando las limitaciones de Castillo —que constituyen parte de sus fortalezas, pues lo identifican con los más vulnerables— que se podrá concienciar sobre la amenaza que representa su proyecto para el futuro del país. Debemos tener presente que al subestimarlo, se fortalece.
El reto para los defensores de la democracia peruana es enorme, una lección fundamental es trabajar en la unidad, en la conformación de una plataforma inclusiva, respetuosa de la diversidad en torno a Keiko Fujimori, quien luego de los golpes que ha enfrentado, incluyendo la cárcel, debería estar más consciente sobre la complejidad de la dinámica política.
Se trata de negociar, construir puentes y definir un programa de consensos para el crecimiento y el bienestar, con especial atención en la situación de los más vulnerables.
Pareciera que el pueblo peruano no está comprendiendo los colosales fracasos de Cuba, Nicaragua y Venezuela; donde los falsos discursos han llevado a la destrucción y la generación de pobreza para perpetuar camarillas en el poder. Los pueblos estamos viviendo a espaldas de los vecinos. Pero el caso es más complejo, toda vez que los pobres están sometidos a la asfixiante cotidianidad de sobrevivir y aspiran soluciones urgentes que radicales y populistas manipulan.
Pero no todo es negativo y contamos con lecciones positivas desde el Ecuador, un país que también enfrenta los problemas de las asimetrías estructurales, pero el presidente electo, Guillermo Lasso, pareciera que, al menos en la campaña electoral de la segunda vuelta, ha comprendido la importancia de la inclusión y de la sensibilidad social en el juego político democrático.
Esperemos que no sea una jugada táctica para lograr el poder y que su gobierno se oriente por la vía de la incorporación de todos los sectores, en particular del indigenismo y los más vulnerables. En términos tradicionales se podría definir como la conformación de un gobierno de amplia base que incluya la participación de otros grupos políticos, lo que puede facilitar la gobernabilidad, en particular con un Poder Legislativo adverso.
Félix Arellano es internacionalista y Doctor en Ciencias Políticas-UCV.