Apuntes para la Semana Mayor, por Luis Alberto Buttó
Twitter: @luisbutto3
La cristiandad celebra la Semana Santa. Tiempo propicio para la introspección que conduce al reencuentro con la espiritualidad que, recurrentemente, se difumina en el tráfago convulso de la cotidianidad, siempre delineada por la urgencia y presta a subalternar lo que, dada su intrínseca esencia, constituye lo verdaderamente trascendente de la existencia. Tiempo para la reflexión que ayuda a rescatar ciertas enseñanzas contenidas en los arquetipos que cruzan el relato sustento de la creencia.
Por doquier, sobran Pilatos. La ideología perversa que les emponzoña pensamiento y alma los alista para comportarse como sojuzgadores de pueblos allí donde haya alguna Judea que, por desgracia, caiga bajo la férula del imperio del mal que los inviste del poder que se sostiene con base en la crueldad y la indolencia. Son la encarnación de la represión que pretende ahogar los gritos que claman por redención. Oscuros funcionarios dotados de única habilidad: evidenciar que son representantes de la brutalidad que se opone a la humanidad. Triste su historia; algún día la justicia los alcanza. Entonces, para propia decepción, tarde comprenden la inutilidad del gesto de haber sumergido las manos en la jofaina de la complicidad.
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Cobardes también abundan. De una u otra forma, encuentran la manera de justificar el escurridizo comportamiento de evadir comprometerse con las causas de la verdad y la justicia, mientras en rededor sus hermanos sufren, resisten y aguantan. Para ellos, el amanecer no es luz que aclara sino oportunidad para mimetizarse en la multitud donde desdibujan sus señas particulares. Olvidan cuán infructuoso resulta siempre el gesto de negar tres veces lo imposible de ocultar. A fin de cuentas, el canto del gallo descubre su apocamiento. Queda la prueba de que para nada sirvieron al momento de erigir la grey renacida entre las cenizas de la iniquidad.
A los anteriores se suman los farsantes que van, de ágora en ágora, demandando ver heridas con la fútil ilusión de que el descreimiento que generan entorpezca la construcción del futuro. De seguro, sembrarán dudas en el camino y retardarán la claridad necesaria para andarlo. Empero, sobre su gestión de confusión, se impondrán el valor y el empeño de quienes, movidos por la creíble esperanza, no titubean a la hora de poner su aporte para traer al presente la luminosidad de la buena nueva.
Lo más hermoso de esta historia descansa en el hecho de que, en contraste con la opacidad de los inicuos, por siempre resaltará la franqueza y la valía de los buenos discípulos; los que por convicción y con trabajo ascienden de su condición inicial y alcanzan el lugar reservado para los apóstoles del bien venidero. Ellos demuestran la necesidad y la solidez de las alianzas que sirven de pivote para edificar la equidad entre los hombres.
El evangelio está vivo cuando se escribe cada día. Los hombres rectos son sus escribas por excelencia. No hay cantidad suficiente de denarios para comprarlos. Entendieron y asumieron que la dignidad, la constancia y el compromiso son las únicas herramientas que cuentan en la tarea de granjearse méritos. En su corazón, y por ende en su acción, no hay espacio para la ruindad y el oprobio.
En síntesis, la también llamada Semana Mayor es tiempo maravilloso para renovar la fe. Pero, no la fe en abstracto, la fe cómoda, la fe acomodaticia, aquella que se vocea con meros afanes exculpatorios. Lo que se requiere es la fe concreta, la fe tangible, la fe que se realiza. La fe colectiva que se expresa en la solidaridad desplegada. Mucho antes del hombre que hoy dice creer, quien tuvo la moral y la grandeza para puntualizarlo, lo puso en blanco y negro: …»el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto»…
Luis Alberto Buttó es Doctor en Historia y director del Centro Latinoamericano de Estudios de Seguridad de la USB.