Aquel 4F, por Luis Manuel Esculpi
Los rumores circulaban como moneda de curso legal. La tensión se respiraba en el ambiente. El gobierno estaba severamente debilitado. Apenas iniciando con la aplicación del plan de ajuste que había provocado una gigantesca manifestación de protesta. En sus inicios, fue espontánea luego de que el vandalismo se apoderó de la ciudad.
Se inicia el mes de diciembre del 91, amigos vinculados a la Liga Socialista y a Bandera Roja nos informan de la eminencia de un pronunciamiento militar, se comenta que será este mismo mes, el diez y siete. Sin darle total credibilidad –como suele suceder con las murmuraciones– me reúno con Teodoro y Freddy Muñoz por separado y transmito la información. Teodoro había recibido una información semejante de parte de Douglas Bravo con quien se había reunido. Pompeyo la tercera figura emblemática del «liderazgo histórico» no se encuentra en Venezuela por esos días.
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Entre tanto, Blanca Eekhout, Elias Jaua y Daniel Hernández junto a otros militantes de Bandera Roja renuncian a esa organización y a participar en la acción por considerar que eran «militares de derecha», de acuerdo al relato de líderes de BR.
Nicolás Maduro y otros dirigentes de la Liga Socialista también rechazaron participar argumentando: «Todo militar es gorila», de acuerdo a las mismas fuentes. El amigo y antiguo vecino de las residencias Savoy en El Valle, Carlos Teixeira, también amigo de Nicolás, relata que casualmente el 4 de febrero toma un metrobús que conducía Maduro «como si nada».
En la página web de Bandera Roja están detallados estos hechos con un artículo titulado: 4F la historia no contada del golpe (Chávez el «héroe» sin batalla).
Entramos en el año 92 y siguen llegando informaciones confusas, pero insistentes de la eminencia de un golpe. El lobo hace su aparición la noche del tres de febrero. La mayoría de los miembros de la Dirección del MAS establecemos comunicación y acordamos reunirnos en el apartamento donde vivía Freddy Muñoz, situado en la cuarta avenida de los palos grandes. Asiste parte importante de quienes integramos el organismo y decidimos rechazar -casi unánimemente-la asonada; nos distribuimos: Pompeyo, Teodoro y Freddy a los medios de comunicación. Y los diputados hacia el Congreso. Me correspondía como jefe de la Fracción informar a los parlamentarios y asumir la vocería en la sesión extraordinaria.
Al concluir la reunión nos dispersamos por separado. Recuerdo que dejé el carro -por precaución- a un par de cuadras del lugar de la reunión. Cuando me dirigía a buscarlo, encontré a Arístides Hospedales, quien se dirigía a Miraflores. Antes de tomar rumbo al Congreso decido pasar brevemente por el Palacio, pude observar los destrozos y los rastros de sangre, conversé brevemente con Pompeyo, saludé al presidente y algunos de sus acompañantes.
El clima reinante en el Palacio Federal y en el edificio administrativo era una mezcla de tensión y confusión, sonaban disparos en los alrededores y la GN reforzó la seguridad.
Se reúne la Comisión de mesa (directivos y jefes de las fracciones) convoca la sesión conjunta de ambas cámaras para la tarde, se propone un acuerdo redactado entre otros por Henry Ramos, consulto a los senadores y diputados de MAS y resolvemos respaldarlo. En la sesión se aprueba el acuerdo sin debatirlo, tal como se había considerado en la comisión de mesa.
Al iniciar la tarde, nos enteramos que el expresidente Rafael Caldera había solicitado la palabra y se le concedería después de aprobar el acuerdo su famoso discurso que promovió el debate transmitido en cadena. Las intervenciones no reflejaron la unanimidad antes expresada. Varios compañeros de bancada ya se habían retirado solicitando autorización para ir a descansar. Intenté, en forma reiterada, de comunicarme con la dirección y resultó imposible. En la sede nacional no respondían. En ese tiempo, los celulares no proliferaban como ahora. Solo el diputado Carlos Tablante tenía un «ladrillo» y no estaba presente. De estarlos, igual hubiese sido inútil.
A partir del discurso inicial percibí dudas en nuestros parlamentarios. Ya el MAS se inclinaba por al apoyo a la candidatura de Caldera, -confieso que también las tuve- por esa razón cuando me inscribí para ejercer el derecho de palabra ya estaban en el orden varios oradores. Asumí la responsabilidad de mantener nuestra posición fundamentada en la decisión de la madrugada y en nuestra propia convicción, al intervenir rechazamos «sin ambages» el golpe de estado y así lo manifestamos.
Decisión que fue severamente criticada en las distintas instancias del MAS. Durante un tiempo mi militancia se hizo sumamente incómoda por la responsabilidad del «error cometido», soporté estoicamente el rechazo y los calificativos. Solo los amigos Simón García (Lucas Leal) en reunión de la dirección y Víctor Hugo D’Paola en uno de sus libros reivindicaron nuestra conducta. Otros dirigentes nacionales que fueron solidarios guardaron discreto silencio. Los comprendo.
Nunca me arrepentí de la conducta asumida, ni guardé rencor a mis críticos. Los más duros ahora sostienen otras posiciones. Recuerdo una frase en la carta del Libertador a Tomás de Heres: «Tengamos una conciencia recta y dejemos al tiempo hacer prodigios».