Aquel espíritu del 23 de enero, por Gioconda Cunto de San Blas

X: @davinci1412
Nota preliminar: agradezco a mi familia, amigos, colegas y lectores el afecto demostrado en estos meses recientes de salud precaria que me mantuvieron ausente de mi compromiso quincenal con ustedes. A TalCualdigital y su gente querida, mi gratitud por su disposición permanente a recibir y publicar mis escritos, en medio de tantos desvelos.
Decía Winston Churchill, ese irrepetible primer ministro británico en los años de la segunda guerra mundial (1939-1945), que el político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones. Tal pensamiento me viene a la mente cuando al regreso de mi obligada ausencia por motivos de salud, veo con tristeza que ese rincón de esperanza que sigue siendo para mí la oposición venezolana como motor por excelencia para un cambio de rumbo hacia una democracia auténtica y vigorosa, permanece enfrascado en rencillas intestinas (al menos un sector de esa oposición), inoportunas aquí y ahora en tanto que desvían nuestra atención de la prioritaria, urgente e inaplazable necesidad de unir fuerzas para nuestro accionar político actual. Me refiero a la unidad que el momento exige, la unidad basada en unos mínimos principios comunes a todos nosotros, que faciliten el rescate del país y la defensa de la democracia, tan vapuleada en estos tiempos.
¿Es eso imposible? Creo que no. Ya lo vivimos a finales de noviembre de 1957, cuando una mañana cualquiera apareció en el firmamento político venezolano un volante llamando a dar fin al gobierno dictatorial de Marcos Pérez Jiménez. Lo suscribía una hasta entonces clandestina y desconocida Junta Patriótica, formada por los partidos Acción Democrática (AD), Comité de Organización Política Electoral Independiente (Copei), Unión Republicana Democrática (URD) y Partido Comunista de Venezuela (PCV), cuyos representantes más conspicuos en esa oportunidad fueron, respectivamente, Silvestre Ortiz Bucarán, Enrique Aristeguieta Gramcko, Fabricio Ojeda y Guillermo García Ponce.
Todos ellos con visiones diversas sobre el rumbo que debería tomar la patria una vez liberada del opresor… Y sin embargo, unidos en ese momento contra el adversario común, conscientes de que esa unidad básica era condición sine qua non para aspirar al éxito de la misión propuesta, no otra que derrocar al dictador de turno y establecer un gobierno democrático, electo por los ciudadanos y estable en el tiempo.
Así nació lo que entonces dimos en llamar «el espíritu del 23 de enero», en recuerdo de la gesta que culminó en esa fecha de 1958, un principio de unidad básica, de organización para la lucha, esgrimido al momento de aliviar tensiones con partidos rivales, limar asperezas entre los exiliados y retomar la ejecución de un programa mínimo de recuperación de las garantías constitucionales y el Estado de Derecho. Sumado a esto, un proyecto de rescate del tejido social, gravemente afectado por la corrupción y el asalto a la hacienda pública que acompañaron a la dictadura.
Hoy, pasados 67 años, ese espíritu unitario parece guardado en la desmemoria (Luis Castro Leiva dixit), lo cual nos obliga a rescatarlo para volver a soñar y más que soñar, actuar para hacer efectivo, esta vez sí, un mundo mejor para todos los venezolanos.
En momentos históricos, los pueblos perseguidos por dictaduras han sabido actuar en unidad, en las calles, en la cárcel o el exilio, en el empuje común de lograr la libertad, y actuando a la altura de las circunstancias unitarias y electorales del momento, a pesar de sus diferencias. Allí hay una lección de generosidad, entrega y claridad de objetivos que nuestra historia ofrece a quienes quieran ser vistos hoy como líderes de una transición perdurable hacia la democracia.
Sería oportuno en este punto releer el decálogo que alguna vez escribió el recordado Prof. José María Cadenas (1937-2019) sobre los pasos a seguir en circunstancias como las actuales: 1) Respeta las ideas de otros, así como quieres que respeten las tuyas. 2) Defiende tus ideas con ideas, no con armas. 3) Convivir con otros no es renunciar a ideales ni a posiciones. 4) Dividir a los semejantes en buenos y malos propicia la violencia. 5) Tienes adversarios, no enemigos. 6) Rechaza la violencia porque al fin te hará daño. 7) La paz es el respeto al otro. 8) Lucha por tus ideas, pero lucha en paz. 9) Defiende tus derechos por medios pacíficos. 10) La democracia es la paz.
*Lea también: 23 de enero de 1958: Democracia para un mejor futuro, por Stalin González
Un llamado al que se une, a su manera, Amanda Gorman, la poeta que a sus 22 años participó en la toma de posesión de Joe Biden como 46° presidente de los Estados Unidos (enero de 2021) leyendo un poema de su autoría (The hill we climb; La colina que remontamos), en el que nos llama a la reconciliación, un texto que bien podemos hacer nuestro: «Si queremos estar a la altura de nuestro tiempo, la victoria no estará en la espada sino en los puentes que construyamos. / Reconstruiremos, nos reconciliaremos y nos recuperaremos. / No iremos en retroceso hacia lo que fue, sino que nos moveremos hacia lo que será».
En estas horas menguadas, cuando la democracia y la libertad nos pueden parecer utopías inalcanzables, quiero sentir que, muy al contrario, «vamos a seguir creyendo aun cuando la gente pierda la esperanza; vamos a seguir construyendo aunque otros destruyan; vamos a seguir hablando de paz aun en medio de la guerra» (Mahatma Gandhi).
Gioconda Cunto de San Blas es Individuo de Número de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales. Investigadora Titular Emérita del IVIC.
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo