Aquél primero de mayo, por Tulio Ramírez

Tendría unos 12 años cuando participé por primera vez en mi vida en una marcha por motivo del Día del Trabajador. Eran finales de los años 60 y comienzos de los 70. Mi padre, quién era un dirigente sindical del área de la salud en la Administración Pública, solía pedirme que lo acompañara a muchas de sus actividades sindicales.
Recuerdo haber participado en asambleas de trabajadores. La mayoría de las veces estaba atento, pero confieso que a veces me dormía. Sin embargo, alzaba la mano al momento de la votación, sin tener mucha idea sobre lo que se votaba. La verdad, nunca me enteré si mi voto lo contaban o no.
También acompañaba al viejo a las giras que hacía, junto al resto de los dirigentes sindicales, a los centros de trabajo en todo el país. Eran imperdibles las reuniones en la Casa Sindical de El Paraíso, era la oportunidad de disfrutar de la piscina sin costo alguno. Por supuesto, no me pelaba ir a las fiestas y tenidas que se realizaban por motivo del Día del Trabajador. Después de la marcha, muchos sindicatos celebraban una fiesta en sus sedes.
Nunca olvidaré esos primeros de mayo. Los trabajadores, que venían de todo el país, se concentraban en la Plaza Venezuela, Parque Carabobo o en la sede de la Confederación de Trabajadores de Venezuela en Quebrada Honda. Cualquiera fuera el punto de salida, partía la multitud en marcha pacífica, pero con pancartas y consignas reivindicativas muy claras, recorriendo la ruta de la Avenida Urdaneta hasta llegar a la Plaza Diego Ibarra de El Silencio, donde el presidente de la CTV daba un discurso de cierre a la multitud.
Tengo muy vívido el momento cuando la marcha llegaba a la altura de la esquina de Veroes y el Presidente de la República del momento, saludaba desde la mezzanina de un edificio cercano. Inolvidable el 1ro de mayo de 1967, ese día la Federación de Trabajadores de la Salud (Fetrasalud), con sus sindicatos afiliados (entre ellos el de mi papá), marchaba delante de los trabajadores agrupados en la Avade (Asociación Venezolana de Artistas de la Escena). El sindicato de mi padre (Nutrición) ocupaba el último lugar del bloque de Fetrasalud, por lo que detrás de nosotros marchaban los artistas de la Avade.
En medio del bullicio, escucho que alguien canta el Gloria al Bravo Pueblo. Era tan nítida esa voz que sobresalía del ensordecedor voceo de consignas reivindicativas dirigidas al Presidente. Fije mi atención para identificar al cantante, y vi la imagen inconfundible de Cayito Aponte, quien encabezaba el grupo de la Avade, seguido del no menos famoso rochelero Roberto Hernández.
La imagen que me quedó en la mente era la de un héroe de guerra, caminando entre los escombros con una bandera victoriosa, seguido por un ejército triunfante.
Fue un momento inolvidable. Cuando se comenzaron a escuchar las primeras estrofas del Himno, la marcha se encontraba justo frente al palco donde estaba el Presidente Leoni y su comitiva. La multitud se detuvo, y las miles de gargantas se fueron acoplando haciendo un gigantesco coro, al canto de Cayito. El Presidente, en señal de respeto, al igual que su comitiva, se mantuvieron firmes y con la mano en el corazón hasta escuchar la última nota del Himno.
Para un muchacho de 12 años era una escena épica y conmovedora a la vez. Pero todo no culminó allí. Reanudada la marcha, y a pocos metros de comenzar el giro en la esquina de Carmelitas, para tomar rumbo a la Avenida Baralt y seguir hasta la Plaza Diego Ibarra (punto final de la marcha), todos aceleraron el paso, lo que ocasionó que se perdiera el orden y fuésemos alcanzados por los artistas de la Avade.
Caminar junto a los famosos era alucinante. Pensaba en la reacción de mis amigos cuando contara lo que estaba viviendo. Interrumpió ese pensamiento otra escena mágica que recordaré de por vida. Volteo a mi derecha y observo que alzan en hombros a una persona que, en las primeras de cambio, no reconocí. En plena marcha y llevado en vilo como un Rock Star, esa persona comienza a cantar algo que ocasionó regocijo en la multitud. Logro escuchar la primera estrofa, ¡Cuenta la leyenda que en un árbol se encontraba encaramado un indiecito guaraní! Era Néstor Zavarce, un consentido de la teleaudiencia. Sudado, agotado emocionado y con la camisa semiabierta, cantaba con las energías que le quedaban. El espectáculo tomo su clímax cuando fue seguido por mil voces que coreaban ¡Chogüi, Chogüi, Chogüi!
En ese momento no comprendía toda la simbología que rodeaba la atmosfera de lo que estaba viviendo. Hoy, después de tantas décadas y tantas marchas, logro comprender que se trataba de una celebración del Día del Trabajador propio de una democracia que, aunque imperfecta, era finalmente una democracia.
Los trabajadores podían marchar, pedir reivindicaciones, reclamar al Presidente sin temor a persecuciones políticas, retaliaciones laborales ni a despidos por protestar.
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Otro aspecto interesante y distintivo es que esas marchas no eran unicolores. Las diferentes centrales sindicales, con ideologías políticas diversas, tenían cabida en esa celebración-protesta. Con los sindicatos afiliados a la CTV de corriente socialdemócrata, asistían los sindicatos de ideología comunista organizados en la Central Unitaria de Trabajadores de Venezuela (CUTV), los de ideología socialcristiana bajo la bandera de la Confederación de Sindicatos Autónomos de Venezuela (Codesa ), así como su homónima ideológica, la Confederación General de Trabajadores (CGT).
Eran manifestaciones unitarias e inclusivas. No eran manifestaciones complacientes, aclamacionistas ni excluyentes. ¡Qué tiempos aquéllos!
Tulio Ramírez es abogado, sociólogo y Doctor en Educación. Director del Doctorado en Educación UCAB. Profesor en UCAB, UCV y UPEL.
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