Aquí no se habla mal de Cuba, por Carolina Gómez-Ávila
Twitter: @cgomezavila
Crecí creyendo que el pueblo cubano, amenazado siempre por la pena de muerte, se había sometido irreversiblemente a los designios de Fidel Castro, un tipo que hipnotizaba a la generación que sobrevivió a las guerras mundiales, pero que lucía más que pasado de moda para quienes vimos, a muy tierna edad, en la llegada del hombre a la luna, el mayor triunfo del progreso humano. En eso, había ganado el capitalismo.
Digamos que, con ligeras excepciones, mi generación coincidía en que, para quedarse en Cuba, había que conformarse con vivir sin aspiraciones o alistarse en el mecanismo de espionaje y represión como única aspiración. La otra opción era huir arriesgando la vida en los ciento y pico de kilómetros del estrecho de la Florida.
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Que una cantidad de esos cubanos recalaran aquí, aumentó el interés por visitar ese parque temático del comunismo en el que se convirtió Cuba. Los venezolanos querían ir a Varadero a ver cómo era la cosa… y en Varadero, cada quien vio lo que quiso ver. Lo que viene siendo como juzgar el sistema político venezolano después de visitar Los Roques.
Volviendo al pasado, aquí, en Venezuela, vi el famoso afiche de Guevara en varias habitaciones de familias conocidas. Eso sí, siempre compartía la pared con otro de algún pelotero famoso, un carro de lujo o un miembro de la floreciente industria del espectáculo.
A fin de cuentas, si había «la gauche caviar» y «la gauche champagne», podía haber «la gauche cocuy» para representar la imposible conciliación entre ciertos íconos y las realidades o verdaderas aspiraciones venezolanas.
Y aunque de esto ha pasado mucho tiempo —demasiado, tal vez— las imágenes de la rebelión cubana nos obligan a pensar en la temporalidad de la resignación. Nada es para siempre.
En el presente, el pueblo cubano en la calle produce más reacciones que una bruta (y brutal) represión. Ante eso, las medidas económicas son tan insuficientes como una perestroika sin glásnost. Reflexión que convendría hacer a Fedecámaras.
Algo molesta en los zapatos de la dictadura cubana, pero nada va a pasar si el pueblo de Cuba no sigue presionando, porque la élite solamente aflojará lo que sea indispensable para mantenerse en el poder. Y eso no solo es verdad allá. Por eso aquí no se habla mal de Cuba. De lo que se habla mal es de las dictaduras. De todas.
Carolina Gómez-Ávila tiene más de 30 años de experiencia en radio, televisión y medios escritos y escribe sus puntos de vista como una ciudadana común.
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