Aritmética incómoda para el cambio político, por Daniel Fermín
Nadie va a entregar el poder si eso significa ir preso o peor. Eso no sale en la Constitución, no es legal ni es justo. Pero no hay que ir a la escuela para comprender que, en medio de nuestra intensísima pugna y de nuestro autoritarismo desatado, 2 y 2 son 4.
Mientras sobre Maduro pesen 15 millones de dólares de recompensa y a los militares les espere extradición, mientras en el PSUV piensen que lo que viene es persecución y venganza, seguirán encarcelando a quien represente una amenaza. 4 y 2 son 6.
Veo mientras escribo las volteadas de ojos, las expresiones de indignación. Y son justificadas. Y las entiendo. Pero estamos ante una encrucijada en la que hay que escoger: nos aferramos a nuestras legítimas cuentas por cobrar hasta que, de alguna manera, en algún momento lejano o cercano, ‘pase algo’, o las soltamos para transitar por el camino espinoso hacia el futuro, tan frágil y estrecho que requiere de todos y no permite bagaje. 6 y 2 son 8.
E insisto en que no es justo. En que es fácil confundir la gimnasia con la magnesia, la necesidad de terminar de abrirle paso a un futuro distinto con una oda a la impunidad. Ha sido mucho. 25 años no es poca cosa. Injusticias, familias desgarradas, vidas enteras, ruina, represión, la rabia permanente. Homo homini lupus. Si fuese fácil, ya habríamos salido de esto. Si fuese posible abrirse camino al futuro desde la aplanadora de la autosuficiencia hace rato ya lo habríamos logrado. Pero no.
Hasta que no logremos imaginar un futuro juntos, un futuro compartido, hasta que no nos traguemos los sapos y las ruedas de molino que hay que tragarnos para ello, no habrá futuro sino esto: un país fracturado y desconfiado que jura que si se descuida la otra parte lo jode.
“Bambi”, “Disneylandia”, “me vas a hacer llorar”, “¡Qué bríos tienes tú!”. Yo sé. Eppur si muove. Pero se mueve.
Todo esto se traduce en mil cosas técnicas, mil mecanismos y procedimientos. La justicia transicional, la comisión de la verdad, la reparación de las víctimas, las famosas ‘garantías’, la transición pactada, la reconciliación nacional, el pato y la guacharaca. Todas necesarias para poder mirarnos a los ojos, todas son verdad. Todo pasa por la liberación inmediata de todos los presos políticos y todas, también, generan resistencia entre tantas heridas abiertas que hay en todos los flancos. Todo el mundo tiene su lista de buenos y malos y ninguna se parece.
Y viene la historia y nos recuerda a un Pérez Jiménez buchón, con las maletas repletas del dinero del pueblo y las manos llenas de sangre, huyendo como huyen los cobardes para retirarse plácidamente a una mansión tan ostentosa que a su muerte David Beckham rechazó comprarla porque “ni los Beckham necesitaban tanto lujo”. No pagó por lo que hizo—por los asesinados ni por los torturados ni por la corrupción—ni remotamente, pero se fue. “¡Con cuán poco te conformas!”. Yo sé. Pero se fue. Y no sólo se fue él, Marcos Evangelista, sino que se derrumbó espectacularmente lo que parecía un sistema colosal, incólume, destinado desde siempre y para siempre a regir los destinos de Venezuela, dando inicio a algo radicalmente nuevo, distinto y mejor.
También vuelve la historia para mostrarnos a un López Contreras de Senador vitalicio, compartiendo en democracia con quienes hasta ayer había anotado en su Libro Rojo, a quienes había perseguido, exilado y encarcelado. Que qué ganas tengo yo de comparar a López con ‘esta gente’. Esta es una aritmética incómoda hasta en las equivalencias. Luego, con Caldera I, la ‘pacificación’ pondría codo a codo a exguerrilleros y sus adversarios en el Congreso. No es la primera vez que a los venezolanos nos toca tragar grueso.
Llegado este punto vale decir que, con las presidenciales a la vista, no se trata de nombres potables o impotables y por eso no he reparado en candidaturas ni en candidatos, sino del cuidadoso andamiaje de acuerdos que puedan construirse. También sé que caben mil llamados a la dignidad, a la justicia, a no olvidar. Ante estos no tengo más respuesta que darles la razón y apenas poder replicar que podemos enfocarnos en tener la razón o en salir de esto.
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La distancia que separa nuestro tenebroso presente y un futuro luminoso de prosperidad, democracia y paz no está en una elusiva ‘victoria final’ sobre el ‘enemigo’ que de una vez por todas imponga el dominio de una parte sobre otra, sino en el amarguísimo jarabe que hay que tragarse si de veras queremos ponerle un punto final a esta larga noche y escribir una historia nueva a partir de 2025.
2 y 2 son 4. 4 y 2 son 6. 6 y 2 son 8… Y 8, 16.
Daniel Fermín es sociólogo y activista, candidato a doctor por la New School for Social Research.
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