Armas y palabras, por Américo Martín
En las polémicas que recaen en visiones extremas acerca lo que sea la Política, resalta la contraposición entre lo autorizado por la pasión y lo opuesto por la razón. Aquella postula fórmulas terminales, si violentas, mejor. Ésta no autoriza ni desautoriza, pasa las propuestas por el tamiz de la racionalidad porque, dejada a su aire, la pasión segrega maximalismo como bilis el hígado. ¡El célebre todo o nada que en nada queda! En situaciones perversas como la de Venezuela han de conjugarse pasión y razón. Todo sobre la mesa, siempre que gobierne la fría razón y no la ardiente pasión. Se piensa con el cerebro, se siente con el corazón, no al revés.
Se escuchan opiniones contra la mediación noruega. Suponen que Maduro gana tiempo haciendo ver que cree en negociaciones, cuando carece de voluntad para el cambio. Guaidó -recomiendan- debería rechazar y dar por concluida la mediación, centrándose en la ayuda militar foránea.
No comprenden lo obvio: los casi 60 países que reconocen al presidente Guaidó están en mayoría presionando la negociación, al igual que la OEA, la ONU, la Unión Europea, el Grupo de Contacto. No quieren guerra salvo que sea fatal. Respaldan la negociación y quizá no entenderían si Guaidó la desdeñara. Desean ver por sí mismos, con sus propios ojos, cuánto más resistirán el señor Maduro y su zarandeado entorno militar y civil. Es natural. Es un caso extremo.
Han estudiado los asombrosos niveles de la crisis venezolana y perciben el creciente deterioro de las Instituciones, incluido el partido de gobierno. Miden la significación de las escalofriantes denuncias de militares y altos funcionarios civiles sobre la gestión de su antiguo jefe. Registran el reflejo de la diáspora de millones de venezolanos en el desquiciamiento del modelo revolucionario y la enorme potencialidad crítica de semejante fenómeno. Maduro confiesa hallarse rodeado de traidores en su partido y su gobierno.
- Me acuchillan –clama- por la espalda.
Las variables económicas que acaba de proporcionar el Banco Central de Venezuela parecen anunciar nuevos frentes internos en trance de borbollar.
El ex fiscal Isaías Rodríguez, uno de los maduristas más fieles, no solo rompió toda relación con su gobierno sino también con el oficio político. En su sorprendente carta de ruptura anunció que el oficialismo se ha convertido en un océano de contradicciones y que cada día es un infierno para ellos. ¿Cómo mantener la cháchara de que, con esguinces retóricos para alardear sobre su disposición al diálogo, lo que este hombre quiere es “ganar tiempo”? ¿Ganarlo para qué? ¿Para que los antagonismos oceánicos arrasen todo? ¿Para seguir soportando el infierno diario, tormento que podrían mitigar si se atrevieran? Lo que realmente necesitan es acortar el tiempo, no extenderlo.
Las críticas contra Guaidó por explorar la ambivalencia madurista en materia de negociaciones de paz, no tienen el menor sentido. Armados con su agenda, Guaidó y la AN siguen a la ofensiva, codo a codo con el país y sus solidarios amigos de la comunidad internacional, estudiando con decisión y urgencia la posibilidad de que un régimen trémulo decida la vía negociada o prefiera enfrentar al mundo a varapalo, sin consenso en sus filas; sin esperanza.
¡Midan sus opciones reales, señores! ¡Déjense de soñar y afronten los hechos! Se les ofrece una negociación seria que incluye salida protegida por la Constitución, por la Comunidad Internacional y por la circunstancia de que los perseguidos de hoy, movidos por la Justicia no por la Venganza, no querrán degradarse mañana a la condición de perseguidores con mal de rabia.