Arrugó el hombre, por Teodoro Petkoff
Se rajó el hombre. Arrugó. Sobrancero como siempre, en uno de sus característicos impromptus, tuvo la ocurrencia de invitar a su teleshow a los intelectuales extranjeros que participaban en el encuentro de Cedice. Estaba claro que los invitaba para fajarse con ellos. Habría que no conocer a Chávez para imaginar que iba a ceder a otros el protagonismo. Tanto así, que en el comunicado de la cancillería, superdeferente y cortés, no se aludía para nada a otra cosa que no fuera un encuentro del presidente con Vargas Llosas, Krauze, Castañeda, etc. Sólo que no contaba con que le iban a recoger el guante. Pero, a la hora de la verdad, cuando le aceptaron el reto, proponiéndole un cara a cara con Vargas Llosa, metió el retroceso y terminó saliéndose de la suerte con argumentos pueriles. «Yo no discuto sino con presidentes» y otras babiecadas por el estilo. Le tuvo miedo a Vargas Llosa. Si para Chacumbele el escritor es un Doble A y él un big leaguer, como dijo, entonces, ¿por qué lo invitó? Ha debido pensarlo antes. Un Grande Liga no le para bola a un AA. Nada, sencillamente, arrugó.
Con lo cual peló un boche a medio metro de distancia. Él mismito se mató, como Chacumbele. Raro que ese mediócrata por excelencia, que bien sabe que en televisión, según el apotegma famoso, el medio es el masaje y que lo que prima por encima de todo, más que argumentos racionales es el efecto emocional, los complejos frente a Vargas Llosa («Yo soy un soldado, no soy un hombre de palabras») le hayan llevado a perder el efecto de lo que habría podido ser una imagen dándole la vuelta al mundo, en la cual Chávez debatía, con un Vargas Llosa que lo acusa de dictador. Qué imagen de amplitud y tolerancia habría proyectado. Habría sido un round suyo, pero lo perdió por nocaut técnico.
Quiso hacer una gracia y le salió una morisqueta. Quiso mostrarse democrático, tolerante, capaz de discutir con adversarios pero con el carrerón que pegó terminó reforzando la percepción de que sus más recientes desplantes dictatorialistas no son cuentos de camino y que quienes expresan preocupaciones sobre esto no están inventando nada. El autócrata no discute y si por algún momento abrió tal posibilidad, su naturaleza, tal como en el cuento del escorpión y la rana, lo traicionó. Su talante autoritario y autocrático pudo más que el análisis racional de los beneficios que habría podido obtener. Como el escorpión, que prefirió ahogarse matando a la rana que lo llevaba al otro lado del río, porque meter la ponzoña está en su naturaleza, Chacumbele prefirió el perjuicio del autogol, valga la redundancia, porque debatir, que es lo democrático, no está en su naturaleza. Por eso no es casual que el régimen chacumbeliano suscite rechazo tanto en la derecha neoliberal, pura y dura, parte de la cual se expresó en el foro de Cedice, como en la izquierda democrática. Esa es la mejor demostración de que lo está haciendo mal.