Así pasa la gloria del mundo, por Simón Boccanegra
Uno de los signos claros de la decadencia de los liderazgos autoritarios (pre, proto o dictatoriales de plano), es el creciente atrevimiento de sus subalternos a acatar, sin chistar, cada una de sus ocurrencias, caprichos o decisiones. La designación del general Rangel Silva como orador de orden para el acto de la Asamblea Nacional en Ciudad Bolívar, nuestra antigua Angostura, que dio nombre a uno de los eventos fundacionales de la patria, ha causado malestar en algunos sectores del PSUV.
No es nada público, desde luego y sólo los tambores de la selva transmiten las cosas que por aquellos predios se han dicho sobre la estrafalaria determinación de poner a ese caballero tan impresentable, negación viviente de los postulados bolivarianos. Obviamente, se trató de una orden de Chávez, quien hace todo lo posible por sacarle algún lustre al hombre que una vez dirigió la Disip y se dejó grabar como un novatico por el FBI.
En la transmisión televisiva del acto podían observarse llamativos detalles, sobre todo en el aplausómetro. Varios de los diputados, que mejor es no nombrar, no podían disimular, con sus manos inertes, las reservas que les debe haber producido la presencia del citado general. Raras veces aplaudieron. Pero uno que sí se puede nombrar es Aristóbulo y el negro estaba tan incómodo que a ratos se tenía la impresión de que le provocaba levantarse y salirse del salón. No fue este minicronista el único que notó las angustias de Aristóbulo. Como no fue tampoco el único que oyó a Rafael Isea, gobernador de Aragua, expresar su disgusto por la defenestración de su viejo pana, el capitán Aguilarte, de la gobernación de Apure.
Sic transit gloria mundi.