Asombros, por Marisa Iturriza
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Mucho antes de la llegada del covid-19 junto con el tapaboca obligatorio y «lávate las manos» a cada rato como si el agua abundara, la ciudadanía no perteneciente a nomenklatura, neoligarquía, enchufados, bolichicos, oportunistas & Cía., no salía mucho. Ahora menos si no pertenece a esos grupos pero evita el contagio, además porque casi no hay gasolina ni siquiera importada; el transporte colectivo es obsoleto, deficiente, escaso y caro, sobre todo si los ingresos son «escuálidos». Lo que sí hay es desempleo «como arroz» de ese picado y con bichitos que viene en paquetes del Clap e incluyendo cines, centenares de empresas pequeñas-medianas-grandes,bajaron la santamaría y no se sabe si reabrirán.
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Lo asombroso es cómo, en los 21 años del siglo XXI equivalentes a la mayoría de edad legal, «a paso de vencedores» se ha ido desmantelando lo que más o menos hubo de eficiente en los 40 años anteriores al proceso. Para muestra, nuestra empresa petrolera nativa, una de las más importantes del mundo, hoy está disminuida a niveles mínimos.
Atrás no se queda la electricidad, que hasta se les vendía a países vecinos y ahora es tan intermitente como el servicio de agua. Sí, de esa que corre por las calles, pero que solo previo pago en divisas llega a las casas, gracias a cisternas nuevecitas, que quién sabe cuánto costaron porque las tuberías domésticas ni se mantienen ni se reparan.
En eso pensaba, y en más todavía, cuando ¡hay que preparar la comida! Provisiones medio fallas. El desabastecido abasto cercano se convirtió en un «bodegón» donde puedes comprar cerveza de Bélgica, vodka de Finlandia, bacalao de Noruega, quesitos ricos, vinos divinos… cuando —de repente— lo vi. Ahí estaba el platanote, maduro. Bien maduro. De hecho, pasado. Cuando se pasa de maduro llega a podrido. Se conectaron las neuronas. Lo que hay que hacer es sancocharlo bien. Ya frío quitarle la piel. Aplastarlo. Para que sirva no debe quedar ni un trocito sin aplastar. Al puré resultante agregar un poquito de harina. Tras amasarlo, ya bien majado, extendí una capa en un molde rectangular engrasado, le añadí el poquito de guiso de pollo que, milagrosamente, quedó en la nevera; lo rendí con zanahoria y papas sancochadas, cebolla frita, pocas pasitas, algo de alcaparra y, todo unido, porque la fuerza es la unión, lo cubrí con la otra capa de puré, horneándolo hasta que estuvo.
Cuando lo que hay que hacer se hace, y se hace bien, se supone que la satisfacción está garantizada.
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