Atentado, por Gabriela del Mar Ramírez
La característica que permita enhebrar atentados en contra de altos dirigentes en la historia de la humanidad es su liderazgo en causas de naturaleza polémica o con detractores radicales. Desde el asesinato de John F. Kennedy en 1963 hasta la eliminación física de Yitzhak Rabin en 1995, la naturaleza de los magnicidios ha tenido como propósito revertir decisiones tomadas por estos personajes que han logrado captar –para bien o para mal- un gran número de seguidores. Kennedy revolucionó la política norteamericana enjuiciando los intereses económicos de la Guerra de Vietnam, condenando el racismo y persiguiendo a la mafia mientras que el primer ministro israelí encontró la muerte al abandonar una plaza pública después de expresar su vocación por la paz entre Israel y Palestina.
Los conspiradores comprenden que el liderazgo de sus víctimas es un obstáculo insalvable para atacar la causa enarbolada por ellos y planifican cuidadosamente su eliminación. Viene a cuento porque el gobierno de Venezuela ha ocupado los titulares de la prensa mundial esta semana con la noticia de un intento –fallido- de asesinato en contra de Nicolás Maduro, actual titular de la Presidencia venezolana con el desconocimiento de la gran mayoría de los países del mundo en virtud de la instauración por la fuerza de una Asamblea Constituyente que dejó de regirse por la Constitución aprobada por el pueblo y que ha sido criticada por sus propios diputados constituyentes.
El cuestionado liderazgo del conductor de los destinos de los venezolanos ha provocado una estampida desde Venezuela -un país que mantuvo una migración casi igual a cero- hacia los países vecinos. Esta semana Brasil decidió impedir el paso de más venezolanos, mientras que gobiernos como los peruano, chileno y argentino han extendido medidas especiales para poder absorber a un contingente inesperado de migrantes.
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La asociación histórica de los eventos de magnicidio, no solo en contra de Presidentes, sino de líderes carismáticos defensores de los derechos humanos puede impregnar el confuso evento en contra de Maduro, como un saboteo a una gesta revolucionaria pero lo cierto es que las cárceles de la policía política están abarrotadas de personas que han expresado oposición al agraviado o de allegados a personas que el entorno de Maduro considera conspiradores como es el caso del Doctor José Alberto Marulanda, jefe de traumatología del Hospital Universitario a quien vincularon sentimentalmente con una oficial evadida. El galeno recibió en carne propia torturas que le restaron capacidades físicas.
El mensaje central del discurso de mandatario no es propositivo, sino reactivo cuando se exhibe como la víctima de la llamada Guerra Económica, mientras se acumulan expedientes de corrupción en Tribunales extranjeros con el testimonio de antiguos colaboradores suyos en empresas estatales como Pdvsa y en el área de obras públicas.
Para la mayoría de las personas se hace imposible hacer un análisis de los eventos desde una perspectiva criminalística o investigativa; saber cuánta potencia tiene una carga de C4, como es que un dron violó el perímetro de seguridad en un evento con el Presidente o quien pudo conocer los planos de la ubicación de todas las autoridades del país a cielo abierto. Pero cualquiera puede contextualizar en que momento ocurren estos hechos y es cuando el país se adentra en un espiral inflacionario histórico, el salario de las personas tiende a cero, los enfermos crónicos no encuentran medicamentos, la gente llega a su trabajo en la parrilla de un camión o caminando, salen toneladas de oro de manera irregular del país, el contrabando de gasolina alcanza cotas impensables, Pdvsa ha sido saqueada y el sistema eléctrico colapsa en cámara lenta.
Todos debemos rechazar la cultura de la muerte a la que somos sometidos a diario por las políticas irracionales de nuestros dirigentes y eso incluye condenar cualquier intento de asesinato porque sería un desvío del país que soñamos y que más temprano que tarde vamos a construir y porque los males políticos se destierran conjurándolos colectivamente, recuperando nuestra soberanía con una gran movilización nacional y mostrándole a quienes nos despojaron de ella que el poder realmente reside en el pueblo no violento, no en el atajo de la muerte