Atreverse, por Américo Martín
Todas las preocupaciones que deberían impulsar a Maduro y Guaidó a una rápida y efectiva negociación, se multiplican con la fuerza y la determinación que lo hace el infame coronavirus. La tragedia no tiene límites. Se ha volcado una oleada de amargas quejas, monstruos desatados.
En ciudades tan tradicionalmente tranquilas como Soledad del municipio Independencia de Anzoátegui, la gente exige comida, agua y gas. La historia se repite en el país cambiando el orden de los factores pero no los factores.
Según el Observatorio de Conflictividad Social, en marzo estallaron 580 protestas. La desgracia quiere que los encuentros y desencuentros implicados en ellas aproximen la agresión del Covid-19, en un proceso de retroalimentación infinito, aparte de universal, sin que aparezca una esperanza claramente fundada de la vacuna preventiva o del tratamiento curativo.
La crisis económica del mundo, y muy particularmente la de nuestro país, se ha acentuado, en parte por esta peste negra del S. XXI. La mala gestión económica en un territorio de 30 millones de habitantes, con la inflación más alta del mundo y el retroceso del PIB más intenso de América, no deja lugar a esperanzas claramente infundadas.
Valéry Giscard d´Estaing, ex presidente de Francia, para referirse a la inflación y recesión de su tiempo, habló de la senda del antidesarrollo, elegante retórica usada para no soliviantar los ánimos cuando todavía podía darse ese lujo. Hoy, inflación y crisis, dan lugar a una garrulería expresiva propia de almas desesperadas.
En Venezuela obra otra maldición. El mundo se ha tomado tiempo para fijarse con angustia en la suerte de nuestro país, afectada por una gestión que revuelve y agrava todos los problemas, y ha provocado una estampida contabilizada en 5 millones de ciudadanos martirizados entre el autoexilio y el retorno en condiciones peores que nunca.
La clásica prosperidad de Venezuela se desvaneció con tanta rapidez como su petróleo y derivados, que la presentaban como un modelo de riqueza.
Rodolfo José Cárdenas, fallecido líder demócratacristiano y destacada personalidad pública, llamó nuestra edad de oro de la república civil, a los 40 años de democracia transcurridos entre 1958, y 1998, punto de partida del socialismo del S. XXI, cuyo saldo estoy describiendo en este momento.
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La solidaridad internacional ha apoyado con fuerza el retorno de la edad de oro; eso sí, sin venganzas y con el restablecimiento de la convivencia por encima de las diferencias ideopolíticas que el modelo democrático, no sólo respeta, sino que auspicia.
EEUU ha presentado una fórmula laboriosamente detallada para alcanzar semejante desideratum sin sangre ni violencia y con base en una negociación seria, veraz, profunda. Lo interesante es que esa propuesta ha sido avalada por la comunidad internacional en su casi totalidad y por la oposición venezolana. México, Rusia y España terminaron aclarando que favorecían la negociación venezolana.
Mike Pompeo ha exhortado a Nicolás Maduro a asumir esas negociaciones y a hacer suyos sus términos. Basta leer la propuesta norteamericana para descubrir que la plenitud de los temas que interesan a las dos partes están minuciosamente contemplados, incluido el delicado tema de las sanciones que Maduro ha pedido que por razones humanitarias sean levantadas. Ese punto, en los mismos términos, está contenido en la propuesta y de allí el favorable eco que ha tenido.
Por su parte la oposición ha reclamado la libertad de todos los presos políticos, civiles y militares. Creo que esas medidas deberían ser adoptadas por Maduro incluso para fortalecer el diálogo y vencer susceptibilidades.
La libertad de los presos políticos y el levantamiento de sanciones nos acercarían a la satisfacción del interés directo de las partes y del país.
Quedaría pendiente el gobierno de transición sin Maduro ni Guaidó, aunque los dos podrían participar en las libérrimas elecciones que convoque la transición. Se estima que el período de transición dure entre seis meses y un año, que sería también el que los especialistas consideran apropiado para organizar las presidenciales –6 meses– y las parlamentarias –12 meses–. En ese lapso, se abordarían simultáneamente los gravísimos problemas arriba mencionados que constituyen exigencias inaplazables.
Ninguna negociación prosperaría si no satisface el interés profundo de ambas partes, incluidos temas como el de la suerte que espera a Maduro y Guaidó, una vez nombrado el gobierno de transición sin su presencia. Los buenos negociadores saben que no hay engaño posible. Maduro debe tener la garantía de que su participación en las elecciones sea bajo las condiciones en que lo hará cualquier otro candidato.
Lo más cercano que he escuchado de procedencia oficialista, al proyecto Pompeo, es la declaración de Juan Barreto proponiéndole a Maduro que en acuerdo con la AN (Guaidó), nombre un Vicepresidente ejecutivo de oposición, lo que le permitiría decidir, incluso, su propia renuncia, al igual que la de Guaidó. Es una idea interesante porque resuelve presuntas angustias relacionadas con ese tema, si la fórmula Barreto ensamblara más plenamente con la de Pompeo.
De Guaidó puede decirse que pudiera tener la presidencia en una elecciones libres, pero aún si no fuese así, habría cumplido con Venezuela porque la AN habría honrado todo lo que la nación esperó de ella.
Unos y otros, en un país de convivencia, serían premiados con la plenitud democrática, la salud y la prosperidad que alegrarían nuestras vidas.