Aún es posible unirse, por Simón García
Twitter: @garciasim
La tendencia a la fragmentación ha sido constante en nuestra oposición Ella tiene su raíz en estrategias equivocadas y en la existencia de juegos subyacentes en partidos que no encuentran recompensas en la acción conjunta.
En el 2006 Rosales, Borges y Teodoro encabezaron la primera sustitución de la estrategia insurreccional por la electoral. Lograron una hegemonía para retornar a la vía democrática y vigorizar las fuerzas de cambio. El ciclo cerró con la derrota electoral del gobierno en las parlamentarias del 2015.
Ahora estamos en una disyuntiva parecida, pero en un contexto diferente. Muy pocos actores se niegan abiertamente a participar en las primarias, dado el sentimiento favorable a la unidad. Pero en otros la decisión es imprecisa y frágil. Y entre los más decididos aduciendo el carácter participativo de esa opción predomina una visión excluyente que esteriliza las ventajas del método. Una parte decide exclusiones, en vez de transferir al voto de la gente esa decisión.
Ningún método será suficiente sin acordar previamente, en todos los potenciales participantes, lo que ganan los que pierden en la escogencia del candidato. Desde luego la primera garantía de triunfos compartidos es asegurar la participación de toda la complicada y polémica diversidad opositora necesaria para ganar.
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Las reglas de juego se establecen según la fuerza que cada actor tenga. Esa relación constituye la definición de poder que se basa en los hechos reales y en el abandono de la creencia que desde la debilidad y la división pueden ordenar la realidad política según sus deseos.
La decisión de prescindir del CNE y trabajar porque toda la diáspora ejerza su voto es deseable y constitucionalmente exigible, pero es poco probable lograrlo enteramente. Apartar al CNE del manejo del padrón electoral es conveniente porque protege al elector de un uso indebido de esa información por parte del gobierno, pero la oposición requiere la logística del CNE para hacer sus primarias.
Se apuesta al desgaste de los extremistas que reclamarán todo o nada en cada punto, actitud que será más nocivo mientras más se tarde en hablarle claro al país. Hay jugadores construyendo la oportunidad para abandonar el juego y llamar a la abstención. Esto hay que decirlo y es el momento para hacerlo, aunque el librito del hacer político tenga una versión según la cual se debe mantener en secreto una parte de la información y la otra dosificarla.
El empeño por recuperar comunicación con el venezolano que decidió ocuparse de su sobrevivencia personal y familiar exige responsabilidad y presencia de un liderazgo que se eche en sus espaldas la dura tarea de concretar la unidad posible.
La reflexión que en su época hicieron Rosales, Borges y Teodoro no partía de la idea de un triunfo sino de trabajar por convertir una política decidida por pocos partidos en una movilización de la sociedad a favor de los cambios.
Hoy esta noción de cambio necesita fundarse en respuestas concretas a la crisis humanitaria y en propuestas económicas y sociales para levantar una presión para sustituir las políticas gubernamentales que prolongan las calamidades de la mayoría.
Aun es posible salvar el juego opositor del desastre que todos admiten en la intimidad. Pero la escena debe ser ocupada por partidos y políticos determinados a encontrarse con el país y no por los profetas del fracaso y la desesperanza.