Autoayuda para viejos, el viejo verde, por Fernando Rodríguez

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Desde los albores mismos de la humanidad nuestros congéneres seguramente cayeron en cuenta de que tenían una suerte de interioridad, simplificando pensamientos y sentimientos, frente al mundo y sus semejantes. Bueno, centenares de miles de años después no hemos dilucidado del todo qué son esos dos ámbitos y como se relacionan entre sí.
Para las religiones uno es básicamente el espíritu, el alma imperecedera, y la materia finita el resto. Para Descartes, el primer filósofo moderno, la manera en que se vinculan ambas quedó como una desagradable interrogación, saber cómo mi voluntad le ordena a mi mano que se mueva de determinada forma.
En general los idealistas pensaron que la exterioridad es una amalgama de ambas sustancias. Los diversos positivistas contemporáneos piensan que somos ratones complejos que se mueven por causas materiales. Los psicoanalistas creen que nuestro yo es básicamente manejado por una región invisible de nuestra subjetividad, el inconsciente.
En fin, que a pesar de la Inteligencia Artificial, no sabemos todavía tan primitiva y aparentemente tan elemental cuestión. El ciudadano de a pie, y el sabio cuando anda a pie, piensan que son sustancias separadas, son realistas.
Como Aristóteles y los mil años del medioevo. Total, que este resumen atropellado y chato nos podría indicar al menos una cierta precariedad mental que parece consustancial a nuestra humana condición.
Todo este atropello intelectual solo para decir una cosa. Es muy probable que a los viejos, ambos ámbitos que constituyen lo humano, la cosa que piensa y la cosa extensa, el espíritu y el cuerpo, seguramente se afecten de manera diversa por la senectud, por los males de la última etapa de la vida.
Un ejemplo, gente muy atropellada en su cuerpo pero que mantiene una notoria lucidez mental y afectiva. Todos conocemos a más de uno de esos seres. Bueno a lo que quiero referirme es a los no pocos peligros que esa disparidad conlleva. Resulta que un intelectual muy culto y refinado y muy viejo y deteriorado, bastante conocido, se encuentra con una joven de buen porte en una fiesta. La atractiva dama, es profesora y ansía escribir, su verbo da muestras excesivas de muy flagrante admiración.
El anciano olvida que sus discursos son lo contrario de sus arrugas y movimientos convulsos y que la dama busca equilibrar la admiración intelectual con el rechazo por los naturales desastres de los años del caballero. Pero olvidando por un buen rato tal diferencia entre el pensar y lo corporal, éste siente crecer dentro de sí un cálido sentimiento erótico.
Es el momento del viejo verde, que desaparece amargamente cuando la admiradora se retira del brazo de un apuesto cincuentón. Es cruel, pero bueno es así, ontológicamente así.
Pongo otro ejemplo, A don Fulano lo llevan sus hijos al mar, adonde no iba en mucho tiempo, entre otras cosas por razones de salud. Pero cuando vio la belleza azul del mar y recordó sus destrezas de niño y joven como nadador y mientras la familia se establecía en la playa, decidió lanzarse a las olas que tan bien sabía domeñar en sus mocedades. Desastre, casi se ahoga y sus hijos y nietos lo llevaron desesperados al hospital del balneario donde pasó el fin de semana con su abatida tribu alrededor. Otra pésima opción ontológica y un olvido de la dualidad de nuestro ser o dasein (Heidegger) y sus conflictos.
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