Autoayuda para viejos, por Fernando Rodríguez

Correo: [email protected]
En la vejez básicamente se acorta el futuro, no sabemos cuánto exactamente, pero esa conciencia basta para vivir muy intranquilamente. La muerte puede estar a la vuelta de la esquina o de la otra esquina. Lo cual es bastante para jodernos la paz del alma.
Pero el asunto es más complejo porque no solo el futuro amenazante sino también el presente se vuelve bastante anodino, tiende a tener un muy dificultoso sentido, ya que lo que hacemos en nuestra existencia sabemos que no entrará en ninguna suma final. Esta nunca la hubo pero ahora simplemente se nos patentiza abruptamente. Por ejemplo a mí me dio por leer a Kafka completo, cosa que inexplicablemente nunca había intentado.
Creo que leí La metamorfosis terminando el bachillerato, por recomendación de mi admirado profesor Perán Erminy. Por supuesto sesenta y tantos años después no queda sino un señor que se convirtió en escarabajo o algo parecido. Este inmenso y rutilante vacío debía ser llenado y lo estoy haciendo. Pero si veo el escaso futuro y el inevitable y cercano final, resulta absurda la tarea, más allá del efímero disfrute de la lectura. Siempre me pareció curioso esos milmillonarios que aparecen en Forbes y que a edad muy avanzada siguen habiendo negocios con voracidad. En cierto modo yo y usted los imitamos.
Pero algo hay que hacer y es mejor leer a ese enorme espíritu checo que mirar el techo o entristecerse y llorar por la vita brevis. Sea como sea lo estoy haciendo. Creo que un buen consejo es considerar que todo lo que hicimos en nuestro tránsito vital se afecta de la misma finitud, cuestión de más o menos tiempo, y solo eso. Y mira que hicimos con pasión muchas cosas: universidad, política, escritura, amores, algún dinerillo… A veces con ciega pasión, como dicen. Eso alivia el ahora, con el siempre. La vida que es así y punto. La vida toda. En algo funciona, aunque mal de muchos no ayuda del todo, como es sabido.
Yo he encontrado un camino mejor que es evitar que el futuro aparezca. Tratar de vivir sólo en el presente (sobre el pasado hablaremos en otro rato). Es metafísicamente correcto que uno vive gran parte del tiempo volcado sobre el mundo y eso hace que el tiempo desaparezca, que vivamos en una especie de eternidad presente.
Esa mesa que está ahí y que yo miro no la contemplo en un momento del devenir, está ahí como siempre y para siempre. Salvo que yo tenga una segunda conciencia que me tematiza a mí mirando la mesa, ahí aparece la temporalidad y la finitud, mi condición de mortal. Es en la reflexión, conciencia de conciencia, cuando yo que me objetivo en que aparece la caducidad del existir. Es entonces lo que debo evitar. Yo estoy sumido en el libro de Kafka –lea por cierto un cuento maravilloso, alucinante, El artista del hambre– y nada aparece de mi condición temporal y finita. Kafka hala solo, yo no me ocupo de mí.
Por supuesto esto no es sino ocasional suelo reflexionar, pensar en mí, a cada rato. Mientras menos lo haga, tanto mejor. Dedíquese a lo que tiene que hacer. Converse, haga labores domésticas, salga lo más que pueda…lea a los grandes, aunque si le gustan los pequeños pues es la hora en que el capricho es un privilegio, la hora de ese Epoc que lo tortura. O jugar algún juego de mesa. O, muy recomendable, vea cine. El cine nos posee, es una mezcla de artes que multiplica el efecto de cada una, embriaga. El licor tiene sus pros y sus contras, piénselo. Es todo por hoy. Si quiere profundizar en el tema lea La trascendencia del ego, de J. P. Sartre, pero pagará el precio
*Lea también: Irán, por Fernando Rodríguez
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo