Autoritarismo y elecciones, por Luis Alberto Buttó

Twitter: @luisbutto3
Es la estética sustituyendo a la ética: el autoritarismo constituido poder no necesariamente descarta las formas electorales; por el contario, con base en sus intereses, posibilidades y necesidades, las utiliza a conveniencia en función de alcanzar el objetivo transversal expresado en la permanencia temporal que aspira.
En consecuencia, desde la segunda mitad del siglo XX en adelante, los regímenes autoritarios han recurrido y recurren a comicios con la intención de granjearse visos de legalidad frente al escrutinio nacional e internacional. Que dichas elecciones sean realmente justas y competitivas es lo de menos, pues, desde la perspectiva autoritaria, la cualificación de esos procesos y las características intrínsecas de los procedimientos utilizados en su realización en nada importan. Lo determinante es la justificación, a troche y moche, de la continuidad en el ejercicio del poder.
El porcentaje de participación del electorado en comicios adelantados desde la óptica y reglas autoritarias dicen mucho de la confianza que estos inspiran. Obviamente, muy poco representativo de las expectativas y preferencias de la gente puede ser una realidad política cuando, por ejemplo, 51% o más de la población empadronada se abstiene de concurrir al acto electoral.
En modo alguno, el lado «vencedor» puede arrogarse la condición de mayoritario. En verdad, este autoproclamado «triunfador» no es más que irrelevante minoría entre las minorías existentes y, de ninguna forma, encarna el deseo de la población en torno a la conducción del destino nacional.
La lectura es otra. Por un lado, el rechazo a las opciones presentadas es abrumador y, por el otro, queda claro que la población no cree en el llamado a concurrir porque, a su vez, no cree en la transparencia del proceso.
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Frente a la realidad del rechazo de la gente a elecciones pautadas bajo los parámetros del autoritarismo, la coacción del voto desempeña un papel fundamental. Clientelismo político de por medio, se ejerce presión, disimulada o descaradamente abierta, sobre el funcionariado y/o sobre los beneficiarios de programas sociales (la pertinencia o calidad de estos no cuenta a los fines del análisis) a fin de que estos se vean en la obligación de participar, so pena de poner en riesgo la continuidad de los «beneficios» obtenidos.
Entre otras variables de igual trascendencia, esta especie de chantaje político define al autoritarismo cuando recurre al juego electoral ya que, por principios, dichas exigencias son contrarias a la democracia.
Otro mecanismo utilizado por el autoritarismo al momento de recurrir al ropaje electoral para validar su mandato es presentar opciones cerradas de antemano, en aras de minimizar al extremo el principio de competitividad que debe caracterizar a cualesquiera elecciones, si éstas se pretenden sean realmente democráticas. Esto es, auspiciar y permitir aparentes candidaturas opositoras que, a fin de cuentas, solo sirven de comodín al proyecto político dominante. Queda claro que el calificativo de «aparentes» responde al hecho de que tales candidaturas, ni por asomo, representan a la oposición real; es decir, la que cuenta con el fervor popular.
En relación con las candidaturas aparentemente opositoras que se suman al tinglado electoral del autoritarismo es perentorio puntualizar dos aspectos definitorios. Por un lado, tras bastidores, aunque a veces no tanto, como bien lo aprecia la opinión pública, están emparentadas con el modelo de dominación impuesto y, de alguna u otra manera, son usufructuarias del mismo.
En otras palabras, al entrar en escena, solo están defendiendo sus propios intereses. Por el otro, algunas de estas candidaturas pueden estar actuando de buena fe, pero con una miopía política tan descomunal que les impide entender el flaco servicio que le hacen a las aspiraciones democráticas y el inmenso respaldo que le dan al poder autoritario al actuar como tontos útiles de las pretensiones hegemónicas de este. En ambos casos, suicidio político en primavera.
Frente al cuadro descrito, ejercicio de la ciudadanía consciente. No queda de otra, salvo que se escoja tirar la toalla o esperar por la actuación de los Dioses del Olimpo. Por cierto, estos no existen. Son pura mitología.
Luis Alberto Buttó es Doctor en Historia y director del Centro Latinoamericano de Estudios de Seguridad de la USB.