Autoritarismo y Manual de Carreño, por Rafael Uzcátegui
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En 1987 John Knoll trabajaba en una pequeña empresa en Estados Unidos y necesitaba un programa informático para manipular imágenes. Junto a sus hermanos Thomas y Glenn creó un prototipo que llamaron «Image Pro», que tres años después mejoraron bajo el nombre «Photoshop». El acierto de los hermanos Knoll fue reproducir en la pantalla el entorno real en el que trabajaba cualquier diseñador gráfico: Básicamente un escritorio con una caja de herramientas.
Pero no fue hasta 1994 cuando la versión 3.0 introduce el concepto de «capas», una lógica tomada también del oficio, que emulaba cómo se elaboraban las portadas de revistas en aquellos días analógicos: Sobre la foto principal se colocaban diferentes hojas de material transparente, cada una impresa con un elemento diferente, hasta lograr la composición deseada. El uso de las capas, ajustables e intuitivas, encumbró a Photoshop a lo que es hoy: El software de edición de imágenes más popular del planeta, punta de lanza de la empresa Adobe.
La metáfora de las «capas» nos sirve para hablar sobre los dos principales diagnósticos realizados por el campo democrático venezolano para describir lo que gobierna desde Miraflores: Quienes pensamos que no es un gobierno democrático y quienes razonan que sí, con todo y sus bemoles, todavía lo es. No es un asunto académico, pues desde ambas caracterizaciones se promueven teorías de cambio diferente.
Como hay un debate infinito sobre lo qué es democracia y sobre lo qué no lo es, nos atenemos a la resolución «Nuevas medidas para promover y consolidar la democracia», adoptada en el año 2002 por la entonces Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Allí se establece diez elementos esenciales que forman parte de lo que puede señalarse como democrático: 1) El respeto de los DDHH y de las libertades fundamentales; 2) la libertad de asociación; 3) La libertad de expresión y de opinión; 4) El acceso al poder y su ejercicio de conformidad con el Estado de derecho; 5) La celebración de elecciones periódicas libres e imparciales por sufragio universal y mediante voto secreto como expresión de la voluntad de la población; 6) Un sistema pluralista de organizaciones y partidos políticos; 7) La separación de poderes; 8) La independencia del poder judicial; 9) La transparencia y la rendición de cuentas en la administración pública, y 10) La existencia de medios de comunicación libres, independientes y pluralistas.
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Un gobierno puede ser una mala democracia, con rasgos autoritarios, y debilitar varios de los elementos anteriores, o desaparecer alguno de ellos, pero su Ejecutivo seguiría dentro de la capa de la democracia. En Venezuela tuvimos muchos problemas antes del año 1998, y podemos ponerle cualquier adjetivo que se nos ocurra a lo que vivimos por aquellos tiempos, pero el sustantivo que aplicaba siempre fue «democracia». Cuando han desaparecido las 10 características enlistadas por Naciones Unidas podemos afirmar que una nación dejó de ser democrática.
A nuestro juicio en nuestro país finalmente ocurrió en octubre del año 2016, cuando Nicolás Maduro suspendió ilegalmente dos procesos electorales, anunciando que las próximas votaciones no serían ni libres ni imparciales. La posibilidad de realizar elecciones competitivas, como las ocurridas en diciembre de 2015, era lo último que quedaba de aquel decálogo.
Si usted ubica al gobierno de Nicolás Maduro en la capa de la «No democracia» tendrá un diagnóstico específico sobre la naturaleza del conflicto y de cómo razona su adversario. Y cuál debería ser la estrategia para enfrentarlo. Si en cambio, por las razones que sea, usted lo ubica en la capa de la democracia, llegará a conclusiones diferentes.
Por ejemplo, si para usted sólo es otro gobierno autoritario más, como hemos tenido en otros momentos de nuestra historia contemporánea, promoverá una estrategia de cambio basada esencialmente en el «diálogo» con Miraflores en virtud de llegar a los acuerdos necesarios para revertir, unilateralmente, sus rasgos tiránicos. Tendrá la tendencia a creer, en una criollización de la teoría de los dos demonios, que la crisis venezolana es consecuencia, a partes iguales, de un gobierno sordo y una oposición miope, y que el chavismo ha tenido que reaccionar defensivamente al extremismo de sus contrarios.
Que mecanismos como la Corte Penal Internacional enrarecen el clima que permitiría llegar a los consensos políticos necesarios, «porque a nadie le gusta que le digan criminal contra la humanidad». Usted estaría más proclive, entonces, en creer que la retórica oficial, a favor de las desigualdades y contra las injusticias, no ha podido materializarse por una oposición radicalizada que ha transformado a super bigotes en un «demócrata acorralado». Su estrategia para el cambio sería, a partes iguales, influir dentro de Miraflores y neutralizar a esa oposición, que sería lo peor que nos pudiera pasar si llegara a gobernar. Y dentro de ese universo de «radicalidad» pudiera incluir desde quienes invocan el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca hasta quienes denuncian, con pelos y señales, violaciones de derechos humanos.
Hay quienes resisten calificar al gobierno de Nicolás Maduro como no democrático pues aseveran que el sólo hecho de escribir este texto dentro de Venezuela demostraría que no seríamos, aún, una dictadura. Ok, la bloguera Yoani Sánchez vive y postea dentro de la isla. ¿Es Cuba una democracia? Y así como hay niveles de democracia también hay tonalidades dictatoriales. Como la de Nicaragua, para hablar en presente.
Por tanto, al no tener 3 mil organizaciones ilegalizadas y en el exilio como en Managua, en Caracas no pudiéramos hablar de dictadura. No importa que las organizaciones políticas y sociales estén debilitadas, para el dialoguismo el asunto parecería que es llegar a la conversación con El Manual de Urbanidad y Buenas Maneras de Carreño sobre la mesa. Y esto pudiera llegar a ocurrir en un plazo demasiado largo.
¿Cuál es la teoría de cambio de quienes pensamos que estamos bajo un gobierno autoritario y no democrático? Dejemos abierta la pregunta hasta un próximo artículo.
Rafael Uzcátegui es Sociólogo, editor independiente y Coordinador general de Provea.
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