Avanzar hacia la transición, por Simón García
Twitter: @garciasim
Venezuela hoy es el ejemplo no por sus avances sino por su devastación. Lo que asombra, en este milagro al revés, es cómo millones de venezolanos han podido resistir un ciclo de destrucción tan severo durante tantos años.
La debacle no los ha doblegado. Los inspira a luchar por la vida. La sociedad, acosada por la crisis y sin el músculo de la democracia, se retrajo instintivamente y convirtió su sobrevivencia en causa existencial. Esta autodefensa fue el recurso disponible una vez que fueron cayendo o debilitándose las instituciones, el sistema de comunicación y las organizaciones sociales. La declinación de los partidos, boqueando en la lucha ficticia por el poder, mostró un final para la vieja democracia.
El principal impedimento para convertir la resistencia defensiva en oposición activa es haber tenido una oposición que dejó de ser democrática porque adoptó estrategia y métodos guevaristas. Incendiar la pradera cerrando calles, apostar al golpe, a la invasión o la insurrección es una anacrónica y fracasada receta violentista.
Tampoco podemos ignorar el rechazo de la población a unos dirigentes que hacen política para reinar en la oposición. Se han labrado una falta de credibilidad que genera un vacío. Si nos negamos a reconocerlo, jamás vamos a llenarlo.
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Afortunadamente, existen indicios en algunos dirigentes opositores, en distintos niveles, de que saben que ya no basta con reencauchar al G4 o convertir la extraordinaria iniciativa de las ideas de todos en instrucciones para pocos. Hay que abrir puertas a una oposición que debe ser plural, porque es diferente. Nos espera el tiempo de una oposición abierta, definida y sin dueños.
Las limitaciones de la oposición están vinculadas a los acosos y castigos despóticos. Pero su extravío es obra de una triple crisis, similar a la que describe Vargas-Machuca para España: la de incompetencia, cuando no hacen lo que deben hacer; la de impotencia, cuando no pueden hacer lo que desean y la de inobservancia, porque sabiendo qué y cómo hacer, se privan de actuar.
Nada ganamos y mucho perdemos tratando la crítica a nuestra propia labor como un ataque o insistiendo en un discurso que provoca inevitablemente el enfrentamiento y la división que nos debilita. Es un estilo inconveniente, aunque solo sea porque alegra a la acera contraria.
El entendimiento entre las distintas expresiones opositoras es requisito de eficacia ante el riesgoso filo de navaja por el que habrá que caminar para abrir una transición electoral hacia la democracia. Un período de organización de conciencia y fuerzas, contradictorio y conflictivo. Abordarlo necesita presión popular y ofrecer propuestas atractivas y seguras de cambio de opciones a quienes detentan el poder. Para alentar a sectores del campo dominante, potencialmente dispuestos a emprender la reforma democrática, hay que tender la mano a las franjas chavistas descontentas, acentuar los incentivos para el cambio de conducta en el bloque de poder y proporcionar garantías de convivencia para todos en un mejor país.
La participación en las elecciones del 21N tiene sentido porque está dirigida a conseguir también objetivos no electorales.
Los difíciles triunfos vía votos son necesarios porque cambian parcialmente la naturaleza del régimen, acuñando en su seno una institucionalidad para servir al ciudadano y no para controlarlo. Poder dual, constitucional, con legitimidad y dentro de la gente. Pero el horizonte del cambio es mayor.
Ya no es posible meter la vieja estrategia por la cocina. Es tiempo de reformular la identidad alternativa y la definición de la política transicional que ha faltado. Es tiempo de atreverse a avanzar.
Simón García es analista político. Cofundador del MAS.
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