Bala perdida, por Omar Pineda
Twitter: @omapin
Justo cuando Alfredo se asoma a la ventana descubre que, entre quienes bajan del autobús en la parada frente a la iglesia, sobresale la cabellera negra y sin peinar del Zurdo. Sabe que Gabriel viene a buscar su parte del botín tras el asalto –¡que limpio nos salió!– de la carnicería Atlántico. Seguro irá directo a esa especie de pasillo estrecho, lóbrego, solitario, que en mi infancia usábamos para jugar a las escondidas y que ahora es la guarida perfecta y segura de los choros cuando los pacos les siguen los pasos. Algunos usan los huecos en la pared, que ya no sirven de desagüe, para ocultar la marihuana, el perico y lo que se ganan en los arrebatones de la calle.
Si lo vemos con ojos de empleado bancario se dirá que son las cajas de seguridad del hampa del barrio, ya que son muchos los agujeros los que se esparcen en ese sitio estrecho y maloliente, y ya nadie en su sano juicio osaría merodear por ese sitio o tumbarles a otros sus pertenencias. Antes también en la preadolescencia lo usábamos para asomarnos a las ventanas de los apartamentos de planta baja y mirar a las chicas que se quitaban el uniforme del liceo. Alfredo está decidido a no compartir lo robado, de modo que planea con el Gordo, su hermano menor, lanzarle una emboscada al Zurdo.
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El plan consiste en esperar que el pana ingrese al corredor en busca del dinero en el lugar acordado y antes de que constate que lo han tumbado, Alfredo lo atacará con el cuchillo por la espalda. Si fracasa la acción está previsto que el Gordo desde el otro extremo del pasillo le dispare con la pistola de su papá, ese viejo coronel del Ejército que en los bloques le tienen arrechera por soberbio, gritón y retrechero. Alfredo se le abalanza al Zurdo quien esquiva la puñalada, lo que hace que Alfredo pierda el equilibrio y caiga de rodillas.
En el mundo donde convive esta gente las traiciones son moneda de cambio, así que el Zurdo, que había acudido armado, se precipita con un destornillador contra su otrora compinche. El Gordo corre para no errar el tiro, pero debe disparar rápido cuando ve que el Zurdo levanta su mano contra su hermano.
El disparo resuena en el pasillo y viaja a velocidad inimaginable acertando en la cabeza equivocada. El Zurdo aprovecha la confusión y huye antes de que el Gordo vuelva a jalar el gatillo. Ya a salvo de la emboscada se precipita calle abajo hasta perderse por las esquinas y llegar a la avenida. La bala ha perforado la cabeza de Alfredo, ahora yacente y, seguramente, ya sin vida. Al Gordo se le ocurre correr y contarle otra versión al papá.
Luego el coronel la transforma en un forcejeo de Alfredo con el Zurdo, quien disparó a la sien de su hijo. En menos de una semana, la Policía Militar sale a la caza del Zurdo y antes de que lo ejecuten cuenta su versión, pero nadie suele creerle al delincuente. Así que, eres hombre muerto, becerro y ¡pum! Fin de la historia.
Tres meses después funcionarios de Asuntos Internos del Ejército entran a la oficina del coronel con una orden: le exigen entregar su pistola porque está en curso una investigación que permanece inconclusa y quieren comparar la bala que segó la vida de su hijo con el arma que lleva el oficial.
Omar Pineda es periodista venezolano. Reside en Barcelona, España