Basada en hechos reales, por Fernando Rodríguez
El drama que está viviendo Ecuador a manos del crimen organizado es aterrador, digamos que -de paso- lo viven casi todos los países de América latina con diversos grados de intensidad. Pero yo quería tratar en específico el insólito asalto a un set de televisión en Guayaquil, uno de los episodios más extravagantes de esa ola de violencia desatada sobre todo por las omnipotentes bandas del tráfico de drogas, verdaderos emporios de poder armados y sin ningún escrúpulo.
Que un set de televisión, en el aire, se vea asaltado por una docena de bandoleros armados que sometieron a todos los presentes, en el aire repito, debe ser, supongo, un caso inédito a nivel planetario y en la ya centenaria historia de la caja mágica que se ha aposentado en casi todos los hogares del mundo. Por supuesto, con páginas memorables, de ayer y de hoy, pero que en términos generales lo ha inundado de basura y violencia, esa palabra sin respuesta que decía Baudrillard; despótica como ninguna otra forma de comunicación humana decía Pasquali. Al parecer, en proceso de franca decadencia, sobre todo en los jóvenes, remplazada por otros medios, redes, que no sabemos si mejores o peores. Tienen en cualquier caso la ventaja de ser interactivas. Sin embargo, «cloacas de la información», al menos por el momento, las llamó ese extraordinario pensador de los media, y de unas cuantas cosas más, Umberto Eco.
Los televidentes que han sido bombardeados de violencia, miles de crímenes ha visto cualquier niño televidente, una «cultura» muy tóxica, ahora pudieron ver uno en verdad terriblemente real, unos bandidos en plena trasmisión de un canal de Guayaquil, armas de diversos tipos en mano, sometiendo a los participantes de un programa informativo
La televisión latinoamericana ha sido en general particularmente alienante y la venezolana no escapa a ello, y no hablo sólo de la de ahora, que es un basural de estupidez ideológica y miseria expresiva, sino la otra, la de ayer, el duopolio que en buena medida engendró el monstruo. Uno de sus productos más deplorables fueron los llamados realitys shows que en general consistían en someter a unos pobres sujetos, seguramente por unos cobres, a exponer sus miserias reales o inventadas para satisfacer el voyerismo del auditorio. El gancho es en que no eran «novelas» sino la realidad misma la que podíamos fisgonear.
Bueno he aquí un real show inigualable. Los televidentes que han sido bombardeados de violencia, miles de crímenes ha visto cualquier niño televidente, una «cultura» muy tóxica, ahora pudieron ver uno en verdad terriblemente real, unos bandidos en plena trasmisión de un canal de Guayaquil, armas de diversos tipos en mano, sometiendo a los participantes de un programa informativo. Terrible reality que ilustra en carne viva el drama de un país. Pero, no habla de violencia, la práctica en una suerte de realismo absoluto, sin guion y sin actores, sin trucos y pautas escondidas, pura y simple inmediatez de la tragedia nacional cruda y doliente.
Por fortuna, dice el jefe de la brigada que logró someter a los bandidos del espectáculo, se utilizó el diálogo y no la fuerza para someterlos. La paz es buena.
Fernando Rodríguez es filósofo. Exdirector de la Escuela de Filosofía de la UCV.
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