Bienvenidos a casa, por Alejandro Oropeza G.
X: @oropezag
«Y perdido en tierra ajena
parece que se encadena
el tiempo, y que no pasara».
José Hernández: «Martín Fierro», 1872.
Algunos peruanos se sintieron ofendidos, agraviados, desplazados y hasta usurpados, según lo manifestado en las redes sociales, cuando la fanaticada venezolana residente en Lima, desplegó, creo que frente al hotel en el cual se alojaría, una pancarta de recibimiento a la selección Vino Tinto, que rezaba: «Bienvenidos a Casa». Tal ultraje, al parecer para ciertos ciudadanos de ese hermano país, arrastraba una ofensa injustificable. Ofensa, por querer recibir con calidez fraterna a la selección deportiva nacional en la ciudad en la cual se habita, se vive y se tiene la casa.
La casa, el hogar, el domicilio, el territorio propio cálido de alegrías y logros; de amores y confrontaciones; de esperanzas; refugio y salvaguarda, sí… ese lugar en donde se está seguro para soltar la lágrima contenida por la nostalgia; ámbito en el que pretendemos preservar por siempre el eco del alma del terruño dejado atrás; espacio en el que contamos la historia, los logros, los avances y triunfos, las caídas y en donde nos vemos crecer con los nuestros.
Es, ese hogar, el espejo en el que contribuimos, a través de la superación de cada cual, al desarrollo de la comunidad en la cual se habita y se vive. La casa… la individual, la que nosotros ponemos a la orden, la que compartimos y hacemos tan grande como queremos para cuantos recibimos en ella. También está la otra, la colectiva, la que Paciano Padrón llama con amor, la casa grande; esa, que ahora para más de ocho millones de nosotros queda lejos, y que es anhelo de olores, sabores, sueños y nostalgias.
Esa casa grande que, como la individual, supimos abrir a todos, que dio cobijo, calor y arrulló los sueños de quienes nos tocaron la puerta y los hicimos nuestros, en general, sin preguntar ni de dónde ni por qué. Así somos.
La bienvenida a casa, que cantaba alegre la pancarta, nos define, nos caracteriza, seguimos siendo y siempre seremos así. En donde estemos, nuestra casa está abierta y dispuesta para el otro; en nuestra casa recibimos a la selección que llega a jugar, a darnos ese hálito de ilusión del sudor para avanzar. Pero, ¿cómo es eso que no es nuestra casa y que no podemos recibir a la Vino Tinto en ella? ¿Cuál es la ofensa o la falta de respeto?
Nuestra casa sigue siendo grande, ahora más grande, porque la llevamos todos sembrada en el corazón que late con alegría y, a veces, con tristeza por la distancia. Nuestra casa, que suma la de todos los que andamos por ahí, por ese mundo ancho y ajeno, como nos regalaba precisamente, el peruano Ciro Alegría; es la casa de quien la requiera, porque ahora regados por este orbe, Venezuela es más extensa y nuestra casa más grande.
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Recuerdo, cuando Italia ganó el mundial de futbol de España de 1982, que un grupo que estaba en casa de mis padres, salimos a la calle a celebrar el triunfo de los italianos, así como celebramos los de Brasil o Argentina o Alemania o de quien fuese. Llegados a la avenida principal de Las Mercedes, corazón del jolgorio, en una esquina sonaba alta, muy alta… una tarantela. Y un grupo bailaba en la mitad de la calle, uno de los integrantes del grupo, un señor italiano, ya mayor, danzaba sus memorias de juventud y lloraba su emoción… ahí, en el pavimento caraqueño, y nos contagiaba su felicidad y bailábamos con él y lo aplaudíamos y esa era su casa, en la ciudad que, lejana a la suya de nacimiento, le regalaba su espacio para que celebrara con nosotros el triunfo de su esperanza, simplemente, porque estaba en su casa.
No hacía falta la pancarta, esa era su calle y tenía la alegría suficiente para poseerla, tomarla y celebrar el triunfo de su terruño, de evocar los olores de su infancia, de abrazarse con nosotros y cantar a la vida su amor que no tenía fin. Estaba en la casa grande, esa que nos enseñaron a dar, y que ahora abrimos a los otros que la necesitan a lo largo y ancho del mundo.
Vimos batirse alegre la pancarta, era de noche, en la bella ciudad de Lima, la metrópoli que alberga y en donde tienen su CASA, la cantidad más grande de venezolanos fuera del país, y nos alumbraba y cantábamos y recibíamos a nuestros jugadores que, en horas enfrentarían a la selección de Perú. Junto con los hermanos de Lima, nos alegrábamos de ver a los jugadores y entrenadores y ellos nos saludaban y se acercaban a abrazarnos y a compartir. Somos uno, unidos por y en una casa que ahora queda en cualquier lado, pero que sigue siendo amplia, ahora más… tanto, como nosotros mismos queramos.
Por allá, alguien se molestó, unos pocos en realidad, mientras… nos vestíamos de alegría y gozo y, hombro a hombro, juntos y en paz celebrábamos lo más grande para nosotros: ser venezolanos.
Y bueno… la ofensa y el agravio hubiese sido mayor si hubiésemos ganado el partido, menos mal… que fue empate…
lejandro Oropeza G. es Doctor Académico del Center for Democracy and Citizenship Studies – CEDES. Miami-USA. CEO del Observatorio de la Diáspora Venezolana – ODV. Madrid-España/Miami-USA.
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