Bolívar al barranco, por Teodoro Petkoff
La reforma de la Ley de Ilícitos Cambiarios inaugura una nueva modalidad en el viejo negocio de vender el sofá: venderlo por cuotas o, en su defecto, por partes. En dos platos, la cosa conduce a restringir el número de intermediarios, dejando en manos del Banco Central la escogencia de las casas de bolsa «serias» que participarían en el corro, junto a los bancos –que todos son «serios», incluyendo el Bicentenario. Se prevé, también, una supervisión mucho más estricta del negocio por parte del BCV.
¿Funcionará? ¿Bajará la tasa paralela? A lo mejor por unos días, quién quita. La gente volará a comprar ese dólar un tanto más barato que el actual, y el dólar permuta reiniciará su vuelo a la luna. Pero, puesto que el mercado permuta se volverá más restringido que Cadivi, seguramente aparecerá un mercado negro, pero esta vez negro de verdad, porque siempre habrá quien alimente la oferta de verdes del imperio para satisfacer la voraz demanda que un esquivo permuta no alcanzará a cubrir.
La Disip y la DIM serán encargadas de cooperar con el Banco Central en la persecución de los famosos y ubicuos «especuladores». Para ese momento Miraflores hará llegar, entonces, al camarada Sanguino, en la Asamblea Nacional, un nuevo proyecto de reforma de la reforma de la Ley de Ilícitos Cambiarios.
Tal vez decidan rematar el sofá, suprimir a todos los intermediarios y abrir una taquilla en el Banco Central para vender directamente los dólares. Se acaba el permuta, se oficializa el negro. Todo es posible en las mentes de una gente que insiste en hacernos creer que problemas como la inflación o la disparada del dólar se resuelven con la policía.
¿Por qué el camarada Sanguino, que sí entiende de estas cosas, no se anima a pedirle algún día al camarada Giordani que deje de buscar en el pesado libraco de Istvan Mészáros –con el cual Chacumbele se enfiebró durante un tiempito– las claves de este caos financiero? Pero no lo hará. Tendría que decirle que el problema está no sólo en la política económica del gobierno sino en el gobierno mismo.
Los delirios supuestamente socialistas de Chacumbele han creado un estado de ánimo nacional caracterizado por el incremento exponencial de expectativas negativas. Todo el mundo, incluyendo el chavista de a pie, espera lo peor. Todo el que puede, sabiendo que su patrimonio se está licuando con la inflación, corre a protegerse en el burladero del dólar. El precio ya no importa, porque todo el mundo está viendo que la botija de las reservas internacionales se está vaciando y hay que apurarse.
Todo el mundo sabe que la inflación no cederá porque entre expropiaciones, amenazas y demás aliños del discurso anticapitalista, la inversión está por el piso y la economía ya no tiene capacidad de reacción frente al estímulo del gasto público.
La oferta de bienes decae, los dólares no alcanzan para cubrir todas las importaciones necesarias, las cárceles se llenan de carniceros y bodegueros pero la inflación pa’ encima. Y el dólar también. En algún recodo del camino nos está esperando otra devaluación.