«Bolívar» de Salvador de Madariaga, por Ángel Lombardi Boscán
Twitter: @LOMBARDIBOSCAN
Testimonio adverso al Libertador escrito por un humanista español, aunque tampoco es un pasquín atrabiliario. Publicado en 1951, son dos volúmenes de mucha información de primera mano, ya que el trabajo con las fuentes bolivarianas, favorables y adversas, es copioso y serio. Madariaga se mete en la cabeza de Simón Bolívar y procura entender su psicología, y concluye que la ambición política fue el motor de su voluntad.
En un territorio de mitologías patrias místicas, como el venezolano, el abordaje de Madariaga tuvo que molestar a más de uno. Hemos escogido los años 1826 y 1830 para reseñarlos porque son los años de la caída. Bolívar, entre 1783 y 1818, es un líder rebelde más, su insignia es más la derrota que la victoria. En octubre de 1813, luego de su «Campaña Admirable», la municipalidad de Caracas le otorgó el título de «Libertador». Esto hubiera quedado así y hasta olvidado por la posteridad si es que Bolívar no hubiese podido triunfar en Boyacá en 1819 y más luego en Ayacucho en 1824 a través del Mariscal Antonio José de Sucre.
Bolívar fue jefe indiscutido entre 1819 y 1825. Santander en la Nueva Granada y Páez en Venezuela no estuvieron dispuestos a ser satélites secundarios y empezaron a conspirar contra la autoridad del caraqueño. Entre 1826 y 1830 asistimos a los «Juegos de tronos» en la América del Sur. «Bolívar volvía al Norte persiguiendo dos fines: arreglarse con Páez y hacerse proclamar dictador por todas partes donde pasara, desde Lima a Caracas».
Para Madariaga —y es su principal crítica—, Simón Bolívar quiso imitar a Napoleón Bonaparte. Su proyecto de Constitución para Bolivia del año 1826 es francamente presidencialista y dictatorial y tenía como propósito la investidura del mismo Bolívar al frente de la Gran Colombia (1819-1831). Esto generó la reacción de sus adversarios políticos, otrora aliados de causa en contra de los españoles monárquicos.
En 1826, Bolívar tiene que mediar entre un Páez insubordinado al poder de Bogotá representado por Santander. El movimiento separatista de la Cosiata es el primer gran revés del Bolívar triunfador y en la cúspide de su poderío. Entre Bolívar y Páez siempre hubo rivalidad, desconfianza y recelos.
Bolívar en 1827 fue hasta Venezuela a pactar con Páez. Inesperadamente le perdonó su acto de rebeldía y le confirmó como principal jefe en Venezuela. Para muchos es el motivo principal de su perdición futura. ¿Por qué actúo así? Para evitar la guerra civil y porque pretendió ganar un aliado esencial en su lucha contra Santander, al que consideró el principal rival a vencer.
Hay algunos testimonios epistolares privados que señalan a un Bolívar arrepentido en el olor de la derrota por no haber acordado con Santander.
Y es que a partir del año 1827 se crean dos partidos antagónicos, el bolivariano y santanderista, que libraron terribles batallas políticas. La Convención de Ocaña, del año 1828, fue una de ellas. Y el saldo representó otra derrota para Simón Bolívar y sus aliados. El pretexto fue un debate sobre la nueva Constitución que devino en la dictadura dura y pura de Simón Bolívar. Bolívar quería una monarquía constitucional y sus adversarios una liberal republicana. En el trasfondo: la lucha por el poder.
1828: la popularidad del Libertador está por el suelo. En septiembre de ese año le intentan matar en Bogotá y se salva por los pelos. La reacción contra los pocos conspiradores efectivos y los muchos en las sombras fue muy dura. El militarismo era entonces la forma de gobierno imperante. Y Bolívar entendió que solo el control del ejército le podía garantizar el mantenimiento del poder. Esto, obviamente, le generó no pocos conflictos de índole moral, ya que contradecía su fama como paladín de la libertad. Uno de sus más cercanos colaboradores, el general Rafael Urdaneta, se expresaba en carta de la siguiente forma: «Es preciso vencer toda oposición sin parar en los medios, aunque sean de sangre».
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Entre 1829 y 1830, la confrontación se agudizó aún más. Bolívar planteó abiertamente la posibilidad de ser investido como monarca e incluso sus más estrechos colaboradores alentaron esa idea, entre ellos Urdaneta, Mosquera y hasta el mismo Sucre. El tema sucesorio a la muerte del jefe superior también formó parte de los desvelos de esos dos aciagos años. Se habló la posibilidad de un protectorado inglés y hasta de infantes y reyes franceses. Ninguna de esas ideas prosperó porque el mismo Bolívar que las alentaba, a su vez las negaba, ya que le terminarían de desacreditar dentro del imaginario liberal europeo y mundial. Bolívar, un hombre casado con la gloria histórica, esto no lo podía permitir.
El último año, el de 1830, nos encontramos a un Bolívar ya enfermo, aunque no abatido políticamente. Los reveses le han quitado fuerza. La rebelión de José María Córdova, héroe de Ayacucho; el asesinato de Sucre en Berruecos y la orden de proscripción para entrar en Venezuela bajo la acusación de tirano emitida por Páez fueron dardos muy hirientes que menguaron su poderío y, sobre todo, su vanidad de gran hombre. Lo cierto del caso es que Bolívar siempre desconfió de las capacidades republicanas de la América libre que le hacía sentir imprescindible y absolutista en los manejos de los asuntos del Estado colombiano.
Madariaga nos deja ver que la renuncia de Bolívar al mando en esos dos últimos años es solo una estratagema para alentar una reacción entre sus partidarios y retomar al poder. Y es que Bolívar nunca se planteó irse al extranjero como derrotado. Hacerlo era contradecir el sello de su auténtica personalidad como político ambicioso. Hay una constante en la vida política y militar de Bolívar desde 1810: la de rehacerse ante la derrota y resurgir de las cenizas. Esa constancia fue su mejor virtud.
Ángel Rafael Lombardi Boscán es Historiador, Profesor de la Universidad del Zulia. Director del Centro de Estudios Históricos de LUZ. Premio Nacional de Historia.
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