Bolívar en diciembre, por Douglas Zabala
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Ha debido sentirse muy atormentado Bolívar en esos días decembrinos, previo a su último suspiro. De seguro recordaría sus epístolas a su eterno amigo Urdaneta, a quien días antes le comentaba de los peligros que acechaban a su gran patria colombiana.
Sueños rotos, esperanzas perdidas y veleidades develadas de sus antiguos compañeros de armas y pasiones, le destrozaban su ser, más que sus males de salud agobiantes.
Felipe Larrazábal en su libro «Vida del Libertador Simón Bolívar» rescata una de sus cartas, donde sin adornos ni endulzamientos de la palabra, le comenta a Rafael Urdaneta: «Hay más aún: los tiranos de mi país me lo han quitado, y yo estoy proscrito; así, yo no tengo patria a quien hacer el sacrificio. Desde aquel momento he tenido mil motivos para aprobar mi resolución: por consiguiente, sería un absurdo de mi parte volver a comprometerme.»
En otra reflexión aquel Simón, acosado por la división y los enfrentamientos, ahora entre sus propios compañeros, se atreve a expresar: «Añadiré a Ud. una palabra más para aclarar esta cuestión: todas mis razones se fundan en una: no espero salud para la patria. Este sentimiento, o más bien esta convicción íntima, ahoga mis deseos y me arrastra a la más cruel desesperación. Yo creo todo perdido para siempre; la patria y mis amigos sumergidos en un piélago de calamidades».
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Quizás a este hombre, manoseado por los discursillos oficialistas de siempre, habrá que dejarlo quieto, y que tranquilo termine de llegar al sepulcro, pero siempre será necesario recordar, no solo sus solitarios días en Santa Marta, sus vivientes y azarosos momentos libertarios, sino, como al igual que ayer, hoy nuestro pueblo sigue buscando aquella libertad dejada inconclusa ese diciembre de 1830.
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