Bolívar y Piar: juntos en el panteón, por Julio Castillo Sagarzazu
Twitter: @juliocasagar
Los vericuetos de la historia son caprichosos e inescrutables. ¿Quién podría imaginar a Robespierre y Luis XVI descansando en paz en un mismo recinto? ¿O a Stalin y Trotsky? ¿A los Montesco y a los Capuletto? Pues bien, en esta tierra de gracia ha ocurrido que Manuel Piar y Simón Bolívar, son vecinos de sarcófagos en nuestro Panteón Nacional.
Las explicaciones de la “historia oficial” (u oficialista) son verdaderamente cándidas. Nos cuentan que Piar fue un hombre engañado por los enemigos de Bolívar y que el Congreso de Cariaco fue un aquelarre de conjurados que metieron en su cabeza de pardo libertario, la idea de la sedición y la traición. Hay que estirar la historia como un chicle para comprar semejante argumento.
Han pasado más de 200 años de aquel fusilamiento y hoy podemos decir que Bolívar tomo aquella decisión (a través de un Consejo de Guerra y un fiscal que le eran absolutamente leales) condenando a Piar a la pena capital, porque no podía permitirse un torneo de rivalidades en plena guerra. ¿Ha podido resolverlo de otra manera? ¿Cuánto hubo de celo personal ante el carisma indubitable de un general que era también un líder social y que reiteradamente se manifestó en contra de la manera como Bolívar y los mantuanos, dirigían la revolución emancipadora?
Valdría también hacernos las mismas preguntas, cambiando a Piar por Miranda. ¿Cuánto pesó el pedigrí revolucionario y el pasado glorioso de Miranda, para que le entregara a los españoles? ¿Se justificó su capitulación de San Mateo ante Monteverde? ¿Cuánto temía Bolívar del liderazgo del generalísimo, quien también era, “blanco de orilla”, hijo de canarios y soldado de todas las revoluciones del mundo?
Las respuestas son muy difíciles de encontrar y sabemos que su solo planteamiento es polémico y delicado. No obstante, lo que nos interesa en esta nota es poner de manifiesto como el tema de la unidad, las lealtades, las traiciones, los distintos puntos de vista, son moneda corriente en la política y en la guerra en todos los tiempos y todas las latitudes.
Los desencuentros entre el liderazgo venezolano, ni son nuevos, ni van a desaparecer nunca. Son propios de la naturaleza humana. No hay institución, política, civil, militar o religiosa que no lo conozca y que haya saboreado las hieles del cisma y las rupturas.
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No es inteligente entonces andar llorando por los rincones porque no conseguimos la unidad. Tampoco ayuda mucha enzarzarnos en cruzadas salvíficas predicando en el desierto y pidiendo a nuestros líderes que se porten bien en esa materia.
No es porque emprendamos una cruzada por la desaparición de los egos, los intereses, las divergencias que éstos desaparecerán. La conducta de los líderes suele ser impermeable a los buenos consejos, a las exhortaciones y a los rezos suplicantes. Cuando se sienten depositarios de la verdad, difícilmente se les mueve de ese punto. ¿Entonces, es una guerra perdida la guerra por la unión del liderazgo opositor venezolano?
Por supuesto que no, pero es una lucha que tiene que desechar las ilusiones y que tiene que proponerse la creación de condiciones externas a esos liderazgos y a sus organizaciones. Sera “desde afuera”, con iniciativas políticas o con acontecimientos sociales de gran monta, que lograremos alcanzar los niveles de acuerdo que hoy necesitamos.
Ejemplos sobre lo que hablamos sobran. ¿Quién puede negar que el 27F, provocó una reacción de la clase política que, luego de salir del estado catatónico que provoco la sorpresa de los acontecimientos, se propuso a impulsar cambios importantes que llevaron, por ejemplo, a las elecciones directas de gobernadores y alcaldes. O que el 4F que significó la superación del bipartidismo y la victoria electoral de Rafael Caldera?
¿Es que no acabamos de asistir a un proceso en el que la presión de las regiones obligó a las direcciones nacionales de los partidos, no solo a participar en el 21N, sino a lograr niveles importantes de acuerdo electoral? ¿Qué significó la experiencia posterior de Barinas, si no fue también la victoria de una iniciativa que nació de los propios dirigentes regionales?
Como notara el lector. No se trata de tareas fáciles. Los acontecimientos sociales no los gobernamos y tienen vida propia y también los dirigentes regionales y los de la sociedad civil tienen sus propios intereses y sus bemoles. Pero algo hay que intentar.
Es necesario poner iniciativas en la calle y en el debate. La legitimación de la dirección política de la oposición; la Consulta Nacional; las mismas primarias, son todas propuestas para estudiar y que van en la vía de salir de la lloradera por la falta de la unidad o de la plegaria para que ésta prenda en la cabeza de los dirigentes.
No podemos darnos el lujo de esperar 200 años para que la historia nos entierre juntos. La cosa es urgente.
Julio Castillo Sagarzazu fue diputado en representación del estado Carabobo en el Congreso de la República y fue alcalde de Naguanagua
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