Boris Izaguirre: “He regresado del desierto y me he inventado una nueva piel”

El polémico presentador de televisión hispano-venezolano, Boris Izaguirre, Permite al lector conocer un poco más de su vida, de sus proyectos y de sus expectativas de vida
Autor: Diego Arroyo Gil @diegoarroyogil / Fotografía: Lisbeth Salas
Madrid a finales de febrero. Un viernes a comienzos de la tarde. Afuera, en la calle, hace frío. Aquí, no. Aquí está encendida la calefacción y se está cómodo. El techo es de doble altura y la luz que entra por un par de ventanales cercanos ilumina suavemente el recibidor. Al centro, el protagonista. Su saludo ha sido afectuoso como, en general, todo lo suyo. ¿Persona o personaje? ¿Él es así con todo el mundo o se trata, como en este caso, de que está delante de un periodista? Es todo tan natural que es difícil pensar que no sea así siempre. Es un pez en el agua de la simpatía, como si hubiera nacido contento o, mejor, encantado de la vida. Además, lo acompaña un aire de figura. Paulina Rubio dijo de él una vez que es todo un señor.
–¡El abrigo! Cuelga aquí el abrigo… ¡Ay, pero qué carita! Es que esta ciudad es muy loca, le hace muy bien a la gente.
–A ti te ha hecho muy bien, ¿no?
–¡¿Madrid?! Totalmente. ¡Totalmente! Estaba pensando, mientras te esperaba, que a mí me han dicho que yo soy un alma muy joven. Una vez una persona experta en eso de la reencarnación me dijo que yo he tenido una sola vida pasada. ¡Una sola! ¿No te parece divino? ¿Y sabes qué fui en esa sola, única vida pasada?
–¿Qué?
Boris Izaguirre respira como quien busca aire para un suspiro mientras cierra y abre los ojos. Exhala lento pero breve. Hace un gesto de picardía con la mirada y levanta un poco el hombro derecho. Responde:
–Un alga marina.
–¿Un alga marina?
–¡Sí! ¿No es divino? –Es una de sus palabras favoritas: divino–. Ser un alga y andar de mar en mar, de ola en ola.
De pronto, se pone serio. A voluntad.
–Bueno –dice–, y de esa vida pasada como alga marina reencarné en esta como Boris Izaguirre. ¡Ja, ja! Un salto espectacular… ¡Oh! Está pitando la tetera. ¿Quieres té con limón?
–Muchas gracias.
–¡Qué adorado!
En la cocina, dominada por un suelo aguamarina y un largo mesón blanco (lámpara, lentes de ver y de sol, flores, periódicos, revistas, un montón de correspondencia, el lavaplatos y el escurridor, las estufas), Boris prepara la infusión. A la suya le pone, además de una rodaja de limón, un poco de leche. Nada de azúcar.
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–¿No te fastidia dar entrevistas?
–¡Para nada! Es como estar en el psiquiatra, con la diferencia de que ahora estoy yendo al psiquiatra de verdad, verdad… Toma, coge tu taza. ¿Vamos al salón?
Boris va de la cocina al salón de su casa, un apartamento en el muy bello y distinguido barrio de Salamanca. Fuera de la cocina, el suelo es de madera. Ruido de pasos. Como el resto de la residencia, el salón desprende una armonía que recuerda a las boutiques de diseño, pero, a diferencia de estas, aquí se nota que vive gente. Es decir, hay calor de hogar. Es el hogar de Boris y de su marido, Rubén Nogueira, que no en vano es escaparatista: forma parte del grupo encargado de hacer las vitrinas de las tiendas Mango alrededor del mundo. Boris se sienta en un sofá de tres puestos. Está impoluto: bluyín oscuro, camisa blanca, suéter azul índigo y botines de cuero vino tinto. Más tarde se cambiará de ropa para que la fotógrafa Lisbeth Salas le haga los retratos que acompañan esta entrevista, en la terraza del Hotel Wellington, “que es mi sede”. Boris y Rubén tienen por norma no fotografiar su residencia.
–Ven, ponte aquí –ordena–. Cerca. Siempre cerca.
–¿Por qué estás yendo al psiquiatra?
–Ah, porque he tenido unos sueños recurrentes muy espantosos.
–¿Qué sueñas?
–Que no llego a tiempo a los lugares, que estoy mal vestido, que no logro ser coherente –dice y bebe de la infusión–, y he pensado que todo esto tiene que ver con el cambio de ciclo en el que estoy ahora.
–Que consiste en…
–En haber recuperado mi carrera, porque estuve disperso durante bastante tiempo. Pero fue una decisión voluntaria. Cada persona, en cierto momento de su carrera, entra en un desierto, como Jesucristo, que estuvo perdido en el desierto y conoció al diablo allí. A mí siempre me ha impactado mucho ese episodio de la vida de Jesucristo, y una vez que crucé los 40 años pensé que me iba a pasar lo mismo, y que, si no me pasaba, igual tenía que hacer que me pasara y así fue.
–¿Por qué querías atravesar el desierto?
–Porque es algo que hay que hacer. Es difícil de explicar y ahora no es el momento. Lo que sí te puedo decir es que esa fue la razón por la cual viví un tiempo en Londres y escribí una novela allí, Dos monstruos juntos. Y por lo que luego escribí otra novela, Un jardín al norte, y estuve trabajando en la televisión en Miami. Miami fue parte de ese desierto, pero con mar. Yo no tenía mucho de qué aferrarme que no fueran los libros y todo ese dejarme llevar me desubicó completamente. Durante un tiempo yo desaparecí de la agenda de la gente que en España podía pensar: “Boris sería bueno para esto”, “Boris podría funcionar para esto otro”.
–Y el reajuste llegó con tu participación en Masterchef Celebrity, en Televisión Española.
–Totalmente. Macarena Rey, que es la productora, quería que yo participara desde la primera edición, pero yo acababa de instalarme en Miami. Luego, con la segunda, me asusté, porque sentía que era un programa que no iba a hacer bien. Cuando me ofrecieron estar en la tercera edición, Rubén, mi marido, me dijo: “Mira, Boris, ya está, déjate de tonterías, que tampoco estás en situación de escoger”. Entonces acepté, y cuando tomé ese avión en Miami de regreso a Madrid sabía que estaba dejando atrás radicalmente esa etapa del desierto. Lo demás es sabido.
–Que Masterchef fue un éxito. Te relanzó. Participaste en la tercera edición, en 2018 y, además, te llamaron para la cuarta, en 2019.
–Para mí fue una rehabilitación, una rehabilitación que yo necesitaba. Necesitaba decirme: “Ya está, ya has hecho el paseo ese que querías hacer, has probado todo tipo de cosas y de situaciones y tienes que centrarte de nuevo”. Masterchef me hizo ver que las cosas ya no funcionaban con un simple gesto de la mano, con un amaneramiento, con una sola frase. Me di cuenta de que eso había quedado obsoleto. Fue como si me hubieran puesto delante del espejo y me dijeran: “¡Tienes que inventarte una nueva piel ya!”. Y eso he hecho: he regresado del desierto y me he inventado una nueva piel. Las oportunidades en la vida son como trenes, eso es cierto. Hace años pasó un tren y me subieron a él: era Crónicas Marcianas –Boris se refiere al programa que lo hizo famoso, famosísimo en España–. Luego, a este segundo tren, que ha sido Masterchef Celebrity, tuve que subirme yo solo. De manera que estoy en mi segundo tren, y este segundo tren me ha llevado, por ejemplo, a Prodigios.
–Un programa que va por su segunda edición y en el que has repetido como anfitrión.
–Sí, y estoy feliz. Porque es un programa culto, pero de máximo entretenimiento. Y todo esto de la mano de Macarena Rey, la misma productora de Masterchef… ¿No te parece que Macarena Rey es una de las personas más increíbles del mundo? Es impresionante la cabeza y la devoción que tiene para la televisión. Además, es divina.
–Hace unos días dijo que estás escribiendo el guión de una serie biográfica sobre Miguel Bosé.
–Sí. Macarena conoce muy bien a Miguel. No sé si sabes que durante mucho tiempo se ha mantenido el rumor de que “Morena mía”, la canción de Miguel, está inspirada en Macarena.
–¿Y es verdad?
–¡No lo sé! Quienes podrían confirmar esa leyenda siempre sonríen –Boris sonríe–. Miguel ha guardado muy celosamente su intimidad, pero esta vez quiere de alguna manera liberarse un poco de cosas y transmitirlas. Está escribiendo su autobiografía y todos estamos fascinados por la cantidad de cosas que hay en torno a él: él mismo, su carrera, sus padres. Miguel es un pionero, es una persona que abrió puertas y caminos para las generaciones que quedamos deslumbradas por él y que seguimos deslumbradas por él y para las que seguirán deslumbradas por él. La España en la que nació Miguel no es la España en la que Miguel Bosé apareció por primera vez en el escenario para cambiar completamente este país. Primero viene Miguel con sus mallas y con ese concierto en el Florida Park, en el 77, y luego la Transición Española.
–Primero fue ese concierto y luego, en el 78, la Constitución de la democracia.
–¡Te das cuenta! ¡Miguel es anterior a la Constitución! E igual de moderno y liberador. De modo que yo, como el cronista social que soy, estoy encantado.
–Eres amigo de Bosé. ¿Nunca te enamoraste de él?
–Por supuesto, pero él de mí jamás. ¡Ja, ja! Cuando yo lo vi, por Venevisión, en Sábado Sensacional, en el 77, con esa sonrisa, con ese pelo, con ese cuerpo, con ese atuendo…, y Gilberto Correa que nos advertía que era hijo del gran torero Luis Miguel Dominguín, pero distinto… ¡aluciné! Yo tenía 13 años y cuando terminó de actuar me paré delante del televisor en un estado de excitación insólito. No quería besar la pantalla: quería ser él. En ese momento se despertó en mí el hombre de escena. Y luego…, bueno, hemos hecho una amistad tan divertida… Las personas como Miguel son tan suyas, tan propias, que tienen muchos límites. Sabes que hay cosas a las que puedes llegar y otras a las que no, y dices: “Es que no hace falta avanzar más”.
–¿Tú también tienes esas zonas a las que nadie accede?
–Es verdad –piensa–. Sí, las he desarrollado.
–¿Sobre qué no hablas tú?
–Yo nunca hablo de mis ideas, e incluso cuando las escribo me doy cuenta de que uso una especie de barrera. Me cuesta abrirme y creo que eso tiene que cambiar.
–Qué te va a costar abrirte si tú eres una persona absolutamente extrovertida.
–Pero parece que ese no soy yo, que ese es otro yo. Me están explicando que durante muchísimo tiempo yo he construido un súper yo, y que lo que tú conoces es ese súper yo, no el verdadero yo. Y es verdad que llevo tanto, pero tanto tiempo haciendo el súper yo, que ya no sé cuál es el camino para volver al yo. ¡Me he perdido! –Boris baja la voz teatralmente a la manera de quien hace una confesión y dice–: Además, encuentro que el súper yo está tan estupendo en este momento que digo: “Ay, pero para qué regresar al yo, si ese yo debe ser un desastre”. ¡Ja, ja! Porque por lo visto se trata de una persona que está muy desasistida de afecto, escondida por una razón que todavía no sabemos.
–Qué raro, si da la impresión de que tú has sido siempre una persona muy amada.
–Justamente. He sido amado y no me he dado cuenta.
–No es posible.
–¡Te lo prometo! Lo dice todo el mundo. Y lo he visto con Prodigios. Los niños que participan en el programa están muy concentrados porque su talento realmente surja, porque llegue a alguna parte. Son muy exigentes consigo mismos. No son como yo, que toda la vida he estado rodeado de buena suerte y de gente increíble y diciendo: “Esta persona sí; está no”, “Esta persona me gusta; esta no”. Esa es la verdadera historia de mi vida.
–Tu papá ha dicho mucho, y tu madre también lo decía, que tú fuiste un niño prodigio. Te sentirás muy bien con los chicos que concursan en el programa.
–Sí, pero yo no tenía esa disciplina. Y como mis papás me amaban mucho pero, en el fondo, me temían, eran un poquito incapaces de exigirme esa disciplina.
–¿Por qué te temían?
–Porque yo era una bola de fuego. Pero una buena bola de fuego.
–¿Cuál es tu gran talento?
–Que yo soy encantador. Y el encanto se retroalimenta. Yo puedo ser encantador por horas y en situaciones realmente dramáticas. Ese es mi verdadero talento… No. Mi verdadero talento es el diálogo, y por eso quiero volver a él.
–¿Cómo es eso?
–Yo siempre quise escribir teatro. Lo hice y no funcionó. Pero eso sirvió para que Cabrujas me invitara a ser libretista de telenovelas. Y aunque yo hacía muy bien la diagramación, cuando me ponía a hacer diálogos me salía muy bien.
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–Cuando dices que quieres volver al diálogo te refieres al diálogo como escritor.
–Sí, me refiero a hacer guiones. Como el que estoy haciendo sobre Miguel Bosé.
–Si le damos la vuelta a lo que has dicho la conclusión es que tu gran talento es que eres un conversador encantador.
–Ujum… Es probable… ¿Sabes que me miran mucho? Yo antes pensaba que la gente me miraba para ver si me había operado. Luego me he dado cuando de que me miran para ver si soy de verdad o no. Entonces yo capto ese interés e intento seducir, pero me está pasando algo nuevo cuando seduzco. Y es que, cuando me canso, me voy. Cuando veo que no estoy trabajando como seductor, aunque haya sido yo el que ha empezado, me aparto y adiós. ¿No es increíble? Es una nueva faceta de mi vida.
–Hablemos de tu libro más reciente, Tiempo de tormentas. Has dicho que es una autobiografía novelada. ¿Por qué escribiste una autobiografía novelada y no, directamente, una autobiografía?
–Lo que yo quería era hablar sobre Venezuela –Boris pasa de ser gracioso a estar serio con rapidez–, pero cuando estaba escribiendo me di cuenta de que Villa Diamante es toda sobre Venezuela, y Azul petróleo también. Venezuela es uno de mis grandes conflictos: lo que dejé atrás, en lo que se ha convertido el país, lo que representa hoy en España, porque Venezuela es como una tormenta dentro de España, etcétera. Yo asocié la muerte de mi mamá con la muerte de la Venezuela que mi mamá conoció, de la Venezuela que mi mamá quiso hacer y que vio desvanecerse. Y esa era la novela que yo quería escribir. Quizás mi error fue no saber hacer una novela sobre mi mamá en vez de una novela sobre mi mamá y yo. Porque también es cierto que ella y yo tuvimos una relación muy especial. Pero no quise asumir totalmente lo autobiográfico porque una novela siempre llega más lejos. Ese es el poder de las novelas.
–¿Escribir ese libro cambió tu relación con Venezuela?
–Sí, la hizo más distante… Para luego tener de nuevo a Venezuela en la esquina de mi casa. Es decir, no ha habido distancia… Yo espero que algún día Tiempo de tormentas se lea como el retrato de un país que consiguió ser algo y que dejó de serlo para convertirse en otra cosa. Eso está muy bien contado en esa novela, y escribirla me ha dejado un poco en plan: “Ya está, tengo que descansar de la narrativa”. Y en ese descanso he retomado el guion. –Boris se gira en el sofá y mira de frente–: ¡Ves para qué sirven las entrevistas! Hemos sacado una verdad muy profunda.
–Si fuera posible que se hiciera una película sobre tu vida, tú, que eres cinéfilo, ¿qué actor de antes o de ahora te gustaría que te interpretara?
–¡Cary Grant! Cuando Cary Grant iba a hacer la película sobre Cole Porter, que era muy amanerado y tenía una doble vida, la esposa de Cole Porter le dijo a Cole Porter: “Pero, Cole, ¡te va a hacer Cary Grant!”. Y Cole Porter le respondió: “Claro, quién más podría hacerme”. Me encanta esa historia.
–¿Te acuerdas de la entrevista que le hizo Capote a Marilyn?
–Por supuesto, “Una adorable criatura”.
–Al final, Capote le dice a Marilyn: “Recuerda que me habías ofrecido champaña”. Y ella le contesta: “Es que no llevo dinero”.
–¡Qué maravilla Capote! –interrumpe Boris–. Uno de los grandes descubrimientos de mi vida fue leer Breakfast at Tiffany’s en inglés y emocionarme con cada página. Pensé que yo quería escribir así, vivir así, ser así.
–Como Capote.
–No solo como Capote: ¡como Capote y como sus personajes! Toda mi vida he hecho un gran esfuerzo para conseguir eso completamente. Es el poder de la literatura.
–Te refería lo de Marilyn y el dinero porque no te imagino manejando dinero.
–Es cierto. Lo tengo todo encima. Un día mi papá me dijo: “Es que no sabes qué hacer con el dinero”. Una frase que me encantó. Y Rubén dice que yo me creo millonario porque lo parezco, pero que no lo soy. Mi hermana sí cree que soy millonario. Y tacaño. Como todos los millonarios.
–¿Cuántos años tienen juntos Rubén y tú?
–28.
–¿Y cuál es el secreto de un buen matrimonio?
–Este –Boris abre los brazos para señalar el salón de su apartamento–. Mira la casa: está perfecta. Y aquí estoy yo, sentado, ocupando mi lugar. Yo soy un mueble más. Yo soy el mueble que se mueve… ¡Oh! –se peina el pelo hacia atrás con las manos.
–¿Estás cansado?
–¡Para nada! Una vez fui a un desfile de Carolina Herrera y al final le pregunté: “Carolina, ¿estás cansada?”. Y me dijo: “NO”. Una persona que ha trabajado mucho no puede decir que está cansada. Además, estamos hablando del secreto de un buen matrimonio, y el secreto de un buen matrimonio, de verdad, es volverse a enamorar.
–¿Cada cuánto?
–Cuando Rubén y yo nos conocimos, yo le dije que hiciéramos un contrato renovable cada cinco años. Ahora estamos en la mitad del quinto lustro. El gran secreto del amor es ganar y no perder el respeto. Equivocarte y poder regresar a la casa. Hay que hablarlo todo, pero es cierto que puedes hablarlo todo de una manera encantadora. No disfrazar las cosas, no mentir, pero tampoco ser totalmente de verdad.
Cortesía de Runrun.es
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