Buhoneros sobre ruedas: cuando el rebusque es la única manera de sobrevivir a la economía
El avance de la informalidad en la última década ha proliferado las formas de comercio al margen de las normas, por lo que surgen buhoneros sobre ruedas, vendedores que utilizan sus vehículos para trasladarse, almacenar sus productos y mostrarlos a transeúntes
Autores: Brian Contreras y Zulvyn Díaz
La informalidad es el común denominador de la economía venezolana, con prácticas que se han naturalizado tras décadas de descontrol y desinterés por parte de Gobiernos que han permitido —y en ocasiones promovido— la proliferación de negocios al margen de las normas.
Los buhoneros forman parte de la cultura caraqueña. Sitios icónicos de la ciudad, como el bulevar de Sabana Grande o las calles de La Hoyada, han tenido siempre la presencia de vendedores ambulantes con sus sábanas desplegadas.
A pesar de que esta práctica se hizo tendencia hace décadas y nunca se contuvo, dejando a Venezuela con altos niveles de informalidad durante muchos años, la crisis económica que inició en 2014 provocó que el producto interno bruto (PIB) se redujera 80%, lo que provocó una masiva pérdida del poder adquisitivo de los ciudadanos y arrasó con la clase media venezolana, que quedó sumergida en la pobreza con salarios de hambre.
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Esta coyuntura trajo un repunte del desempleo y de la informalidad que se tradujo en la aparición de más vendedores ambulantes que intentan mantener un «rebusque» para alimentar a sus familias.
Este auge de la informalidad, que creció especialmente entre 2020 y 2021 por un efecto combinado entre la crisis y la pandemia, generó también nuevas formas de buhonería.
En algunos casos, las sábanas o tapetes pasaron a ser butacas; las puertas y maletas de un vehículo hacen las veces de estantes. Ahora esa clase media que tenía ingresos suficientes como para comprar vehículos de concesionario hace 10 años, se ve en la obligación de usarlos para vender en la calle, entregando su suerte a lo que pueda comerciar cada día.
Buhoneros sobre ruedas
En distintos puntos de Caracas, ciudadanos honrados intentan ganarse el pan de cada día en esta nueva forma de buhonería. El vehículo personal de la otrora clase media se convierte en su oficina y los clientes, cualquier transeúnte que se vea interesado por los productos desplegados por el vendedor.
Ropa, juguetes, útiles escolares, calzado, comida e incluso servicios más específicos como peluquería y manicura o de cerrajería pueden encontrarse en carros de modelos viejos, víctimas de un parque automotor destruido, que apenas ensambló poco más de 72 vehículos nuevos el año pasado.
A bordo de un humilde Renault Twingo que alejaría a Shakira de comprar cualquier producto, Jairo Gómez opera un pequeño comercio con mercancía de quincallería. Sus productos abarcan juguetes, elementos de papelería y hasta llaveros. Su stock yace en el interior del vehículo. Desde este centro de operaciones lucha por generar al menos 25 dólares diarios.
Este ingeniero electrónico trabaja desde hace cuatro años apostado con su Twingo cerca de la plaza La Candelaria. La crisis lo empujó a la venta informal, pues trabajaba en la administración pública, la más perjudicada por la destrucción de los salarios.
«Yo empecé hace cuatro años, pero soy ingeniero electrónico y antes trabajaba en un ente del Estado. Como la plata no me alcanzaba por el salario, me la tuve que ingeniar. Primero me puse a taxear y luego a vender, empecé con ocho cubos de Rubik, que eran de mi hijo, y tres termos de café que monté en el techo del carro», relató.
La misión de Jairo es sacar adelante a su familia, pues debe velar por un niño de ocho años y una niña de tres. Pese a que el trabajo le ha solventado sus necesidades inmediatas, está lejos de ser una situación ideal, especialmente considerando el salario que debería generar un ingeniero.
Este buhonero sobre ruedas confesó que no le queda tiempo ni dinero para la recreación familiar. Desde hace al menos tres años, la familia Gómez no visita una playa.
«La última vez que fuimos a la playa, mi esposa tenía siete meses de embarazo. Ahora mi niña tiene tres años y no hemos podido volver. Se me ha complicado el hecho de salir con la familia debido a la falta de dinero», contó.
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En una jornada productiva lo que puede ganar Gómez con este trabajo no es una cifra despreciable, pero gran cantidad de esa suma se desaparece al descontar la comida, el mantenimiento del carro y la reposición de inventario. Para una empresa, incluso unipersonal e informal, es difícil operar con un flujo de caja inferior a $1.000 mensuales. Gómez reconoce que es mejor que un trabajo como asalariado.
«Aquí en un día malo se sacan 25 dólares y en un día bueno se pueden hacer hasta 40 dólares. Yo creo que mucha gente opta por esto debido a la situación económica que está difícil, porque si uno se gana, aunque sea, un dólar por cada pieza, puede tener un ingreso más», agregó.
En una zona distinta de la ciudad, la tendencia se repite. En las inmediaciones de la urbanización Santa Mónica, Janelle López se gana la vida desde su carro con un negocio más arriesgado: la venta de donas.
Vender comida significa asumir un riesgo, debido a que los alimentos son perecederos y el deterioro solo se traduce en pérdidas. Por eso el objetivo de cada día es regresar a casa sin las 40 donas que tiene al estacionar su carro para empezar a vender.
«Aquí me va bien, con sus altos y bajos en las semanas, y ahí vamos. Cuando me va bien, hago 40 dólares y cuando se vende poco, hago 25 dólares; pero nunca me voy en cero, porque es un tipo de mercancía que no puedes llevarte a casa. Si me queda, la consumo o la regalo», aseguró.
Los días de Janelle transcurren en las calles. El itinerario es desde el mediodía hasta las 7:00 p.m. u 8:00 p.m., aunque de jueves a domingo incrementa el desgaste, pues también atiende un puesto de comida rápida en 23 de Enero al salir de Santa Mónica.
Con todas estas ocupaciones, admite que apenas alcanza para sobrevivir, no se permiten los lujos, pues volver a invertir es una necesidad permanente y las ganancias no generan un excedente suficiente como para vivir a sus anchas.
«Este ingreso me sirve para reunir, porque a diario puedes sacar una ganancia de 40 dólares al día y, si lo reúnes, sirve para tapar otros huecos, como en caso de una emergencia. Hace muchos años vendía donas, pero lo dejé y ahora lo retomé con el carro porque es más fácil y más accesible al público. Además, en un local pagas más impuestos», recalcó.
Invitación a la informalidad
La informalidad en Venezuela responde a múltiples factores, principalmente financieros, pero la actuación que el Gobierno ha tenido para manejar la situación acaba descartando muchas alternativas a la hora de trabajar formalmente.
Establecer un negocio legal en Venezuela puede llegar a ser una experiencia traumática, con cientos de horas invertidas, muchos gastos, decenas de papeles que entregar y formalidades que cumplir ante los ineficientes entes venezolanos.
Según el Índice de Burocracia en América Latina 2022, Venezuela es el país que más tiempo invierte en trámites oficiales para conformar incluso una pequeña empresa, con un promedio de 548 horas anuales, aunque en algunos casos puntuales puede llegar a más de 1.000 horas en 12 meses, lo que equivale a 125 jornadas laborales de ocho horas desperdiciadas en estos procedimientos.
A pesar de los complejos procesos para formalizar un negocio cumpliendo con toda la normativa, las tramas de corrupción que investiga el Ministerio Público (MP) parecen demostrar que todos estos requisitos son en vano, pues incluso con todos esos registros, no hay supervisión ni contraloría para evitar actividades ilícitas.
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Al margen de la corrupción y manejando capitales pequeños que no necesitan demasiada supervisión, los ciudadanos de a pie intentan sacar adelante sus negocios y emprendimientos.
Este es el caso de María Gabriela Mirabal, que prueba suerte con una creativa iniciativa que consiste en la adecuación de un camión Iveco 6012, con una recámara trasera en la que se instaló un pequeño pero completo salón de belleza. Con una mesa, unas cuantas sillas y sus instrumentos, ofrece servicios de manicura, pedicura, depilación de cejas, pestañas postizas, cortes de cabello, secado y colorimetría.
A diferencia de otros comercios o servicios desde vehículos, María Gabriela consiguió autorización de la Alcaldía del municipio Libertador para utilizar la vía pública con fines comerciales a cambio de un pago de alrededor de 60 dólares mensuales.
«Hasta que no conseguí todos los permisos de la alcaldía no me instalé aquí. Recibí apoyo de la alcaldesa (Carmen Meléndez-PSUV), y debo decir que fue la única alcaldía que me apoyó, me asignaron este puesto. De momento, y hasta el 2 de noviembre, estoy en período de prueba mientras hacen un sondeo de la aceptación de los vecinos. Si lo aceptan en los consejos comunales, lo aprueba la alcaldía», explicó.
Pese a los impuestos y la asignación de esos espacios por la alcaldía, María Gabriela paga otra suma a policías para que le «colaboren» desalojando el área que le corresponde legalmente, pues autobuses, carros particulares intentan ocupar el espacio ocasionalmente.
«Entre los gastos operativos que necesita el camión se van 60 dólares, en impuestos para la alcaldía son 60 más y otros 60 dólares de estacionamiento nocturno. Además pago para que me guarden el puesto, porque aquí no hay respeto. A pesar de que yo pago mi impuesto por este lugar, la gente igual se estaciona aquí y se olvida. Colaboro con los policías que me apoyan para pedirles a los choferes que muevan sus carros», acotó.
A vendedores como Jairo les gustaría también contar con un estatus legal y formalizarse. De hecho, en su caso, ya hizo el papeleo correspondiente y registró su propia empresa. Ahora el problema es económico, pues el capital necesario hace que dar el salto del comercio informal al formal sea, en muchos casos, una mera ilusión.
«Yo quisiera tener un respaldo más jurídico, pero los locales aquí los tienen muy caros. Piden de 25.000 a 30.000 dólares por un local. Pregunté por uno para alquilarlo y usarlo solo de depósito y me pidieron 2.500 dólares al año», resaltó.
Con un sistema bancario desprovisto de créditos, las gruesas inversiones necesarias para establecer un negocio formal están al alcance de pocos. Por lo tanto, son diminutas las posibilidades de observar una reducción de la informalidad y las múltiples formas de buhonería en el corto plazo.