Bullying en los apodos, por Marcial Fonseca
Twitter: @marcialfonseca
Al autor siempre le ha llamado la atención lo crueles que somos en Venezuela para apodar a la gente; y como no nos acompaña ningún rigor investigativo, ciertamente no sabemos qué pasa en los países vecinos; y tampoco conocemos el tratamiento en otros idiomas; aunque pareciera que en inglés son menos rudos que nosotros.
Recordemos una anécdota. Quien escribe asistía a una clase de inglés y le preguntó a la profesora, que era inglesa, que cómo le decían a una persona que tuviese un solo ojo. Ella simplemente contestó one-eye man, o woman. Nuestra respuesta fue, No, no; de una manera que cause risa; ella no entendía que darle un nickname a alguien produjera risa.
No hubo manera de explicarle, por lo incipiente del nuestro inglés, que nosotros teníamos todo un catálogo de nombres para un caso así; Virolo, Tuerto, Faro Quemado. Y los diccionarios nos dan algo de razón.
En el DRAE, un apodo es el nombre que se da basado en algún defecto físico de la persona de marras; en inglés, apodar (to nickname) es solo darle un nombre por afecto, familiaridad, y en el peor de los casos, ridiculizar. Y jugando con las palabras; parece que la clave de nuestro comportamiento en relación con los sobrenombres, es que en nosotros, al apodar ya como adulto, resurge el bullying de nuestra infancia y que era consustancial con nuestra inocencia: siempre con la verdad por delante, aunque esta sea a veces dolorosa o cause malestar.
Son innumerables las anécdotas de las madres avergonzadas por alguna pregunta o comentario travieso de uno de sus vástagos nene. Por ejemplo. En un consultorio pediátrico, un niño quiere saber por qué una niña, con una crisis aguda de eccema, tiene la piel tan fea.
Regresemos al tema. Nos limitaremos a dar ejemplos de cómo martillan la autoestima de la persona que recibe un apodo; por supuesto no hablaremos de los apodos dulces, como llamar a alguien Cocha porque de pequeño le decían cocha pechocha, hablando chiquito. Entre los muchachos, los sobrenombres tienden a ser inocentes y graciosos. En Maracaibo, por ejemplo, entre estudiantes de secundaria, un muchacho de baja estatura no se ofenderá si lo bautizan Tarzán de Bonsái o Chichón de Piso; quizás no molestarse es su forma de protegerse. Claramente, no son tan crueles como los ejemplos siguientes en el ámbito los adultos.
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Alguien que sufre de pie varo, desviado hacia adentro, y que de paso sea el izquierdo, será llamado Pate ‘e Croche. Cuando de ambos pies, lo remoquetearán Flecha e piso. Si en vez de pie varo es pie valgo, todo lo contrario de lo anterior, la persona será bautizada Diez y Diez o Diez pa’la Dos; y cuando oigamos cualquiera de estos apodos, la vista se dirigirá a los zapatos para preguntarnos por qué no Pingüino.
En el pueblo del autor había un señor con pie valgo como consecuencia de una poliomielitis, que de paso le afectó el caminar ya que tenía que primero apoyar el talón y luego la valguedad surgía: las falanges, antes de tocar piso, ya apuntaban hacia afuera. Lógicamente fue Punto y Coma; algunos desgraciados simplemente le decían Peyc.
Ahora, uno sobre alguien afectado por un incipiente mal de Párkinson y que al caminar, la dolencia hacía que la pierna derecha diera un brinco espasmódico hacia adelante, al mismo tiempo seguido por un rápido movimiento del brazo del mismo lado y en la misma dirección. Cuando lo veían venir, se sabía porque alguien gritaba, Ahí viene el Umpire. Los conocedores de beisbol adivinarán un out
Para terminar, uno crudelísimo. Hay personas que por problemas de hemiplejía o cerebrovasculares presentan una distorsión de la boca, llamada parálisis de Bell. Uno que sufría la torcedura de la boca, pero de origen congénito, era llamado Peón de Ajedrez; para los que juegan en el mundo de los trebejos, condirán que comía de lado.
Marcial Fonseca es ingeniero y escritor.
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