Burda de panas, por Teodoro Petkoff
En Quito se conformó el llamado «grupo de amigos» de Venezuela. La rapidez con la cual cuajó esta iniciativa da buena cuenta de la gravitación que está teniendo la crisis de nuestro país en todo el continente e, incluso, más allá, por ejemplo en Europa. En América, tanto en la latina como en la anglosajona y la caribeña, se ha abierto paso una evidencia: un desenlace no democrático y traumático de nuestro conflicto interno tendría graves y profundas repercusiones en toda la región. No hay que perder de vista que varios de nuestros países están sumidos en serios problemas económicos, sociales y políticos. La conformación del «grupo de amigos» obedece no sólo a la necesidad de ayudarnos a salir con bien de nuestro drama sino también de contribuir a impedir que la crisis venezolana «contamine» a varias otras naciones.
México, Estados Unidos, Brasil, Chile, España y Portugal constituyen el grupo. Es decir, países que tienen peso específico y cancillerías de indudable solvencia política y profesional. Todos poseen vínculos e intereses en Venezuela, lo cual los hace «dolientes» de nuestra crisis. Algún vocero opositor objetó, cuando se comenzó a hablar del tema, la posible presencia de Brasil y Colombia en el grupo, con el argumento de que por ser países limítrofes con el nuestro eso creaba una suerte de «conflicto de intereses» y hasta se adujo que ello sería doctrina en Naciones Unidas. Basta con recordar que en el proceso de pacificación de Guatemala (1990-1996), no sólo estuvo Venezuela sino México, país colindante con aquél, lo cual revela lo especioso del argumento utilizado. En verdad, la objeción no apuntaba a Colombia (que finalmente no fue incluida en el grupo, probablemente porque sus propios problemas son de tal envergadura que más está para que la ayuden que para ayudar a otros), sino a Brasil.
Si se quiere un grupo capaz de actuar con fuerza, difícilmente se habría podido integrar uno mejor que éste. El hecho de que formen parte de él Estados Unidos, Brasil y México, los tres países más grandes e importantes del continente, es un lujo. La objeción a Brasil, la segunda potencia americana y cuya cancillería es de una seriedad y suficiencia que nadie discute, tiene tan poco sustento como una que se hubiera hecho a Estados Unidos, a partir también de prejuicios ideológicos. México y Chile, menos involucrados, aportan una cierta perspectiva más distante, que puede ser muy conveniente a la hora de diseñar soluciones aceptables para todos. Lo mismo se puede decir de España y Portugal, cuyas gigantescas colonias entre nosotros, les dan un particular interés en buscar soluciones viables.
Para la OEA y para César Gaviria, en particular, el resultado debe ser, seguramente, muy satisfactorio, porque este grupo actuará dentro del marco del Sistema Interamericano, para reforzar la función negociadora que se adelanta bajo el auspicio de la OEA. No es un grupo que la sustituye sino que la complementa. Los protagonistas del drama nacional tienen que saber que su conducta está siendo monitoreada por gente que no suele chuparse el dedo. Tal vez eso ayude a acabar con el «guaraleo» en la Mesa de Negociación y Acuerdos.