Buscapleitos, por Teodoro Petkoff
El gobierno chileno llamó a su embajador en nuestro país para «consultas». Es la primera respuesta frente a las ya no sólo impertinentes sino seguiditas declaraciones de Chávez sobre el tema del mar de Bolivia. A raíz de la guerra del Pacífico, a finales del siglo XIX, Chile incorporó a su territorio parte del peruano y del boliviano. El segmento boliviano es el que da precisamente al océano. Como es natural, Bolivia ha mantenido durante más de un siglo una reclamación sobre ese territorio, semejante a la que nosotros mantenemos sobre el Esequibo, arrebatado por el imperio británico a la débil Venezuela de entonces y que se emparenta igualmente con el diferendo colombo-venezolano en el Golfo de Venezuela.
Pero, tal como en nuestro caso, en el chileno-boliviano ha transcurrido más de un siglo y con ello han nacido nuevas realidades que han obligado a las partes, en todos los contenciosos fronterizos en este continente, a un tratamiento diplomático y a largas y complejas negociaciones, llegando, incluso, algunas veces, hasta a congelarlas en bien de la paz.
Si algo ha caracterizado esos conflictos, abiertos o latentes, es que los mirones son de palo y sólo actúan cuando las aguas se desbordan y se producen enfrentamientos bélicos. En este caso los terceros se meten, pero para procurar poner fin a la guerra, como fue en el caso de la escaramuza armada entre Perú y Ecuador, hace pocos años, o en aquel episodio trágico y a la vez grotesco que se conoció como «la guerra del fútbol», entre El Salvador y Honduras. Todos los conflictos territoriales en nuestra América son asuntos estrictamente bilaterales y sólo cuando ambos lados lo aprueban, se recurre a un tercero como árbitro. Tal fue el caso de la solución arbitrada por el Papa Juan Pablo para la disputa chileno-argentina por el canal del Beagle, allá en los confines australes de ambos países. O como en nuestra reclamación sobre el Esequibo, que por consentimiento mutuo está en manos de Naciones Unidas. Pero, de lo contrario, toda intromisión indebida de un tercero en asuntos estrictamente bilaterales puede afectar gravemente las relaciones interamericanas.
Meterse allí donde no lo han llamado constituye, en Chávez, no una expresión de sentido justiciero sino un acto de irresponsable oportunismo, que no sólo lesiona las relaciones con Chile, sino que podría afectar también los intereses de Brasil y Argentina, para los cuales la vidriosa y volátil situación boliviana constituye una lógica preocupación.
De hecho, en la solución constitucional para la reciente crisis boliviana, jugaron un rol muy significativo los gobiernos de Lula y de Kirchner, a quienes no interesa para nada una situación de caos en su país vecino. La más elemental prudencia aconsejó a los dos mandatarios no participar en la llamada «contra-cumbre». En cambio Chávez, que no es un estadista sino un agitador de esquina, sí fue a buscar en ella los fáciles aplausos que tanto lo descocan. Y se compró un roce con Chile, como antes se lo había comprado con Dominicana y con Costa Rica. ¡Pero ay de cualquiera que en el extranjero se le ocurra opinar sobre la política venezolana!