Bush damnificado, por Teodoro Petkoff
Una justificada oleada de indignación recorre a los Estados Unidos. Los más importantes diarios de ese país han editorializado dura y críticamente tanto sobre la negligencia previa del gobierno de Bush como sobre su respuesta tardía. Personalidades de los más diversos signos, desde artistas e intelectuales liberales hasta gente del Partido Republicano, no han escatimado punzantes observaciones sobre la aplastante incompetencia del gobierno federal.
No es para menos. Ahora se ha sabido que diversas organizaciones científicas, incluyendo el cuerpo de ingenieros del Ejército, habían alertado sobre la fragilidad de los diques (construidos en 1927), apuntando que cualquier huracán por encima de fuerza 3 ocasionaría un desastre. Katrina fue superior a 3 y ya se vieron las consecuencias. Cuando los especialistas solicitaron 14 mil millones de dólares para emprender los trabajos en los diques, Bush, característicamente, respondió que el gobierno no tenía ese dinero porque la guerra en Irak exige demasiado recursos (¡!). Dio sólo 714 millones de dólares, con lo cual resultó imposible hacer nada.
Un país que ya de manera mayoritaria considera que la invasión a Irak fue una aventura injustificable, reclama horrorizado tamaña inversión de prioridades y valores. De paso, Estados Unidos ha descubierto su propio Tercer Mundo. Nueva Orleáns es una ciudad poblada principalmente por negros, azotados por la pobreza extrema y por un desempleo que en ciertas áreas de la ciudad alcanza al 39% de la población adulta. Alguien dijo que si la tragedia hubiera sido en Miami o Galveston, el gobierno no habría reaccionado con tanta lentitud, pero que tratándose de negros, no mostró inicialmente la diligencia necesaria. Como siempre, la televisión hizo de las suyas.
Blancos corriendo eran presentados como ciudadanos que huían de la catástrofe; negros corriendo eran saqueadores. El desastre en Nueva Orleáns ha puesto de manifiesto cuánto falta aún para terminar de superar la brutal fractura racial y social que divide a la sociedad norteamericana. Desde luego, la actitud del gobierno de Bush ha afrentado a la comunidad afroamericana y a la Norteamérica liberal y progresista. Bush, cuya popularidad ya se encuentra por debajo del 50% y que confronta los inicios de un movimiento pacifista que desde su rancho de Texas lo anda persiguiendo donde quiera que va, exigiendo el regreso de las tropas, seguramente rodará ahora con mayor velocidad por el tobogán del descrédito. Su gran país se siente sin liderazgo.
Pero, a todas estas, quien más allá de la solidaridad que ofreció (lo cual está muy bien), ha debido guardar un prudente silencio, ha sido Chávez. Un incompetente como este, que fue tan tardío en su respuesta frente al deslave de Vargas en 1999, como Bush ahora; que ha hecho de ese infortunado territorio un patético monumento a la incapacidad de su gobierno; que desoyó todas las advertencias sobre el enfoque equivocado que se dio a las obras en Vargas y que aceptó la lentitud y la corrupción rampantes que han caracterizado la reconstrucción del Litoral central, podría haber tenido la discreción de no perder esa magnífica oportunidad de quedarse callado. No resistió la tentación de soltar unas inepcias que cualquiera podría tomar por una autocrítica respecto de su propio manejo de la catástrofe de Vargas. En fin, samán que nace torcido, nunca su rama endereza.